Durante la infancia y la adolescencia tuve algunos problemas en mis relaciones con los otros niños y chavales de mi entorno. Sufrí acoso escolar en el instituto y, aunque mejoró cuando me cambié de ciudad, todo lo que pasó durante esos años se me quedó dentro de alguna forma. Ahora tengo 39 años y todavía arrastro el trauma y los miedos. Sigo sintiéndome como una niña pequeña que no encuentra su sitio, que no encaja en ningún lado. Todavía hoy me cuesta relacionarme. Una parte de mí siempre está alerta, atenta a las señales de que algo no va bien conmigo. Monitoreo las reacciones de mis amigos conmigo y con el resto de nuestro círculo.

Me paso la vida calculando si doy en la medida en la que recibo. No quiero pasarme, pero lo que menos quiero es quedarme corta. No quiero que nadie se enfade conmigo ni que puedan reprocharme nada.

Mucho más a menudo de lo que quisiera admitir, me entra la paranoia y siento que no me quieren como a los demás. Que soy menos amiga que otros o que, dentro de mi círculo, lo que me une a los otros es más débil que lo que los une a ellos entre sí. Buf, no sé ni si me estoy explicando. Lo que quiero decir es que nunca me siento a gusto y feliz con mis amistades. De alguna forma, me paso la vida esperando a que en cualquier momento me den la patada y me quede sola.

Y, si esto es así con las personas que forman parte de mi vida, qué os voy a contar de cómo va con las que me relaciono menos o a las que estoy conociendo. Qué maldito estrés. Es agotador estar todo el tiempo calibrando a los demás, calculando qué partes de mí puedo mostrar y cuáles debo ocultar. Pensando si les gustaré más así o asá. Intentando caer bien a todos y a cada instante.

Creo que, a estas alturas de mi vida, ya está bien. Suficiente.

Basta ya de moldear mis necesidades y mi personalidad en función de las que creo que son las preferencias de los demás. Algunas tenemos que entender que no podemos obligar a la gente a querernos. Es que es imposible, además.

No podemos pretender caerle bien a todo el mundo. Como tampoco podemos obligarles a que nos quieran. Las relaciones van y vienen. El cariño a veces se va difuminando. La gente cambia, evoluciona y, en ocasiones, va dejando personas atrás. Es normal, nos pasa a todos ¿verdad?

Tenemos que asumir que esto es así y que nadie, absolutamente nadie, está exento de ello. No podemos obligar a que nos quieran, ni podemos evitar que alguien deje de hacerlo.

Ahora bien, esa no es tarea fácil. Cuesta reprogramar nuestras mentes inseguras para que comiencen a funcionar de forma diferente.

 

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