Abrimos la relación y me enamoré de otro señor

 

Cuando tenía siete años le pedí a mis padres que me regalaran una maquinita de esas para ponerle tu nombre o el texto que quieras a las cosas. La verdad es que no sé ni cómo se llaman. Yo la había visto en la oficina de mi madre y se me antojó una para mí. Desde entonces no he parado de ponerle nombre y etiqueta a los objetos. Me gusta saber qué es cada cosa, saber de quién es, dónde se guarda… Me gusta etiquetar, adoro etiquetarlo todo. Vale, lo mío roza la obsesión. Pero os lo cuento para que entendáis que no se trata de una manía superflua. Es una necesidad, mi cerebro necesita ordenar, clasificar y saber qué esperar de las cosas. Y si esto es así con nimiedades como los botes de especias, los tápers o los cajones del armario, imaginaos cómo soy con las relaciones.

 Abrimos la relación y me enamoré de otro señor
Foto de Shvets Production en Pexels

Y ahora imaginaos que me enamoro de un chico, y que parece que él se enamora de mí. Que pasan los meses y me vuelvo medio loca porque no nos definimos. Entonces le presiono y llegamos al acuerdo de que somos novios. Que estamos bien y tenemos una relación exclusiva porque eso es lo que suele hacer la gente en nuestra situación. Y, en gran parte, porque yo se lo pido directamente, me temo. El caso es que lo que iba bien, de pronto ya no lo va tanto. Somos polos opuestos. Yo necesitaba definir y él sentirse libre. Qué cosas, eh.

Pero como estoy pillada y no le quiero perder, me esfuerzo en poner de mi parte. Vamos, que, aunque me cuesta la vida, cuando él me plantea su gran idea para solucionar lo nuestro, acepto con los ojos cerrados.

Y así fue como me de repente me encontré en una relación abierta. Ole, ole y ole.

 

Abrimos la relación y me enamoré de otro señor

 

Yo quería advertirle que eso no iba a salir bien. Me imaginaba muriendo de celos, pensando en todo lo que estaría haciendo por ahí y en que no podía ni enfadarme. Le había dado carta blanca a sabiendas de que yo no iba a hacer uso de la mía. Hombre, por favor, ¿dónde se ha visto eso de tener novio y seguir liándote con otros? Ni de coña, no era capaz. Bastante tenía ya con ver a mi chico tan feliz. O sea, feliz es poco. Estaba… radiante. Y atento, cariñoso. Si dejabas a un lado el rollo de que pudiera estarse acostando cada día con una chica diferente, nuestra relación nunca había estado mejor. Así que, cambié el chip ¡con lo que eso me costaba!

Seguro que yo también podía disociar el amor del placer. A la mierda todo. Tenía que empezar a liarme con otros tíos.

Como, por ejemplo, el tipo ese del gimnasio. El que me miraba el culo con descaro y no se lanzaba a venir a hablarme porque yo le miraba con aquella cara de ‘ni se te ocurra’. Ea, qué coño. Me iba a mostrar disponible, a disfrutar del coqueteo y, si todo salía según el plan, del folleteo sin compromiso, también. Luego me buscaría otro gimnasio, ya si eso.

Lo hice. Flirteamos unos cuantos días. Quedamos para tomar unas copas. Nos enrollamos. Me cagué toda, me eché para atrás. Pero volvimos a quedar, era cuestión de pillar confianza. En dos o tres citas, me sentiría a gusto para irme a la cama con él. Y luego volver a casa con mi novio a ser felices juntos. Maravilla pura.

 

Abrimos la relación y me enamoré de otro señor

 

Llevaba un par de meses quedando con el chico del gimnasio para cuando me acosté con él. Y repetí a los dos días, y varias veces la semana siguiente. Y un día me di cuenta de que tenía más ganas de ver al tío con el que tenía sexo ocasional sin compromiso, que al chico con el que tenía una relación sentimental.

¿A que las relaciones abiertas no funcionan así? ¡Se lo había dicho! Le había avisado de que eso no era para mí. Creía que acabaríamos rompiendo por culpa de mis celos y paranoias, no que poco después de que abriéramos la relación, yo me enamoraría de otro señor. Pero eso fue exactamente lo que pasó.

 

Anónimo

 

Envíanos tu historia a [email protected]

 

Imagen destacada