Cuando estaba lidiando con los últimos créditos de la carrera (allá por el 2010), llevaba los nervios de punta y pasaba los días en la biblioteca hasta que me echaban a patadas para luego irme a mi piso compartido a seguir estudiando, tenía un compañero de clase con el que me llevaba genial que ese año no rascaba bola.
Durante los primeros años se había aplicado mucho, pero este último sabiendo que, en cuanto terminase, sus padres le obligarían a trabajar en el negocio familiar, había decidió tomarse el curso con calma. Era de los pocos de clase que vivía en la ciudad desde siempre, por lo que vivía con sus padres y no tenía el mismo nivel de independencia que muchos de nosotros. Es cierto que pasaba más tiempo en nuestros pisos que en su casa, pero él sí debía dar explicaciones en muchas ocasiones y eso le agobiaba bastante.
Eran varios los chicos de nuestro grupo de amigos que no acabarían ese año la carrera, así que él había decidido no presentarse a varios exámenes para poder quedarse un año más intentando vivir la vida.
Sus padres tenían una frutería y, sí o sí, tenía que hacerse cargo de ella al terminar. Sus padres lo chantajeaban emocionalmente con que su abuelo había levantado aquel negocio con mucho esfuerzo para que llegase a sus manos siendo como era en la actualidad (es cierto que era una empresa bastante conocida y tenía 5 o 6 tiendas en varias ciudades). Él, que soñaba desde niño con trabajar rodeado de libros en una biblioteca o en un archivo, que tenía tantas inquietudes, se sentía muy triste cada vez que pensaba en que sería para siempre El Frutero (así le llamábamos). Que se dedicaría a lidiar con la plantilla de un montón de tiendas que le daban igual, que se tendría que preocupar más del precio del níspero que de algún acontecimiento histórico importante…
Por todo esto y con bastante razón, desde mi punto de vista, había decidido dejar varias asignaturas pendientes, con intención de disfrutar de verdad un año más de libertad.
Llegaron los exámenes y, mientras yo me dejaba mi asignación semanal en valerianas y tilas para los nervios, él me esperaba tomándose unas cañas en el bar de en frente. Yo salía de los exámenes como en las pelis, despeinada, ojerosa y con la sensación de ir a acabar en un psiquiátrico. Y allí estaba él, con su cañita en la mano y su sonrisa despreocupada.
Pero entonces, llegó el día de las notas. Él ya sabía que los exámenes que había hecho los iba a aprobar, así que no pasó nervios algunos en esos días. Yo, que no podía con mi propio cuerpo, corrí a ver el tablón en cuanto vi pasar al personal de la facultad hacia el corcho. Estaba allí de primera y pude comprobar que mi trabajo había tenido su fruto y, aunque no saqué las mejores notas y alguna era mejorable, había sacado el curso limpio y tendría mi título de licenciada.
Entonces mis ojos se fueron a las columnas inferiores y empecé a comprobar las notas de mis amigos. Casi todos habían hecho un gran esfuerzo, pero muchos se quedarían un tiempo más a pesar de todo. Por inercia más que por interés, miré las notas de mi amigo. Sus sietes y ochos de siempre en las asignaturas a las que se había presentado no me sorprendieron en absoluto. Cuando mi vista se paró en aquellos tres nueves sentí un mareo. Tres asignaturas que él no había hecho, no había ido un solo día a clase, no se había presentado a los exámenes… ¡Y tenía un 9 en las 3!
Salí corriendo hacia el bar, donde sabía que estaría. Sé que él no tenía la culpa, pero yo estaba muy enfadada. Me había pasado meses recluida estudiando y podía aceptar que sacase mejores notas que yo, como siempre, pero no si no había hecho nada, ni siquiera presentarse a firmar. Llevaba tiempo planteándose hacerlo por si sus padres consultaban las notas no vieran aquellos NP en el cuadrante, pero decidió hacerlo así porque decía que sería un empujón para tener aquella conversación que llevaba años retrasando.
Llegué al bar y, detrás de mí se fueron agolpando el resto de nuestros amigos que le palmeaban la espalda a modo de felicitación. Yo no podía soportar tanta rabia, no podía gestionar que aquello estuviera sucediendo, no aguantaba verlo feliz riéndose de la situación. Sus planes se habían ido a la basura, pero tenía una de las mejores medias de la promoción no habiendo rascado bola en todo el año.
Creyó que alguien se daría cuenta. Hubo rumores de que había habido problemas informáticos en la última semana con el sistema de notas y que había habido varias quejas. Pero él se mantuvo en perfil bajo, sin llamar la atención hasta que supo que nadie se había percatado del error y tuvo su licenciatura junto a mí con una media increíble.
Con el tiempo aprendí a relativizar aquello y a reírme con él, pero en el momento quería abofetearlo. Hoy en día trabaja en una librería. Sus padres jamás le perdonaron el dejar la frutería y lo echaron de casa. Su hermana se quedó con el negocio muy feliz y él vio su sueño cumplido.
Y yo… Pues estoy feliz por él. Estoy segura de que, de haber hecho aquellos exámenes, no hubiese necesitado un error para haber subido su media.
Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.