Soy una hater. Odio a la gente que me roba la comida, a la que no pone los intermitentes y a la que habla en el cine, pero si fuese millonaria y en mi isla desierta solo hubiese espacio para un pequeño grupo de personas, el premio se lo llevarían las que no piden perdón o, peor aún, las que encima de cagarla se obcecan, se ponen orgullosas e intentan convencerte de que la culpa es tuya. Acaparan todo mi rencor, desgastan mis velas negras y sacan el lado oscuro que llevo dentro. No shame, yo tengo muchos defectos, pero sí algo me enseñó mi madre es la importancia de decir, aunque sea de vez en cuando, lo siento.

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¿Ves cuando un ex te hace una putada muy gorda y le metes en la lista negra de contactos del móvil? Pues eso deben hacer algunas personas con la palabra “perdón”. No entra en su vocabulario, se perdió por el camino y estaban demasiado ocupados mirándose el ombligo como para dar la vuelta e ir a buscarla. ¿Que eres mudo? No pasa nada, hay muchas formas de decir lo siento sin palabras. Poniendo ojos de cachorrito, dando un abrazo, invitando a una cerveza o enviando el emoticono de la flamenca del WhatsApp, que sirve para todo. Si hace falta pedir perdón, pues se pide. Yo lo hago constantemente, incluso por cosas que no son culpa mía. Vamos al cine y ya no está la película que querías ver, “lo siento mucho, qué putada”. Te compro un bollo de crema pastelera pero estás a dieta y no te apetece, “ay perdona, ya me lo como yo”. Nos chocamos por la calle porque vas arrasando con todo, “disculpa”. Y NO SE ME CAEN LOS ANILLOS, SEÑORES.

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Puede que tú seas una de esas personas que nunca dice lo siento, y no te esperabas este aluvión de mierda por mi parte al hacer clic en el artículo, así que para compensar toda la bilis que ha salido por mi boca te traigo una guía práctica sobre la importancia de pedir disculpas. Ah, y perdona si te he ofendido, no es nada personal.

Tipos de disculpas

  • Cuando no has hecho nada pero te da pena que la otra persona esté mal

Véase, a tu amiga la ha dejado el novio y está llorando a moco tendido. El primer instinto es decir “era un capullo, no te merecía”, o en palabras más cordiales “lo siento mucho, tía”. Le das a entender que compartes su dolor, que estás ahí para para que no se lo coma sola. Es un perdón empático, la disculpa a la que recurrimos todos cuando queremos apoyar a una persona triste pero no sabemos qué decir. El lo siento socorrido, el que nunca falla, apto para todos los públicos, para todas las situaciones. Úsalo y no te arrepentirás.

  • Cuando te pones gilipollas y te arrepientes

Véase, has discutido con tu madre porque, aunque tienes 30 años, ella te sigue tratando como a una niña de 10. Tú la has llamado pesada y otras cosas no tan finas, ella ha dicho “el día menos pensado cojo un avión y me voy de esta casa” y cada una se ha ido a su habitación dando un portazo. Lo normal es que una hora después alguna de las dos pida tregua con un abrazo que, en realidad, significa “siento ser tan gilipollas”. Tu madre volverá a ponerse pesada y tú seguirás actuando como una cría, es el ciclo sin fin.

  • Cuando te arrepientes y quieres hacer algo para corregir una gran cagada

Véase, de borrachera se te ha calentado la lengua o lo que no es la lengua, y has acabado tonteando con tu ex, que curiosamente es amigo del primo de tu churri. Una tirita no cura las heridas de bala y una disculpa no hace milagros, pero el mal ya está hecho, ¿qué puedes perder? Pides perdón y empiezas a elaborar planes mentales sobre cómo recuperar la confianza. Pueden pasar tres cosas: que, pseudocitando a Kelly Clarkson, lo que no mata la relación la haga más fuerte, que no considere el tonteo como cuernos, o que te diga hasta nunqui.

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¿Por qué mola tanto pedir perdón?

Cuando pides perdón le dices a la otra persona que, de alguna forma, tú también te sientes herido por haberle hecho daño, que no querías que la situación se fuese de madre y que si pudieses subirte al DeLorean de Regreso al Futuro, harías las cosas de otra forma. Las disculpas reflejan empatía, y cuando reconocemos la responsabilidad de nuestros actos demostramos madurez y confianza. A veces los daños no son reparables de inmediato, aunque normalmente el problema es que no sabemos cómo hacerlo. La clave es echarle valor, decir lo siento, dar tiempo a la otra persona para que vea que nuestras disculpas son sinceras, no solo palabras vacías a las que recurrimos para escurrir el bulto rápidamente, y no volver a tropezar otra vez con la misma piedra. Una disculpa es inútil cuando es fingida, y las personas que viven en un bucle de cagadas y perdones cansan.

Al pedir disculpas sinceras demostramos respeto a la otra persona, fomentamos la comunicación y cambiamos el foco de la discusión de los errores a las oportunidades. Tras cagarla nos entran sentimientos de culpabilidad e inseguridad, y podemos afrontarlos de tres maneras, pidiendo perdón, corriendo un tupido velo o poniéndonos farrucos. Creo que intuís cuál es la mejor. Los remordimientos sin resolver y el orgullo nos afectan a nivel psicológico disminuyendo nuestra autoestima, restando responsabilidad a nuestros actos, causando bloqueos emocionales, generando dependencias afectivas, fomentando conductas autodestructivas, dando pie a la ira, la ansiedad y la frustración, impidiendo el aprendizaje, frenando nuestro crecimiento personal, provocando victimismo y empeorando nuestras relaciones. Al decir lo siento “formateamos” nuestra cabecita y decimos hasta luego Mari Carmen a esos sentimientos tan disfuncionales. ¿Te animas?

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