Hoy he vuelto a mirar nuestras fotos. Aquella en la que me mirabas y sonreías y yo sabía a ciencia cierta que eras feliz. He intentado escribirte miles de veces, explicarte por qué me fui. Pero no sé como pretendo que lo entiendas si ni siquiera yo lo sé.

Éramos perfectos, ¿verdad? Tus manos enredadas con las mías entre las sábanas de mi habitación. Mis dedos trazando mapas en tu espalda. Mi lengua saboreando cada centímetro de ti.

Fue un verano eterno. Un verano de sol, de risas, de besos inexpertos. Segundos que daban paso a horas, horas que se convertían en días si me las pasaba anidada en tu pecho.

No quiero que esto se acabe– te susurré, repasando con los dedos tu marca de nacimiento.

Y tú me miraste y callaste. Te callaste porque éramos un precipicio. Te callaste porque éramos lo más jodidamente perfecto que habíamos conocido nunca y aún así estábamos predestinados a ser silencio. 

Y a veces te juro que la rabia me ahoga. Y maldigo a los aviones, a los kilómetros y a cualquier puto motivo que me alejó de ti.  No espero que entiendas por que me fui, como yo te he dicho, a veces ni yo lo hago. Sólo quiero que sepas que te echo de menos. Claro que lo hago. Es como si todo lo que vivimos se hubiera convertido en una punzada al fondo del corazón, y a veces, cuando suena nuestra canción en la radio, te clavas tan adentro que no sé si podré volver a respirar.

Alejarme de ti ha sido lo más duro que hice jamás. Fuiste un sueño y te prometo que jamás tuve intención de despertar.

noche de estrellas