Déjame decirte que la medida de la suficiencia no existe.
Que nadie puede ponerte nota.
Que no eres un examen de primero de bachillerato.
Que si alguien te hace sentir así no merece la pena, ya habrá quien te la quite.
Y que si algo te hace sentir así, tal vez no sea el momento.

Eres única con lo que consigues y con lo que no.
Tus logros y tus derrotas han hecho que hoy seas la persona que eres.

Me cambiaron de colegio cuando me tocaba ir a 1º de la E.S.O..
Mis padres no consideraban pertinente que una niña de 12 años estuviera en el instituto con chavales de 18.
En la primera evaluación saqué unos cuantos “suficientes”, y aunque había aprobado todo yo me puse a llorar como una descosida.
Mis compañeras me miraban extrañadas, había aprobado todo y en un cambio de colegio pues tampoco estaba tan mal.
Algunas chicas que habían llegado a suspender hasta cinco asignaturas me consolaban a mí desde la calma de sus suspensos, y deseando ser poseedoras de mis notas.
Yo solo pensaba en llevarle las notas a mis padres y en su decepción.

No pensaba en el esfuerzo que me había supuesto volver a hacer amigos de cero en plena preadolescencia, conocer a profesores nuevos, acostumbrarme a un colegio tan peculiar y diferente como lo es el Martín Códax, teniendo que recibir clases de dramatización siendo nueva, o cambiarme de aula en cada clase.

No valoré lo bien que lo hice en otros campos, y solo contemplé el único en el que había flaqueado.
Había tenido éxito en lo más difícil, y había patinado en algo que tenía solución.

Esta es una absurda anécdota insignificante de mi yo infantil evidentemente, pero es así extrapolándolo a otras situaciones cotidianas.
No vemos todo lo que conseguimos día a día, todos nuestros logros, nuestros pequeños éxitos.
Y sin embargo, nos obcecamos y le damos toda la importancia a las cosas en las que fallamos.
Pero déjame decirte, que eso nos hace humanos.
¿Acaso conoces a alguien que no falle?, ¿A alguien que nunca haya fracasado?, ¿A alguien que tenga éxito en todos los campos?.

Déjame decirte que está bien no ser siempre perfecta.
Está bien no serlo nunca.
Porque nadie lo es.

Está bien que te levantes un sábado a desayunar tu taza gigante de leche con Cola Cao y Chocapic, vuelvas a meterte en cama y desperdiciar toda la mañana. No, perdón. Y disfrutar toda la mañana entre pecados capitales como la gula y la pereza.

Está bien que te mires al espejo y odies las ojeras que hoy sufres por poner anoche un capítulo más de Merlí, porque te tiene enganchada tu pasión por la filosofía y, ¿por qué no reconocerlo?, los romances adolescentes.

Está bien que odies la letra de tus apuntes cuando escribes con boli BIC, porque sabes que única y exclusivamente tienes buena letra con boli Pilot de punta fina, el de toda la vida.

Está bien que mandes a tu novio a tomar por culo paseo, que te arrepientas al segundo de la bocaza que tienes, y corras a su cuello a intentar arreglar el pronto que tienes. Porque lo tienes para lo malo, pero también para lo bueno.

Está bien que hoy no soportes a tu mejor amiga, que es el ser más maravilloso del mundo y sin la que no puedes vivir, pero es que no te soportas ni a ti misma, y la quieres tanto como para evitar que tenga que aguantarte hoy.

Está bien que tengas una semana horrible en el trabajo y lo odies y al rato pienses en que eres una desagradecida porque en los tiempos que corren deberíamos agradecer al cielo por tener trabajo, aunque sea un asco (NO, no es así).

Está bien que te descargues el Tinder y lo borres unas 4 veces por mes, cuando llegan los domingos y esa mujer que presumes ser, que no necesita a nadie para ser feliz, flaquea un poquito cuando en el sofá solo hay manta y Netflix.

Está bien que a veces pienses en que quieres tanto a los tuyos que prefieres ser una maldita egoísta y el día que sea morirte tú antes para no tener que soportar sus ausencias, porque no sabes si podrás vivir con ellas. Que el miedo al qué pasará te deje sin respiración.

Está bien que no te apetezca cocinar y te bajes todas las aplicaciones de comida a domicilio para ver cual tiene la mejor oferta, y te tires unas 2 horas comparando para acabar pidiendo como siempre al McDonalds.

Esta bien, está genial.

Todo lo que te salga hacer, será suficiente.
Y quien pida más, es que no te quiere a ti.
Es que quiere la idea que tiene de ti.
Porque si pudieras o quisieras dárselo, ya lo habrías hecho.

Así que déjame recordarte una vez más, que no eres suficiente.
Porque no eres la nota de un examen que superar de nadie.

Tú eres el puto examen.
Tú eres la ecuación de tercer grado que resolver,
eres el complemento directo y el indirecto en la morfosintáxis,
eres la Primera Guerra Mundial que analizar,
eres el Oxígeno en la tabla periódica,
eres la tabla de mezcla de colores primarios,
eres un mapa mudo que rellenar con capitales,
eres el salto al potro que solo se consigue con trampolín.

Eres única, sin notas.

Marta Freire @martafreirescribe