REPARTE Y VETE (EN SILENCIO)

 

Hace unos días hice un pedido online de un par de cosas, entre ellas un acondicionador que no encuentro en ninguna otra tienda y que hace que mi pelo no pase de limpio a “trabajo en una freiduría” en menos de 24 horas. Una fantasía, vamos.

Pero lo que te vengo a contar no son las virtudes del acondicionador, sino lo que ha pasado en la entrega.

Llaman al telefonillo y el repartidor pronuncia mal mi nombre (nada nuevo bajo el sol). Acababa de levantarme, y no ha sido de esas veces que te levantas como si acabaras de pasar por una sesión de maquillaje y peluquería mientras dormías, no. Camiseta XXL casi a modo de camisón, cara de empanada y el pelo necesitando ya urgentemente la magia de lo que venía en el paquete.

Espero a que suba el repartidor y abro la puerta. Me lo encuentro con medio cuerpo en el ascensor, evitando que se vaya. Me pide el DNI, se lo digo, me da el paquete, doy las gracias (una tiene educación hasta dormida) y cierro la puerta. Hasta aquí nada relevante, una entrega normal y corriente como tantas otras, ¿verdad?

__________________________________

Una hora después, recibo un WhatsApp de un número que no conozco, diciendo hola. Ilusa de mí me emocioné pensando que sería algo de trabajo, quizá un nuevo cliente referido por otro. O quizá una amistad perdida en el tiempo que habría encontrado mi número en alguna carpeta vieja… Mi cerebro funciona muy rápido, pero lo que pasó no me lo esperaba.

Devuelvo el saludo y pregunto quién es, expectante. ¿Adivinas? El repartidor. Que como mi número estaba en el albarán, se tomó la libertad de enviarme un mensaje. Parece ser que le parecí “un poco maja” (palabras textuales), y como es nuevo en la ciudad quiere conocer gente. 

Ya la Ley de Protección de Datos la dejamos de lado porque el hombre quiere conocer gente. Claro que sí, si las leyes sólo están para llenar el BOE. Fíjate que no recuerdo, cuando indiqué mis datos de envío en la tienda, señalar la casilla de “Quiero que el repartidor me mande WhatsApp tras la entrega”. Tendré que prestar más atención la próxima vez.

Sé lo difícil que resulta conocer gente nueva, incluso aunque hayas vivido en la misma ciudad toda la vida, pero eso no es excusa para invadir la intimidad de nadie. Me pregunto si hubiera pasado lo mismo si un hombre hubiera abierto la puerta. Por desgracia no es exagerar decir que esto les pasa abrumadoramente más a las mujeres que a los hombres. Pero mucha gente dirá que esto lo digo por feminista de mierda.

¿Ahora ni en casa recibiendo un paquete podemos evitar mensajes indeseados? ¿Con qué libertad puedo rechazar a alguien cuando, sin mediar palabra apenas, ya tiene mis datos incluyendo dirección, teléfono y DNI? ¿Le envío foto de mi tarjeta por los dos lados y mi grupo sanguíneo para darle más poder aún? ¿Debo comunicar con la empresa de mensajería y explicar lo que ha sucedido? Si lo hago, ¿lo dejarán pasar o se meterá en problemas y perderá el trabajo? ¿Por qué coño me preocupa cómo afecten a alguien las consecuencias de lo que ha hecho por su cuenta, sin importarle si me estaba violentando? ¿Soy gilipollas o sólo cargo con la sensación de culpabilidad por no seguir el rollo a un hombre que el patriarcado me ha inculcado?

Y encima agradecida, porque con la cantidad de paquetes que recibo habitualmente, hoy es la primera vez que me pasa algo así. Pero qué triste es sentirse agradecida porque sólo ha sido una vez. 

Un mensaje a quien ha recibido mensajes indeseados con este método: no te sientas culpable por mandar, a quien sea, a la mierda. Lo que hace es ilegal y se pasa por el forro de la genitalia la LPD. Bloquea su número, comunícate con la empresa de mensajería para indicar lo que ha sucedido. No es tu culpa, no has provocado esa situación, no es tu responsabilidad las consecuencias que deba afrontar. No nos callemos ningún tipo de acoso.

Un mensaje a quien trabaja repartiendo paquetes: aprecio tu trabajo, no sabes cuánto. Respeto lo que haces y te respeto a ti. Te diré hola cuando abra la puerta, te daré las gracias antes de cerrarla, y si el día está jodidamente caluroso o has tenido la osadía de subir andando te ofreceré un vaso de agua fresca. Puedes hacer comentarios con el peso del paquete, el clima, e incluso si nos vemos con una cierta frecuencia puedes hacer algún chascarrillo fruto de esa “relación de confianza”. 

Agradezco infinito cuando me llamas para preguntarme si tardaré en llegar a casa para que puedas entregarme el paquete o si puedes dejármelo en otro lugar para facilitarme la vida. En serio. 

Pero una vez hagas la entrega, vete. Si me escribes o llamas cuando el paquete está en mis manos, que sea porque ha habido algún fallo y ese paquete no es mío, no porque quieras hacer amiguis o ligar conmigo. No te haces una idea de lo violento e incómodo que puede llegar a ser, ni de la inseguridad que puedes llegar a sentir.

Reparte y vete (en silencio).

 

Mamá no leas