3 mini historias de Tinder para no dormir

 

Tinder, esa gran fuente de historias ¿a que sí?

Tanto que aquí en WLS tiene su propia categoría.

Esta aplicación de citas/red social del amor y lo que no es amor, lleva alimentando las mentes ávidas de chisme de toda una generación desde que se creó, allá por 2012.

Fíjate, parece que fue ayer y este año se cumple una década de su creación. Aunque en España llevamos algunos años menos deleitándonos con las aventuras y desventuras de sus usuarios.

Como decía al inicio, Tinder nos ha regalado posts de todo tipo.

Tenemos relatos tinderianos graciosos, hilarantes, tristes, erótico-festivos e incluso algunos románticos e inspiradores.

Sin embargo, en este artículo recopilamos nuestra selección de 3 mini historias de Tinder para no dormir.

  1. Sorpresa en la primera (y última) cita

Yo acababa de aterrizar en Tinder, me resistía porque no terminaba de darme buena espina eso de quedar con peña que no conocía. Pero el caso es que hice match con un chico muy mono, atento e interesado. Me hice la longuis todo lo que pude, aunque acabé por ceder a sus peticiones y quedamos para cenar. Yo estaba muy nerviosa e ilusionada, el chaval me gustaba y me daba mucho respeto desvirtualizarlo, por si se me iba la olla y caía en las garras del amor nada más verlo en persona.

Llegué al punto de encuentro y me quedé en shock en cuanto lo vi venir hacia mí, todo sonrisa y galantería. Lo primero porque sus fotos estaban más editadas que las portadas del Hola. Lo segundo porque, que me muriese allí mismo si aquel no era el gilipollas que me tenía mortificada en el instituto. A mí y a medio instituto, todo hay que decirlo, no era nada personal contra mí.

Durante unos minutos me quedé como lela, pensando si había sido todo una broma cruel o algo. Sin embargo, conforme él hablaba y llevaba el peso de la cita, me di cuenta de que, pese a que yo apenas había cambiado en esos diez años que hacía que no le veía, él no me recordaba. Nada hacía sospechar que aquel hombre era el mismo imbécil, abusón y chulo de mierda que nos atormentaba en los pasillos, pero yo no podía olvidarlo. En cuanto terminamos de comer, puse una excusa y me piré. Del restaurante y de Tinder. No pude evitar echar de menos durante un tiempecillo al chico que pensaba que era antes de verlo en persona, pero tampoco fui capaz de olvidar lo que sabía de él.

 

  1. Tirados en el descampado

Pues resulta que yo andaba con ganas de mambo y me metí en Tinder para buscar a algún tío con ganas de lo mismo que se encontrase cerca de mi ubicación. ¿El problema? Que vivo con mis padres en un pueblo pequeño situado en el culo del mundo, lo cual no lo pone nada fácil. Pero un día se dio la cuadratura del círculo y me topé con un zagal que compartía mis inquietudes y que, después de unos días de charleta, se ofreció a venir a buscarme en su coche y acercarnos luego a una pensión que quedaba relativamente cerca y en la que era poco probable que me conociesen (ya sabéis cómo va la cosa en los pueblos).

Total, que estoy esperándole en una parada del bus por la que solo pasa un autocar al día y lo veo venir en un Talbot Horizon de la edad de mi madre, aprox.

Que a mí me daba igual si tenía un Ferrari o una tartana, es solo que hacía un ruido horrible y no parecía que tuviera ni media estrella Euro NCAP. En fin, yo había ido a jugar, así que me meto dentro, nos saludamos y, no sé explicar qué es, pero hay algo que… meh, me deja como fría. Con las ganas que yo llevaba… Ignoro la sensación y me obligo a hablar mientras conduce.

3 mini historias de Tinder para no dormir

Dice que sabe llegar a la pensión, desde luego yo no. Confío. Se hace de noche. No sé dónde mierda estamos cuando el coche emite un petardazo que espanta a todos los animales a diez km a la redonda y se va ahogando hasta que se para del todo. Yo no tengo ni cobertura, menos mal que él sí. Llama a la grúa. Va a venir, pero en dos o tres horas. Tiempo más que suficiente para hacer lo que nos proponíamos inicialmente. Se me tira al morro y yo lo intento, de veras que lo hago.

No sé qué me pasa, me he dejado la libido en casa o algo. Es que el chico no me pone nada, qué le voy a hacer. Así que, con todo mi papo, voy y se lo digo: chico, lo siento, pero no hay química. Y va él, se enfada y me echa del coche. En medio de un descampado que no puedo ubicar. De noche. Sin teléfono. A -2 putos grados. Me eché a andar y llamé a una amiga en cuanto tuve una rayita de cobertura. La tipa todavía se descojona de mí cada vez que lo recuerda.

 

  1. Entre fantasmas.

Hice match con una chica que me gustó muchísimo desde el minuto uno. No es que tuviésemos demasiado en común, pero yo soy de las que piensa que los opuestos se atraen. Hablamos un tiempo y yo me moría de ganas de conocerla. Le propuse quedar, aceptó a la primera y nos encontramos en un parque. Ay, en persona era muchísimo más guapa todavía. Y era tan dulce, tenía una voz tan bonita y serena. Era una de esas personas que trasmite paz. Llevábamos media hora paseando y yo ya estaba haciendo planes a largo plazo. En esas estaba cuando me comentó que tenía un aura muy bonita. Ahí recordé que se describía a sí misma como mística. Yo soy lo opuesto, pero me daba igual. Lo malo fue que lo siguiente que hizo fue preguntarme si sabía que tenía un espíritu guía conmigo. Y yo… ¿eh?

Venga, no pasa nada, mente abierta. Pues no hubo manera. La chica se pasó toda la tarde y parte de la noche alternando la mirada entre la mía propia y algún punto indefinido a mi espalda. O a mi lado. Me preguntó si había perdido a alguien importante recientemente. No. Si había conocido a todos mis abuelos. Sí. Si vivían. Sí. Si había tenido una gemela que hubiera fallecido en el parto. ¿Qué? En serio, unas movidas muy raras que terminaron por agobiarme. Me volví a mi casa jodida por el chasco y tan sugestionada y acojonada que durante un tiempo no fui capaz de mirarme en el espejo del ascensor. Por si al final yo también veía al espíritu que me acompañaba.

 

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