A veces tomamos decisiones y a veces son las decisiones las que nos toman a nosotras.

De todas las que he tomado yo, las mejores y más liberadoras fueron las de soltar, las de dejar ir. SIEMPRE.  Aunque se fuesen entre lágrimas y bastante dolor. Aunque las tomase con miedo. La mayoría de las cosas bonitas de mi vida, las he empezado con miedo.

Las que me tomaron a mí, sin embargo, en vez de soltar, agarraban. Por las que me dejé llevar sin ser quizás consciente de lo que realmente implicaban, significaron siempre ataduras. Cadenas disfrazadas de lazos.

Es mejor tomar a que nos tomen (en todos los sentidos). Y si no sale como esperamos, no pasa nada. Tomamos otras y recalculamos.

Nada de lo que había planeado me salió según lo previsto y ¡menuda suerte! porque me está yendo muchísimo mejor.

Si la vida hubiese sido lo que deseaba de pequeña, es más que probable que a estas alturas estuviese muerta de aburrimiento, o peor aún… resignada a una existencia mediocre.

La expresión ni siquiera es mía, es de un ligue de hace años. 

Hablábamos mucho de nuestra vida y nuestros sueños y él siempre me decía que lo que más temía, era resignarse a vivir una existencia mediocre.

Casarse con la novia de toda la vida con la que ya no tienes ninguna ilusión común y hace años que no te la pone dura (seguramente tú a ella tampoco la excites lo más mínimo). Tener hijos (¡ojo! Simplemente tenerlos, no disfrutarlos, ni criarlos). Un trabajo que detestas y te deja tan poco tiempo libre que te obliga a abandonar todas tus aficiones y reducir tu vida social a cero de lunes a viernes. Móvil y coche de gama media/alta. Ropa y playeros caros.  Llegar tan fundido al fin de semana que no te apetezca nada, y menos, la paella del domingo con los suegros, que de vez en cuando está bien, no digo que no, pero ¿todos?, por no hablar de la compra semanal de los sábados.

Las ganas de mandarlo todo a la mierda y empezar de cero todos los días de la semana. Todas las semanas de tu vida.

Yo me reía de él, y le decía que a mí eso nunca me pasaría. Era una cínica de cojones. Incapaz de reconocer que mi existencia era bastante mediocre en general y yo estaba resignada a que siguiese siendo así.

No pain no glory.

Fue pasando la vida, fueron pasando cosas y fui pasando yo. Una hostia a mano abierta que me puso a vivir.

Hasta ahora. Que, si lo pienso, me siento bastante plena. Siempre faltan cosas, pero la mayoría de los quesitos importantes del trivial de la vida, los tengo. 

No sé si me equivoqué mucho o poco, si di rodeos, si me perdí más de lo que debería o si tardé demasiado. No creo que se pueda llegar tarde a un sitio al que ni siquiera sabes que vas, un sitio dónde nadie te espera. Sorpresaaaa!!

No sé cómo llegué aquí, pero sé que me gusta este sitio. Y aunque a veces no sepa cómo estoy, sé que no estoy resignada. Sé que se pueden cambiar las cosas, y sé que, gracias a diosa, nada salió como había soñado.

 

La Vetusta bloguera