Sí, yo fui una niña de los 90. De hecho se podría decir que todas aquellas que vivimos nuestra infancia y adolescencia durante esta década lo hicimos en un entorno extraño. Párate a pensarlo, veníamos de los 80 (¿alguien pone en duda que esta época ha dejado una huella imborrable en la historia?), y estábamos a un paso de que la revolución tecnológica de internet y las comunicaciones lo cambiaran todo. Eran otros tiempos, sí, pero también esos que nos marcaron por los cientos de oportunidades que nos ofrecieron.
Y en medio de esa etapa en la que apenas podíamos comunicarnos más allá del teléfono fijo o de quedar en el parque de siempre, nos las ingeniamos para que nuestras relaciones saliesen adelante. Nosotras no podíamos escribir nuestro estado de ánimo en Twitter o lanzar indirectas a nuestro crush con un muy poco sutil mensaje en Facebook. Más bien nos fiábamos de la red de amigo del amigo del amigo para que, al final, las cosas funcionasen. Teníamos imaginación a raudales, ya fuera para declararnos al chico que nos molaba o para simplemente plasmar nuestros sentimientos de una pre-adolescencia la mar de desconcertante. Y es que nuestras redes sociales no necesitaban de internet para funcionar como la seda.
El diario con olor a gominola
En los 90 siempre llegaba ese cumpleaños en el que alguien consideraba que era el momento. Llegaba a tus manos tu primer diario, páginas y páginas en blanco listas para que pudieras contarle todo aquello que – como diría Esperanza Gracia – nos inquietaba o nos perturbaba. Muchos de estos cuadernos estaban decorados con dibujos ideales de ositos y animalitos en tonos rosados, y los más buscados tenían ese olor a gominola dulce que tanto nos gustaba. Obligatorio por supuesto escribir en el diario como quien le habla a su mejor amigo, en mi caso doy fe de que incluso le pedía perdón por todos esos días en los que me había ido a la cama sin escribir ni una sola frase sobre mi aburrido día de clase en 5º de primaria.
‘Hola Querido Diario (de nombre Querido, de apellido Diario), perdona por no haber escrito todo el mes pasado ¿me perdonas? (espero que así fuera, no quiero ni imaginarme a Querido Diario tomando represalias por no haberle contado mis inquietudes con 10 años)…’
Cintas de cassette con las canciones que necesitaba escuchar
Otra de las vías para dejar salir aquello que teníamos dentro con las posibilidades que la época nos ofrecía. Un radiocassette y alguna que otra cinta virgen para crear nuestra playlist favorita. En esos momentos en los que los sentimientos empezaban a aflorar y de pronto todo lo que queríamos escuchar en nuestro walkman eran las lentas de los BSB o Take That, nos sentíamos súper mayores inventándonos la letra de ‘Wonderwall’ de Oasis o vivíamos la influencia de nuestros hermanos mayores con Nirvana. Lo esencial al final era crear un cinta de esas en las que no era necesario pasar de canción, y con la que al final terminábamos llorando un buen ratito dejando fluir nuestros sentimientos.
Las notitas en clase, el chat analógico por excelencia
Era como el Whatsapp pero mucho mejor. Pasarse notitas en clase para contarle a nuestra mejor amiga lo que nos había pasado en el patio con ese chico que nos gustaba se convirtió en un clásico inolvidable. Jugábamos además con el despiste, ya que la finalidad era que los profesores no nos pillaran. El papelito, un diminuto trozo de papel arrugado, terminaba siendo una locura de frases donde cada participante escribía en un color (¿no veis que no podía tener más similitudes con la app de mensajería?). Lo mejor de todo llegaba cuando uno de los trolls de la clase se hacía con la notita de marras y se enteraba de absolutamente todo ¡tierra trágame!
Las cintas VHS con cortes que nos molaban
Nacieron los sábados por la mañana y poco a poco se fueron convirtiendo en el canal perfecto para crear un contenido que podíamos ver en bucle. Las cintas VHS metidas en el vídeo y listas para grabar programas de televisión, actuaciones, videoclips… fueron todo un clásico en toda casa noventera con adolescentes que se precie. Al principio solo era contenido musical o por ejemplo aquel programa de Nieves Herrero en el que entrevistó a los Backstreet Boys sin tener mucha idea de quiénes eran aquellos chavalitos. Poco a poco el contenido de aquellas cintas fue a más, llegando incluso a sumar cortes sobre el rodaje de Titanic o escenas de las películas donde salían Devon Sawa o Leonardo DiCaprio. Todo valía ya.