¿Alguna vez habéis oído el típico caso de la persona que es declarada clínicamente muerta y milagrosamente acaba volviendo a la vida? ¿Alguna vez habéis escuchado sobre la visión de la típica luz blanca a la que se acude a través de un túnel?

Yo, que sí había oído hablar de todas estas experiencias pero nunca llegué a creérmelas y mucho menos a pensar que me sucederían a mí, acabé experimentándolas en mis propias carnes (aunque quizás sería más correcto decir en mi “alma”).

Todo ocurrió cuando acababa de cumplir mis veintiún años, y fue a partir de un fatídico viaje en coche en el que me trasladaba junto a mi familia (mis padres y mi hermano mayor).

 

 

Nos dirigíamos a unas merecidas vacaciones en la casa familiar de la playa cuando un coche, con un conductor que más tarde nos enteramos que iba bastante pasado de rosca, invadió nuestro carril y a mi padre, que conducía, no le dio tiempo a reaccionar, sufriendo un estrepitoso accidente entre los dos vehículos.

Yo no recuerdo absolutamente nada de aquello pero por lo visto nuestro coche salió disparado dando bastantes vueltas de campana…

Por suerte, tanto mi padre como mi madre, que iba en el asiento de copiloto, estaban relativamente bien. Mi hermano y yo habíamos recibido la peor parte pero era claramente visible, por mis heridas, mi estado de inconsciencia y el estado físico en que me encontraba, que yo era la peor parada.

Cuando los sanitarios llegaron allí, nos trasladaron inmediatamente al hospital priorizando mi caso, con la alarma de que estaba en estado crítico.

 

Hospital infantil

 

Seguramente ahí es donde empiezan los recuerdos que aún conservo de esos momentos…

Yo me encontraba completamente inconsciente y los médicos dicen que es imposible que me acuerde de nada. Pero siempre he tenido claro que esos recuerdos venían de “otra dimensión” o como queráis llamarlo…

Para empezar, no visualizo las imágenes viviéndolas en primera persona, sino que me veía todo el tiempo desde fuera, exactamente desde arriba.

Veía cómo me llevaban a toda prisa en una camilla por los pasillos del hospital, veía al resto de mi familia siendo atendida al mismo tiempo en otras estancias, histéricos y al borde del colapso. Veía a mi madre llorar sin parar y no dejar de preguntar por mi.

 

 

Al mismo tiempo, veía a un montón de gente que me empezaba a intentar reanimar, hasta que todos pararon y se miraron unos a otros tristemente.  Entonces me taparon y salieron de la estancia.

Oficialmente se me acababa de declarar muerta.

Lo asombroso de los recuerdos de estos momentos es que, cuando desperté y los contrasté al día siguiente, tanto con los miembros del equipo médico como con mis propios familiares, todos confirmaron que no solo eran ciertas las cosas que sabía que habían ocurrido durante mi reanimación sino en las salas adyacentes donde atendían a mis familiares. Cosas que era imposible que yo supiera de no haber estado allí.

 

 

Por ejemplo, no solo había podido “ver” lo que ocurría en los lugares de los hechos donde me encontraba en esos momentos. También tuve visiones de mi mejor amiga sacando al perro de su casa (cosa que casi nunca solía hacer ella), a mi abuela tendiendo la ropa lavada llevando puesta una bata de color rosa, o a mi primo pequeño montando una rabieta en pleno centro comercial ante la mirada desesperada de sus padres. Todo eso se confirmó más adelante.

Yo me sentía flotar mientras observaba todo desde arriba. No me sentía triste, ni preocupada, ni asustada. Era una sensación de calma y alegría desconcertante, de que todo lo que estaba ocurriendo era normal, estaba bien, y yo simplemente fuera una observadora sin ningún tipo de implicación.

 

mujer paz

 

Y, de repente, tras esos acontecimientos, apareció ante mí un enorme pedazo de cielo nocturno, de universo quizás, y un túnel se dibujó sobre él.

No decidí entrar, simplemente me recuerdo atravesándolo a toda velocidad, mientras ante mis ojos se proyectaban imágenes sobre mi propia vida, desde la más tierna infancia, en sus laterales.

Al final del túnel me esperaba una luz resplandeciente, redonda y atrayente, a la cual cada vez sentía más ganas de acercarme. Me sentí feliz, tranquila, plena.

 

 

Y, de pronto, sentí detrás mía una voz cálida y acogedora que me indicaba que aún no debía quedarme allí y que tenía que volver.

Comunicándome sin palabras, protesté porque quería permanecer en ese lugar, porque sabía que al regresar me esperaría el dolor físico y también el terrenal de los mortales que tan bien conocía.

No entendía nada (sigo sin hacerlo) pero tenía esa certeza…

No sirvieron de nada mis negativas, porque de pronto me volví a sentir empujada de vuelta a través del túnel a toda velocidad.

Lo siguiente que recuerdo es abrir los ojos y encontrarme postrada en una cama del hospital, rodeada de mis padres y del personal sanitario que me saludaban, sonrientes y emocionados.

 

 

Ante la sorpresa de los médicos, dadas todas las lesiones que presentaba, apenas sentí dolor en mi recuperación.

Emocionalmente sí anduve un tiempo algo rara, desconcertada, hasta que fueron pasando las semanas y, por fin, me estabilicé.

Hoy puedo decir que esta experiencia fue tan potente que cambió completamente mi manera de sentir y vivir.  Todo empezó a encajar y tener sentido para mí. Comencé a dar a las cosas la importancia que realmente tienen y a dejar de preocuparme por tonterías.

Y, sobre todo, perdí el miedo a la muerte y, sobre todo, a la vida.