Ni siquiera sé cómo empezar esto. No sé qué decirte. Sólo sé que has sido valiente. Mucho. Y me duele. Me duele cuando tratas de disimular que no estás rota, como si yo no me diera cuenta de que cuando te abrazas fuerte es porque te da miedo que se te caigan los pedazos, como si no fuera tan obvio que te desmoronas por dentro. Que tú que antes eras tormenta, ahora sólo eres agua en calma, sin fuerza, dormida, muerta.

Él se llevó todo y ahora estás vacía. Y si te miras en el centro de dónde salen todos los sentimientos, llevas tatuado su nombre.

Y sientes que has fallado, a ti, a él, a todos los que te querían. Lo has intentado tanto, pequeña. Has sido una guerrera. Te has caído mil veces y te has levantado todas y cada una de ellas, porque rendirse nunca fue una opción. Y aún así, sigues pensando que fue tu culpa, que algo hiciste mal. Que deberías haberlo intentado más, luchar con todas tus fuerzas aunque eso implicase perderse por el camino. Que tú no eres Hansel ni Gretel y él no es el camino de migas.

Pero déjame decirte que no. Que así no. Ya no. Déjalo ir, pero déjalo ir de verdad. Suéltalo aunque te mueras por dentro, aunque tengas que apretar los dientes porque piensas que se te muelen los huesos. suéltalo aunque tu mente te grite que puede funcionar, que va a cambiar, que sólo necesitas darle otra oportunidad.

Haz las maletas y huye. Huye de su piel, del hueco de su clavícula dónde tanto te gustaba apoyar la nariz. Huye de sus piernas, de sus dedos que se clavan en sitios que pensabas que jamás nadie sabría tocar. Y tócate tú. Quiérete tú. Sálvate tú, porque él no va a regresar.