¿Ves cuando te pasas años tropezando con la misma piedra mientras tus amigos te dicen “cari, espabila” pero tú no te das cuenta de que estás siendo un poco gilipollas? Pues así es la vida. Un montón de preguntas cuyas respuestas desconoces hasta que de repente, por ciencia infusa o demasiados tropiezos, algo hace click en tu cabeza y todo empieza a cuadrar.
Las verdades universales de la vida son más populares que la animadora de una película adolescente. Carne de libros de autoayuda y de frases de Mr. Wonderfull, o como diría Ojete Calor: “cosas básicas, obviedades, frases que acaban en tía”. Aun así, tienes que llevarte la hostia para aprenderlas.
No le voy a solucionar la vida a nadie desvelando verdades más manoseadas que los iPhones expuestos en un Apple Store, pero lo bueno de estos mandamientos es que son como la canción de Despacito, a más la escuchas, más se te pega. Coge papel y lápiz y toma nota, que lo que viene a continuación es sabiduría popular de la buena.
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La vida no siempre es justa
La soledad no entiende de justicia. El amor y el odio no respetan la equidad. La muerte y la vida no pueden ser juzgadas. No hay normas y leyes para el azar.
Por mucha inocencia que haya en el gesto de dar la mano a la vida, a veces ella prefiere agarrarnos del brazo. O nos levanta del suelo o nos empuja al vacío sin paracaídas. Ni tan buena ni tan mala, pero cuánto enseña la jodida.
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Las personas a veces se van.
Las personas se van, para bien o para mal. A veces por voluntad propia y otras por azares de la vida. Algunas lo hacen demasiado pronto. Muy de vez en cuando se van sin hacer ruido, de puntillas, dejándonos un par de rasguños y la duda de lo que podría haber sido. Otras, la gran mayoría, se llevan parte de nosotros.
Se van y nosotros tenemos que dejarles ir. Duele, pero nos enseña a amar más y mejor, y cuando deja de doler recuerdas con una sonrisa llena de melancolía lo bonito que fue ver como dos caminos perpendiculares se cruzaban durante días, meses o años que parecieron una vida entera.
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No hace falta que te pidan perdón para perdonar.
Como dijo Shakespeare, “la ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro”. En otras palabras, guardar rencor no sirve para nada más que agotar tu felicidad.
Pasar página significa entender que en una historia no siempre hay malos y buenos, y que a veces es mejor alejar a quien te ha hecho daño de tu lado para que con él se marche todo el odio acumulado.
En realidad, perdonar no es olvidar. Es recordar sin que te duela.
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Quiérete, nadie más lo hará por ti.
Puedes huir de todo menos de ti mismo. Aunque te escondas del mundo, siempre tendrás que compartir espacio con tus pensamientos y emociones, y a veces son unos verdaderos cabronazos.
La única persona que, pase lo que pase, siempre estará a tu lado eres tú, así que enamórate, cuídate y hazte saber lo especial que eres. Así, encontrar a alguien con quien compartir tu tiempo será cuestión de elección y no de necesidad.
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El dolor es parte de la vida, pero el sufrimiento es opcional
El dolor desgarra, rompe y deja marca. Te hace creer que nunca se irá, porque siempre acaba volviendo. Es inevitable, pero pasajero.
Como dicen en mi casa, “por muy larga que sea la noche, siempre se hace de día”. Una cosa es el dolor, y otra es cómo lo afrontas. Puedes regodearte en el sufrimiento, puedes autoconvencerte de que todo lo malo te pasa a ti y puedes pasarte años sobreviviendo, pero también puedes arriesgarte y vivir.
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La vida es un regalo
Un regalo del azar, que te escogió a ti. Un regalo que puedes abrir, sobar y disfrutar, o dejarlo intacto con la esperanza de que dure sin rasguños hasta que te lo quiten de las manos. Un regalo con el que deleitarte en soledad. Un regalo que puedes compartir con aquellos que te hacen sonreír. Un regalo que entregaste a personas que no sabían valorarlo. Un regalo que no pediste. Un regalo que a veces crees no merecer. Un regalo que se acaba deprisa. Aprovéchalo.
Así es la vida, bonita, dura e implacable. No esperes a tener ochenta años para vivirla.
¿Y tú qué añadirías a esta lista?