Como cada año, con la llegada de la Navidad el karma me castiga y me pongo mala. En 2016 fue gastroenteritis, en 2017 fue una faringitis y este año ha tocado un catarrazo con otitis.

Sé que lo suyo habría sido reposar, pero mis amigos y yo teníamos preparada la cena de Navidad desde hacía un mes, y no los veo en todo el año porque cada uno vive en una punta de España.

Les avisé de que iba a ser la paciente cero y que probablemente todos pillarían el catarro, pero me dijeron que tenían muchas ganas de verme y que si me encontraba bien, fuese a la cena. En realidad no me encontraba muy allá, pero fui igualmente. El espíritu navideño se apoderó de mí.

Llegué, les abracé y me pasé toda la cena bebiendo agua, porque lo último que quería era pillarme un pedo. El problema es que a medida que pasaba la noche y comía más y más, me empecé a encontrar mal. El dolor de oídos iba a más y ya no podía respirar por la nariz de lo taponada que la tenía. Después llegó la fiebre.

Yo soy una tía “dura”. Tengo tatuajes en zonas sensibles del cuerpo, me meto entre zarzas si hace falta cuando hago senderismo y tolero muy bien el dolor, pero hay algo superior a mí: los oídos. Como ya imaginaréis, estaba tan en la mierda que me despedí, cogí el coche y me fui a Urgencias.

Llegué y no había ni Perry. Estaba vacío. Por lo menos sentí cierto alivio en la conciencia al no colapsar urgencias por una fiebre y una otitis. Di mis datos y el médico me llamó. Cuando salió por la puerta todo el embotamiento mental que tenía por la fiebre desapareció. Estaba buenísimo.

No sé si fue el efecto “bata blanca”, los 39º de mi cuerpo (1 más si contamos lo cachonda que me puse) o la sonrisa de ese tío, pero se me puso el pussy como un jacuzzi.

De primeras no dije nada, obviamente, porque es su lugar de trabajo y me parecía sumamente inapropiado. Sin embargo fui muy simpática, hice bromas y el me las devolvió. Noté cierto tonteo en el aire, pero bastante reprimido tanto por su parte como por la mía teniendo en cuenta las circunstancias.

Te voy a recetar unas gotas para los oídos, seguro que te van bien.

Y mientras hacía la receta de las gotas y las doscientas pastillas que me estoy tomando ahora, empezamos a hablar de manera más informal.

– ¿Vienes de una cena? Es que vas muy arreglada.

– Jejeje, sí, pero no ha durado mucho. Por lo menos la comida estaba buena.

– ¿Y dónde era?

– Pues en el restaurante *******.

– Anda, pues mañana tengo yo cena con unos amigos allí.

– Es que es el mejor de toda la ciudad.

– ¿Eres de aquí?

– Sí, pero vivo en Zaragoza.

– Anda, que casualidad. Yo soy de Zaragoza pero vivo aquí. Bueno, si me ves por Zaragoza salúdame…

– Y si tú me ves por aquí, salúdame.

Y llegó el momento de despedirnos…

Me fui a mi casa con la mosca detrás de la oreja. No había pasado nada súper obvio, pero el chico me había gustado mucho y noté que era recíproco. Me pareció divertido, interesante y empático, y me preguntó cosas que otros médicos no me habían preguntado. Además, me sentí súper cómoda. Sea como sea, la cosa se quedó ahí y yo pensé que no le volvería a ver.

Sorpresa la mía cuando al día siguiente me lo encontré en un bar. Cabe decir que mi ciudad es enana, pero de repente me giré y entré la multitud estaba él. Me vio y vino a saludarme.

Uy, tú no deberías estar reposando…

– Las tapas dan salud, ¿no?

– Jajaja eso creo.

Y empezamos a hablar hasta que sus amigos le llamaron para irse a la cena. Cuando pensaba que la cosa se iba a quedar en una anécdota, me dijo…

– Oye, espero que no te parezca mal o incómodo, pero me das tu número de teléfono.

Obviamente se lo di. Ya hemos quedado varias veces y no sólo es divertido, guapo y tierno, sino que además es un empotrador. El tío me gusta mucho y parece que yo a él también, y aunque apenas nos conocemos siento mariposillas en el estómago (tal vez es por el catarro).

Moraleja: nunca sabéis dónde encontraréis un tío que os empotre. A veces incluso tendréis unas pintas de mierda, ojeras hasta el suelo y la nariz roja y llena de pielecitas. Todo eso da igual. Lo importante es estar cómoda con una misma y con la otra persona. Después todo fluirá.

Autora: desafortunada en la salud, afortunada en los polvos.