Así fue la fiesta de pijamas más desastrosa de mi infancia

 

Era mi primera fiesta de pijamas. No tenía experiencia previa, aunque conocía en qué consistían los básicos de una fiesta de pijamas gracias a las series y la televisión. El término “fiesta de pijamas” o “pijamada”, a pesar de no haberla vivido, me entusiasmaba. Como nadie me invitaba a una, le di la tabarra a mi madre para organizarla en casa. Ella me sugirió aprovechar la oportunidad de mi siguiente cumpleaños para montar este formato de fiesta y me pidió el nombre de cuatro amigas para ir consultándolo con sus madres. Una de ellas, puso una condición: hacer una previa en su casa para que su hija, algo más miedosa que yo, entendiera el concepto y decidiera si se veía preparada o no para sumarse a mi cumpleaños. Cuando mi madre me trasladó la idea, me pareció increíble: de no haber vivido ninguna fiesta de pijamas, de repente, iba a contar con dos. ¡Un sueño!

Un sueño que pronto se convirtió en pesadilla

Amigas, fue horrible. Horrible, nivel, que salí de allí desestimando la posibilidad de realizar una “pijamada” por mi cumpleaños.

Mi madre me organizó la maleta de los sueños: pijama bonito, disfraces, maquillajes, lacas de uñas, juegos de mesa, juguetes. Un troley de viaje lleno de actividades que buscaban sumarse a los planes de mi amiga y su familia. Me dejó sobre las 6 de la tarde en su casa y entre madres se tomaron un café. En ese rato, nosotras jugamos, pero yo solo deseaba que mi madre se marchase y empezara la fiesta como tal. Y se fue. En cuanto mi madre salió por la puerta, la madre de mi amiga nos mandó a la ducha una a una: mientras una se duchaba, la otra cenaba una tortita de maíz untada en queso y una loncha de pavo. No sé vosotras, pero yo imaginaba una cena “chuli” de perritos calientes, pizza o hamburguesas, pero aquello era el desayuno de una influencer fitness. Después de la ducha y la cena, nos ofreció un vaso de leche y… ¡a la cama!

No me lo podía creer. ¿Y los juegos? ¿Y la peli? ¿No leemos un cuento? No había estado en una fiesta de pijamas nunca, pero estaba segura de que en ninguna fiesta de pijamas entraba el hecho de irnos a dormir a las 8 de la tarde. En mi casa, ni en plena época académica, me acostaba tan pronto. Sin embargo, la madre de mi amiga iba muy en serio. Me puso un colchón en el suelo, bajó la persiana, apagó la luz y cerró la puerta. Allí me dejó, con una amiga que se giró hacia la pared y se puso a dormir.

Era pleno verano, por lo que esa habitación cerraba estaba por lo menos a 45ºC. Además, allí dentro la oscuridad te asfixiaba. Empecé a sudar, a deshidratarme y me dio sed. Salí al exterior y la claridad me cegó: seguía siendo de día. Le pedí a la madre de mi amiga un vaso de agua y me dio una botella de 2 litros para que no volviera a salir pidiendo agua. Al beber de la botella, algo de agua se me derramó sobre el colchón y, al decírselo, me dijo que así dormía más fresquita. No me cambió las sábanas, me invitó a descansar sobre una superficie húmeda.

Me bebí los dos litros, o el litro y medio teniendo en cuenta lo derramado sobre la cama, y me dieron ganas de orinar. Al salir al baño, me cayó la bronca por andarme levantando “cada dos por tres”. Oriné en el váter, pero por si había “próxima ocasión”, aquella señora tuvo la poca vergüenza de darme el orinal de su hijo pequeño; el típico que usan los niños cuando empiezan a dejar el pañal. Me dejó orinal en la habitación y me dijo que ya no tenía excusas para seguir dándome paseos. A todas estas, mi amiga durmiendo.

Mi primer ataque de ansiedad

En algún momento de la madrugada, me consumió la ansiedad. Pensé que sería mi primera fiesta de pijamas, pero no: sufrí el que fue mi primer ataque de ansiedad. Allá sobre las dos o tres de la madrugada, empecé a llorar y a llorar tan intensamente que desperté a mi amiga y ella fue la que avisó a su madre, que dormía a puerta cerrada, con el aire acondicionado puesto, en la otra punta de la casa. Le pedí llamar a mi madre y ella se negó. Ahí se me rompió el corazón. No sabía cómo podía volver a casa. Me sentí vulnerable, sola, dependiente de una persona adulta que no parecía importarle mis sentimientos: tenía miedo y echaba de menos a mis padres. Volvió a cerrar la puerta, no sin antes pedirme silencio. Mi amiga se portó bien. Me dio una linterna y, susurrante, se puso a encerrarme unos cuentos hasta que me calmé. Me pasé a su cama, que estaba seca, y dormí junto a ella. Al día siguiente, por suerte, mi madre se plantó en casa desde primera hora de la mañana y le conté todo. Ella se enfadó mucho con la madre de mi amiga y, aunque la niña siguió siendo mi amiga, mi madre no le perdonó a aquella mujer la manera en la que nos trató.

Por mi cumpleaños, no hice fiesta de pijama, pero sí invité a mi amiga a una celebración de sándwiches y juegos en casa. Mi amiga, antes de irse, me dijo: “Me quiero quedar a vivir en tu casa”. El padre de la niña la escuchó, se la llevó al jardín y le pegó. Yo pasé la peor fiesta de pijamas de mi vida, pero para ella… Era su vida.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.