¿Creéis en la reencarnación y en el reencuentro de almas de una vida a otra? Hace años estuve leyendo cosas al respecto y, aunque todo me pareció muy bonito, no dejé de verlo como mera ficción.

Hasta que empecé con mi pareja, y comencé a dar credibilidad a esa posibilidad.

Yo no guardo los detalles de ese primer encuentro, pero cuando nos conocimos él ya le comentó a su compañero la potente sensación que tuvo de que yo le resultaba extremadamente familiar, como si me conociera de toda la vida.

Después de aquello, no volvimos a coincidir en un par de años. Y si no es por la casualidad (o el destino), igual nunca lo hubiéramos hecho:

Esa tarde, me equivoqué en los horarios de un examen que, horror, ya había sido por la mañana. Algo así nunca me había pasado antes y al encontrarme las aulas vacías y ser consciente de mi error, me fui de la uni, chafada después de tantos días de estudio y sufriendo porque solo me quedaba una única oportunidad para sacarme la asignatura ya en septiembre.

Camino a mi casa, sumida en ese mar de pensamientos, nos encontramos de bruces al doblar una esquina.

Es curioso cómo se pueden interpretar las cosas.  Ese encontronazo casual fue justo delante de un quiosquillo de lotería. En ese momento, esto pasó desapercibido para ambos.  Pero hoy en día, al recordarlo, me parece simbólico ese escenario, como una de las muchas señales que han rodeado nuestra historia.

 

Raphel anuncio Navidad
Me había tocado la lotería y no lo sabía

 

En ese encontronazo, aprovechamos para hablar de trabajo. Él estaba con un nuevo proyecto y, al ser de mi sector, había estado acordándose de mí para participar en él, pero nunca había conseguido mi número de teléfono a pesar de haberlo intentado.

Parecía que yo había tenido que confundirme con un examen para estar allí en ese preciso momento. Y así, concretamos nuestra primera colaboración juntos que se alargó durante todo ese verano.

En todo ese tiempo, no se nos pasó por la cabeza otra cosa que no fuera trabajo codo a codo y una profunda conexión amistosa que había fluido de inmediato.

Ambos estábamos centrados (o más bien empecinados) en reparar y mantener nuestras ya fallidas relaciones actuales y nos era imposible mirarnos con otros ojos.  Aunque había pequeños atisbos:

Una tarde, a última hora de la jornada, me estuvo hablando de su padre con emoción intensa. Fue la primera vez de tener consciencia de sentir algo especial, distinto a todo lo que conocía hasta entonces en mis otras relaciones.

Pero en ningún momento identifiqué este sentimiento extraordinario como romántico o amoroso.

Había entre nosotros mucho contacto físico por el trabajo que realizábamos, y tampoco me daba cuenta de que cuando nos rozábamos, percibía su tacto y energía de manera diferente a lo que sentía con el resto de personas: se trataba de una atracción tan intensa, no sexual (aunque más adelante se ampliase también a esta) pero sí muy corporal, al mismo tiempo.  Como si nuestras pieles (o lo que hay debajo de estas) fueran potentes imanes que se empujan a juntarse.

Después de este verano, yo regresé a mis clases y él continuó trabajando, si bien en alguna ocasión me volvía a llamar para cosillas puntuales a las que por circunstancias no llegué a incorporarme.

Hasta que un año y medio después y habiendo acabado yo la carrera, volvió a buscarme por trabajo y… ya nunca volvimos a separarnos.

 

 

No, todavía no hubo romance.  Aún tardamos unos cuantos años más en cruzar esa línea de la más pura amistad hacia otros terrenos, pero la complicidad y cercanía nunca dejaban de ir en aumento.

A estas alturas, nuestras respectivas relaciones de pareja ya habían fracasado abiertamente y los dos éramos por fin conscientes de ello, después de tanto lucharlas cada uno por nuestro lado.

Pasaron esos añitos, cada uno con sus vidas y sus cosas, pero siempre juntos. Y sin ninguno de los dos saber exactamente cuándo y cómo había sucedido, un buen día empezamos a mirarnos mutuamente con otros ojos.

Comenzó un flirteo entre ambos que nunca antes había existido: una apertura de nuestros corazones insólita que nos hacía contarnos secretos nunca antes desvelados.

Se despertó entre nosotros un deseo sexual que -al menos conscientemente- nunca antes había existido.

Y, después de un tiempo flipando por separado en silencio con lo que estábamos empezando a sentir, ocurrió lo inevitable y, al mismo tiempo, inesperado para cualquiera de los dos anteriormente.

 

 

Si en el pasado nuestra historia ya estaba plagada de casualidades, de sincronías o de “señales” como empezamos a llamarlas desde entonces, a partir de ese momento se empezaron a desbordar ante nuestros ojos y sentidos.  O quizás simplemente ahora estábamos más atentos a todo esto que antes nos podían haber pasado desapercibido.

Había cada vez más conexión a todos los niveles: nuestro abrazo era perfecto, y en verdad siempre lo había sido: yo no había conocido antes la sensación de que un cuerpo encajase con tanta perfección con el mío, como si fuésemos las únicas dos piezas de un rompecabezas y siempre me hubiera tropezado con las equivocadas.

Esa misma conexión también ocurría entre nuestras mentes: podíamos leer perfectamente nuestras respectivas miradas, y creo que siempre pudimos pero nunca antes nos habíamos parado a hacerlo realmente.

A veces, nos podíamos leer sin estar juntos físicamente.  Sentíamos que el  lazo que nos unía era irrompible y siempre lo había sido, incluso percibiendo que ese lazo nos unía desde mucho antes de conocernos terrenalmente.

Todo, para los dos, era completamente nuevo y distinto, y ambos reconocíamos haber estado (o al menos, haber creído estar) enamorados en el pasado.

Pero notábamos que lo nuestro era y siempre había sido otra cosa.

La historia siguió repleta de casualidades continuas, dejavus, sucesos simbólicos…

Llegamos a tener sueños similares al mismo tiempo cuando no estábamos presencialmente juntos (a veces, hasta los anotábamos para mostrarlos al mismo tiempo y que así ninguno de los dos pudiera tener oportunidad de hacer trampas).

Descubrimos coincidencias espectaculares.  En nuestras historias, en las de nuestras familias, en nuestros pensamientos…

Pero fue una en especial la que, como gota que colma el vaso, nos hizo plantearnos por primera vez la idea de la reencarnación y del encuentro de almas de una vida a otra:

Yo estaba obsesionada, desde niña y sin ningún motivo, con los tangos.  Me sabía todos, había ido durante años a clases de bailes de salón para dominarlos, los cantaba, los tocaba con mi piano.  Se puede decir que era (soy) una friki de los tangos.

Un día, se lo confesé y le hice un recital improvisado al piano, y él se quedó blanco.

Me enseñó fotos de sus largas estancias en Argentina de mucho antes de conocernos.  Había pasado allí largas temporadas desde que era niño por distintos motivos que no tenían conexión entre sí, pero la vida le había acabado llevando allí en distintas ocasiones.  Como si algo profundo siempre le hubiese unido a esa tierra sin saber el qué exactamente.

La misma intuición que a mí me había sucedido siempre por el fuerte latido que sentía a través de esa música típica del país.

 

 

A estas alturas, nos seguimos preguntando si habremos coincidido allí precisamente en otras vidas, si ya nos habíamos amado antes y estuviésemos predestinados a encontrarnos una y otra vez.

Y disfrutamos de estos pensamientos, aún con una pizca de incredulidad (“seguramente haya una explicación científica” nos decimos a veces) pero, en el fondo, hay algo más poderoso que nuestra mente racional y que nos hace creer -o más bien sentir- que nuestras almas se conocen y se aman desde hace muchas vidas.

 

Anónimo