No sabéis lo que me cuesta poner esta historia en palabras pero al mismo tiempo, siento la necesidad de sacar de dentro esta vivencia que ha marcado completamente mi vida.

Sonia y yo éramos amigas desde el instituto. Nos conocimos en la misma clase y, como Forrest Gump y Jenny, en seguida nos convertimos en uña y carne. Era, con mucho, mi muy mejor amiga.

 

 

A su lado me sentía segura y querida. Era una persona dulce, tranquila, comprensiva, que siempre estaba pendiente y ahí para los demás.

Ninguna de las dos éramos precisamente populares en el instituto. Más bien, pasábamos desapercibidas. Aún así, teníamos un grupo de amigos de lo más majo con el que nos gustaba hacer planes y pasar el tiempo.

Sonia tenía una situación complicada en casa. Sus padres estaban divorciados y no lo habían hecho de buenas maneras precisamente. Su madre se había quedado tocada desde entonces y sufría distintas depresiones. Sonia, más que una chica joven y despreocupada, se comportaba como una mujer madura que debía estar pendiente de cuidar a todo el mundo.

 

salud mental

 

Aún así, nunca me pareció infeliz ni fui consciente de sus luchas interiores.

Era hermética en cuanto a toda esa parte oscura de su vida y todo lo contaba desde la sonrisa y la alegría. De hecho, se refugiaba mucho en el aspecto cómico de las cosas desde el que desdramatizaba cualquier problema.

Cuando sus amigos estábamos depres, no había mejor terapia que pasar un rato con ella. Por un lado, escuchaba de verdad y sentíamos que respetaba y daba lugar a nuestras emociones. Pero siempre acabábamos riéndonos a carcajadas, de nosotros mismos y de nuestra situación. Era especialista en que consiguiéramos relativizar las cosas y coger fuerzas.

 

quedar con mis amigas

 

Cuando dejamos el instituto, como es natural, nuestros caminos se separaron al emprender rumbos distintos. Pero como grandes amigas que éramos, nunca perdimos el contacto. Vivíamos en ciudades diferentes, pero nos escribíamos, nos llamábamos, y hacíamos por vernos como mínimo una vez al año. Cada vez que nos encontrábamos, era como si el tiempo no hubiese pasado. Y para mí, sus abrazos seguían constituyendo un bálsamo para mi alma.

Sonia estudió un módulo y en seguida comenzó a trabajar. En el transcurso de los siguientes años, su madre enfermó y murió un poco más tarde. Ella había comenzado una relación con un chico maravilloso, con el que tuve oportunidad de coincidir varias veces, y finalmente se fueron a vivir juntos.

Nuestros correos y llamadas se habían transformado en interminables audios de WhatsApp que nos enviábamos mutuamente y con bastante frecuencia, contándonos chismes, anécdotas de nuestro día a día y también nuestros problemas. Pero he de decir que yo solía ser la protagonista de estos últimos en la mayor parte de ocasiones. Siempre encontraba en ella la misma contención y refugio que antaño. Esto aún me sigue atormentando a día de hoy.

Cuando me casé, ella ocupó una posición especial en la boda. La senté en la mesa familiar, puesto que yo soy hija única y así le regalaba públicamente ese título de hermana que yo sentía tan dentro.

 

a ver si nos vemos

 

No había nada que me indicase que algo iba mal. No vi ninguna señal de la tragedia que estaba a punto de suceder…

Una tarde del mes de abril («¿Quién me ha robado el mes de abril?» se convertiría desde entonces en mi canción) me envió un mensaje de audio, diferente a los habituales.

En él, simplemente me decía largo y tendido cuánto me quería, cuánto significaba yo y había significado en su vida. Era largo y con muchos detalles y recuerdos sobre nuestra historia juntas. Realmente era un audio alegre y lleno de amor. Pero terminaba de una manera inquietante:

“Prométeme que siempre lucharás. Que nunca te rendirás”.

 

Era una alusión a la peli de Titanic, muy entrañable para nosotras al ser una de las primeras que habíamos visto juntas y frase que, en muchas ocasiones, parafraseábamos.

Escuché el audio casi en el momento y respondí automáticamente por escrito “lo prometo, amiga”. Tenía lío así que aparté el móvil con la intención de, más tarde, contestar mejor ese mensaje amoroso improvisado, sorprendente y fuera de lo habitual, para que mi respuesta fuera recíproca en emociones y cariño.

Lamentablemente (y es otra de las cosas que no consigo perdonarme) ya no me dio tiempo.

Había pasado la tarde fuera de casa y mi móvil se había quedado sin batería. Cuando regresé, por la noche, lo puse a cargar mientras hacía cosas, con la intención de dirigirme a mi amiga en cuanto tuviese la carga suficiente para conectarlo. Además, quería contarle otras cosas como solíamos hacer.

Cuando por fin lo arranqué, mi vida se vino patas abajo. Empezaron a entrar llamadas perdidas, sin parar, una detrás de otra. Vi que las dos primeras eran de la misma Sonia, tan solo una hora después de nuestro último intercambio. Y después, una, otra, otra, otra, otra, otra…. y así sin parar, casi todas de su pareja y algunas de otros amigos comunes.

 

mujer con movil

 

Casi al mismo tiempo, las notificaciones de WhatsApp entraron solapándose unas con otras, con lo cual ni las podía ver bien. Entré, extrañada por el contacto del novio de mi amiga, y vi que solo me había escrito un mensaje: “Por favor, llámame en cuanto veas esto. Es muy urgente”.

Alarmada, iba a dejar todo para realizar su llamada cuando no pude evitar abrir las otras conversaciones de antiguos amigos.  Cuando leí las palabras “hospital”, “grave” e “intento de suicidio” mi corazón se hizo tan pequeño como un garbancito y noté que me costaba respirar.

No respondí. Llamé automáticamente al novio de mi amiga, que me explicó que se la había encontrado inconsciente al lado de un bote de pastillas (y una carta de amor y despedida dirigida a él, bastante similar al audio que a mí me había enviado) una vez que volvió de trabajar. Estaba totalmente histérico y descompuesto. A mí me pinchaban y no me sacaban ni una gota, estaba completamente en shock.

No se llegó a tiempo y Sonia murió poco después. Su precioso y joven cuerpo en el tanatorio, su entierro, la vida sin ella… todo me parecía TAN irreal. A día de hoy, todavía me cuesta creerlo. Y me va a costar mucho más superarlo…