El pasado viernes 8 de marzo ha marcado un antes y un después en mi modo de ver la vida, pero sobre todo, en mi situación como madre de una pequeña guerrera.

Siempre he tenido claro que el feminismo debe ser la única manera de ver el presente y el futuro aunque, para ser sincera, quizás me faltaba un pequeño empujón para eclosionar y considerarme una auténtica y férrea defensora de este movimiento y todo lo que ello implica.

Por desgracia también he sido consciente de que he vivido muchos años permitiendo en mi vida micromachismos que tenía más que normalizados. Esos resquicios de lo que antaño eran comportamientos totalmente tolerados y cotidianos. Pero nunca es tarde para crecer y avanzar, así que ese chip que ya tenía en mi cuerpo es ahora una memoria brutal que rige mi vida.

Y así sucedió todo…

Miércoles 6 de marzo, sé que quiero unirme por vez primera a la manifestación que se celebrará el viernes. Conozco cientos de motivos por los que salir a las calles, movilizarme y gritar a pleno pulmón. Pero también temo encontrarme allí perdida o descolocada entre miles de mujeres con las ideas mucho más claras que yo. ¿Y la pequeña? ¿Será una manifestación multitudinaria un sitio para una niña de apenas tres años?

Mis inseguridades conmigo misma me hacen dudar durante varios días. Sé que quiero sentir esa sensación de hermanamiento con todas las mujeres de mi ciudad, sé que necesito unirme a ellas y por supuesto sé que quiero disfrutarlo con mi hija.

Así que ese mismo viernes temprano por la mañana amanezco decidida a lanzarme a la calle con mi yo más reivindicativo. Con ganas de comerme el mundo y dar voz a cada una de las mujeres que por desgracia ya no están. Mientras busco en mi armario mi sudadera morada intento comentar a Minchiña qué haremos esa mañana. Ella me escucha atenta y celebra entusiasmada ‘¡vamos con las chicas!‘. Sí cariño, vamos con todas las chicas, hoy es nuestro día.

De camino al punto de inicio creo respirar un ambiente diferente. Es una mezcla entre nervios, emoción y rabia. Minchiña pasea como cada día, cantando, feliz y dando saltos cada pocos pasos. Le he puesto una chaqueta morada que le encanta. Quiero que ella empiece a comprender lo que está pasando, pero todavía es demasiado joven.

A pesar de no ser la convocatoria multitudinaria de la tarde, me sorprendo al ver a tantísimas mujeres en el lugar de comienzo de la movilización. Chicas de todas las edades, llenas de pancartas, globos, banderas, capas de súper heroínas… Me uno sin soltar la mano de mi peque, que mira a su alrededor seria mientras analiza tantas novedades juntas.

Pronto localizo a una buena amiga y unidas emprendemos el camino. Cantamos, gritamos y aplaudimos. Minchiña me pide poder ver todo lo que está pasando, así que la subo a mis hombros muy a pesar de mis cervicales. ‘¡La fiesta, mamá! ¡Las chicas!‘. A unos metros de nosotras, una enorme fila de mujeres con tambores nos animan a seguir sus cantos. Yo no dejo de pensar: por todas ellas, por las que se han ido antes de tiempo y a manos del machismo, por las que nos quedamos y, ante todo, por las que se quedarán en un futuro.

 

Levanto la mirada y bajo el sol de mediodía veo la cara de mi hija. Ella aplaude sin soltar uno de los globos que unas chicas que nos acompañan le han regalado. Donde ella ve una fiesta a pleno día yo empiezo a sentir un auténtico movimiento social. Necesito esta dosis de empoderamiento cada día, ¿cómo he podido yo entender el mundo sin este sentimiento tan fuerte en mí?

Hemos llegado a la Plaza Mayor de la ciudad, y como podemos entre tanta gente tomamos posición para no perder detalle de todo lo que ocurre. La música y las reivindicaciones continúan. Empiezan a dolerme la garganta y las palmas de las manos, pero estoy eufórica. Minchiña me sigue, ahora ya de pie a mi lado. Me agacho junto a ella y le digo ‘cariño, hoy estamos diciendo que todas somos súper heroínas, que somos fuertes y nadie nos va a ganar‘. Ella se gira en pleno baile y me responde ‘¿cómo LadyBug?‘. Mi amiga y yo rompemos a reír. Es su forma de ver las cosas… y si así lo comprende, bienvenido sea. ‘Sí, todas somos LadyBug‘.

Los tambores cambian de ritmo y todas respondemos al unísono a las preguntas que una de las portavoces lanza al viento. ‘¿Cuántas habéis sentido miedo al regresar a casa de noche?‘, ‘¿a cuántas os han despedido estando embarazadas?’, ‘¿a cuántas os han llamado frescas por vestir con minifalda?‘… A cada respuesta mi sangre hierve más y más. Miro a mi alrededor y siento que todas estamos pasando por lo mismo. Rabia, tristeza, pero sobre todo, fuerza.

A mi hija se acercan muchas mujeres dispuestas a celebrar junto a ella que siendo tan pequeña esté viviendo ese momento con tanta emoción. Obviamente ella todavía no entiende el daño que el machismo está haciendo al mundo, pero ya es una más entre cientos de miles de mujeres dispuestas a dar un giro a la sociedad.

 

Perdemos la noción del tiempo. El sol brilla con más fuerza que nunca y a la plaza no dejan de llegar más y más chicas. Un grupo de estudiantes se sitúa junto a nosotras. Entre ellas comentan indignadas sus motivos para apoyar la manifestación. Se cuentan auténticas barbaridades por la que han pasado, apenas son unas niñas adolescentes. Esto tiene que cambiar, soy más consciente que nunca de que la realidad no es solo la que tenemos en casa, sino la de todas las que nos rodean. Sororidad.

Minchiña me pide agotada que la vuelva a sujetar entre mis brazos. Llevamos más de dos horas y su pequeño cuerpo ha bailado y chillado como pocas veces antes. Me dispongo a abandonar la plaza cuando escucho a mi pequeña enfadada ‘no mamá, vamos a la fiesta, ¡somos LadyBug!‘. Sus párpados empiezan a caer, no puede más.

De vuelta a casa no dejo de pensar. Me culpo por las mil tonterías que he dicho o he pensado en toda mi vida, me avergüenzo de tantas ocasiones en las que no he defendido a las mujeres como tendría que haber hecho… Prometo un punto y a parte. El feminismo tiene que ser cosa de todas, desde la primera a la última, sin medias tintas ni peros.

Esa tarde Minchiña cuenta a todo el mundo su propia historia del 8M. ‘Era la fiesta de las chicas, todas fuertes y gritaban, y otras se daban abrazos‘. Mujeres unidas con un mismo y único fin, eso es, lo ha comprendido. ‘Y tú, mi vida, eres una más‘.

Mi Instagram: @albadelimon

Fotografía de portada