¿Os acordáis de aquellos veranos infinitos de nuestros años académicos? Yo regular porque nunca he sido muy buena estudiante y me ha tocado pringar todos los veranos desde que aparecieron los exámenes de septiembre en mi vida. Pero aún así tengo muy presente la intensidad de no parar por casa ni medio segundo… el calor, la hormona y las vacaciones: ¡combo mortal! Por eso, tiremos de nostalgia veraniega para recordar ese tono vital adolescente y post-adolescente, que seguro que alguna de estas cosas las hacías (y las seguirías haciendo si pudieras)…

Te despertabas a las mil todos los días. La vida antes de las 11 de la mañana directamente no existía (a no ser que tuvieras que ir a la academia o a la autoescuela).

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– Pues eso, llegabas a la academia con unas resacas de espanto (a veces todavía piripi). Porque renunciar a salir es de cobardes y ya está.

– Cuando ya eras «mayor» ibas a la autoescuela y hacías muchos test. Soñabas con ser la primera en sacarte el carnet de conducir para no parar de molar.

Te pasabas muchas horas en la playa/piscina, siempre te ponías en el mismo sitio y daba igual que hiciera mal tiempo. Asúmelo, jamás volverás a lucir ese bronceado.

Fantaseabas con aprender a hacer surf… jamás ocurrió porque tu verdadera prioridad era beber.

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–  Te pasabas el día en bañador o bikini. Lo raro es que no tuvieras 200 cistitis… También estabas obsesionada con estar perfectamente depilada, afortunadamente eso lo vas superando.

Comías pipas, muchas. Y te escondías para fumar o para que alguna de tus amigas fumara.

Jugabas a las cartas todo el santo el día (y la noche). El tute, el mentiroso, el mus (al que te había enseñado a jugar ese amigo mayor que ya estaba en la uni), incluso juegos loquísimos inventados… A veces también jugabas al Trivial (y te aprendías las respuestas mientras hacías caca, no mientas).

Veías a tus amiguchis más que a tu familia (y te pasabas el día colgada del teléfono en cuanto os separabais medio minuto, porque claro, nunca es suficiente).

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Organizabas las mil triquiñuelas para conseguir que te dejaran salir hasta más tarde. «Me quedo en casa de no se quien que así no tenemos que volver solas de noche». Esto no tenía nada que ver con que a tu amiga no tuviera hora de vuelta a casa, claaaaaaaro.

El «me voy a dar una vuelta, vuelvo pronto» de después de cenar, todos los días. Para jugar a las cartas, claro.

Los botellones de ron-cola (Negrita o Areucas… el presupuesto no daba para más) o vodka-limón (Smirnoff, por supuesto) interminables en ese lugar «secreto» tan idílico. De las vomitonas en la playa mejor hablamos otro día…

Rezabas fuertesito para que los padres de algún coleguinchi (aunque fuera lejano) confiaran en su prole y le dejarán la casa sola. Y te creías protagonista de una película americana, en esa fiesta loca en la que sonaban Green Day, New Found Glory y NOFX en bucle.

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Le ponías ojitos a los hermanos mayores de las gentes… por alguna extraña razón esto siempre ha sido más fácil en verano que en cualquier otra estación.

El fin de semana de acampada, los nervios y esa tremenda sensación de libertad que daba la tienda de campaña aunque fuera a la vuelta de la esquina. Ya solo con el tema de los preparativos podías estar una semana de intensidades… luego ya, cientos de anécdotas chorras.

El amor de cada verano. ¿Qué más da que no fuera correspondido? Necesitabas de ese entretenimiento, de esos suspiros y de esa pequeña obsesión para sobrevivir a las horas muertas…

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¿Vosotras qué recordáis de vuestros veranos adolescentes?