Por desgracia cuando hablamos de maltrato solemos centrarnos en el daño físico. De alguna manera en muchas ocasiones se piensa que hasta que no hay una bofetada, un empujón o un golpe, realmente el maltrato no existe. Menospreciamos un millón de situaciones en las que una persona puede ejercer un poder tan negativo que poco a poco termina con su pareja. Gritos, malas contestaciones, coacciones, celos enfermizos, chantajes… El maltrato también se encuentra en estas acciones que pueden generar un dolor verdaderamente intenso y peligroso en la víctima.

Y no son pocas las mujeres que viven años, décadas incluso, aferradas a una relación tóxica en la que el maltrato psicológico está presente día tras día. Se han conformado con esa vida en torno al miedo, donde no hay golpes pero sí una influencia tan negativa por parte de su pareja que puede llevarlas a cometer una locura. Y es que vivir con miedo no solo depende de una bofetada.

Nuria, 35 años

‘Siempre me escudé en que el que era mi marido era una persona con mucho genio. De hecho puedo jurar que era de las cosas que más me gustaba de él, lo intenso que se ponía a la hora de defender sus ideas. Lo que no me esperaba era que con el tiempo ese poder de convicción se viniese en mi contra. Poco a poco me convertí en una pequeña marioneta de aquel hombre. Tan solo trabajé tres años, después me rogó que lo dejara, que con su sueldo teníamos más que suficiente. También dejé de quedar con mis amigas, él no las soportaba, las criticaba y decía que eran unas petardas sin personalidad. De pronto me vi a mis 31 años encerrada en casa, sin nada que hacer más que limpiar. Cuando le dije que quería volver al trabajo su respuesta fue ponerse muy nervioso y dejarme claro que el mísero sueldo que yo cobraba eran migajas y que no merecía la pena. Me sentí como una mierda que no vale para nada. Tardé tres meses en irme de aquella casa.’

Marina, 47 años

‘Mi marido era la mejor persona del mundo. Nos conocíamos desde los 15 años y siempre había sido un hombre encantador, respetuoso, trabajador… Con 19 años ya trabajaba como fontanero con su padre y con el paso del tiempo pudo montar su propia empresa. Yo por mi parte tenía mi trabajo cuidando de personas mayores y las cosas no nos iban mal. Nos casamos y todo fue estupendo hasta que la empresa de mi marido empezó a dar muchas pérdidas. Había tenido problemas con un par de trabajadores y de pronto dejaron de entrar trabajos. En menos de 6 meses tuvo que cerrar y se encontró con 45 años y en el paro.

Fue sumiéndose en una depresión terrible, al principio durmiendo más horas de lo normal y después comportándose como un auténtico gilipollas. Yo seguía trabajando y le pedía que compartiésemos las labores de la casa, él no daba su brazo a torcer. Cada día cuando yo entraba por la puerta me recibía esa mirada de asco cada vez más intensa, yo ponía de mi parte por mantener una conversación o robarle una sonrisa pero lo único que recibía a cambio eran gruñidos y malas palabras. Le recomendé muchas veces que pidiera cita con un psicólogo pero él me llamaba de todo cada vez que sacaba el tema. Empezó a enviar mensajes insultándome, sin venir a cuento, solo para echarme en cara que yo trabajase y él no. Pasamos así casi un año hasta que no pude más e hice mis maletas.’

Iruñe, 22 años

‘Nunca pensé que las palabras pudiesen hacer tanto daño. En mi caso fue mi novio del instituto quien pudo conmigo a base de hacerme sentir como una mierda siempre que a él le venía en gana. Yo tenía 17 años y él ya 20 pero había repetido en varias ocasiones y estaba en mi clase. Por mi parte no podía estar más enamorada. Cuando estábamos a mediados de curso empecé a pensar en la carrera que iba a estudiar y me planteé la idea de irme a otra ciudad, a apenas 150 kilómetros de casa, para ir a la universidad. Desde el momento que se lo comenté las cosas fueron a peor. Él me empezó a comer la cabeza con que aquello no era buena idea, que era mejor que estudiase algo en nuestra ciudad o incluso que me pusiera a trabajar, que era lo que él iba a hacer. Lo peor de todo fue que durante un tiempo consiguió hacer de mi lo que quiso. Ese año aunque terminé bachillerato con buenas notas no me presenté al selectivo y empecé a trabajar en una tienda de ropa. Él estaba trabajando en un taller y hacíamos los planes en torno a lo que a él le apetecía.

Yo me sentía súper vacía. Mis padres no podían entender cómo había pasado de querer estudiar una carrera a dejarlo todo de repente. Mis amigas tampoco comprendían mis planes. Después de un año trabajando y viéndome solo con aquel chico que decía que me quería tanto decidí presentarme al selectivo para estudiar lo que siempre había querido. Ahí descubrí que aquel chico no estaba bien y tampoco me estaba haciendo bien a mí. Una tarde entró en la tienda donde yo trabajaba y se dedicó a gritarme y a tirar al suelo todos los productos. Yo estaba sola en aquel momento y yo podía llorar y pensar en cómo salir de aquello. Mi jefa me encontró en medio de aquel jaleo, recogiendo mientras un ataque de ansiedad podía conmigo. Las cámaras de seguridad de la tienda hicieron el resto ante la policía.’

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