Así me ha cambiado la vida al ver de cerca la muerte

Siempre he sido de esas personas que hacen una montaña de un grano de arena. Una drama queen de manual. Pero no porque me guste revolcarme en mis miserias, sino porque mi cabeza tiene una tendencia natural al catastrofismo. “Trastorno de ansiedad generalizada”, lo llaman los que saben. Yo lo llamo simplemente “sinvivir”. Que si tengo celulitis; que si mira qué piernas; que si no sé hablar en público; que si no soy creativa; que si nadie me quiere; que si nada me sale bien; que si no valgo para esto… y así hasta el infinito. La vida convertida en una cadena de “problemas” que empiezan a cantar a pleno pulmón, sin excepción, a la hora de dormir. Porque sí, además tengo insomnio crónico.

Pues bien, hoy os traigo una solución infalible para acabar con todo eso. 

Dicen que la vida es lo que pasa mientras haces planes para el futuro. Siempre que no te den un diagnóstico que amenace con dejarte sin ese futuro, claro. No hay nada como un guantazo con la mano abierta para ponerlo todo en perspectiva. Y si a eso le sumas que las personas hipocondriacas vemos la muerte en cada esquina, el cóctel es letal nunca mejor dicho

LA VIDA

Hace un par de meses me detectaron un tumor que hay que extirpar, sí o sí. Y da igual que en el informe de la ecografía ponga que, por su aspecto, parece benigno. Yo no tengo una biopsia que lo confirme y, por tanto, la maquinaria de imágenes oscuras que es ahora mismo mi cerebro está funcionando a pleno rendimiento. 

Cuando supe de la existencia de mi pequeño alien empecé a negarme a hacer planes. Total, no sabía cuándo me iban a operar ni si iba a salir de esta. El optimismo por bandera en todo momento, ¡que no se note la ansiedad! 

La incertidumbre es algo que siempre me ha costado gestionar con objetividad, pero esta vez ha sido el repelente más eficaz contra cualquier mosca cojonera que ose no dejarme dormir. Los problemas del primer mundo que me atenazaban día y noche se han esfumado como por arte de magia.

De repente, me la sopla el tamaño de mis piernas, he perdido el miedo a expresarme en público, y he empezado a valorarme y a quererme sin condiciones. Tengo miedo a perderme, señoras, a perderme la vida. Y me ha entrado hambre, pero hambre de comerme el mundo. De hacer mil cosas. De aprender todos los días. De aceptar cualquier plan. De hablar con todo el mundo. De reírme a carcajadas. De comer sin miedo. De no dejar que pase ni un día más en ese piloto automático en que se convierte la vida mientras haces planes para el futuro. Porque no hay garantía de futuro. Ni siquiera estando sanas.

Hasta que lleguen los resultados de las pruebas y la intervención, me he propuesto agradecer y atesorar cada minuto que pase en este mundo. Apreciar lo chula que puede ser la vida. Y valorar lo feliz que soy, después de todo. ¿Quién se apunta?

 

Anónimo