Esta no es una historia de terror, pero bien podría serlo. De niña viví entre basura, ni más ni menos, aún no lo he superado psicológicamente pues las consecuencias siguen más vivas que nunca.

Mis padres se divorciaron de forma traumática. De forma salvaje y animal, volando todo por los aires y sin tener en cuenta que en medio de todo aquello había niños. Me parece absolutamente maravilloso que mi madre se liberara de aquel ser, pues él es una persona horrible, si somos honestos. Pero mi madre tampoco estaba totalmente bien, ni antes ni después de aquello.

Y sin alguien en casa que la obligara a limpiar, todo se desmadró. Cuando digo que viví entre basura, no estoy usando una metáfora, no quiero decir que los muebles fueran viejos o que no fueran de un estilo chic. Quiero decir que, literalmente, vivíamos rodeados de basura.

Lo único bueno de todo esto es que empezó a una edad tan temprana para mí que ya todo aquello me parecía normal. Además, mi madre no me dejaba ir a casa de ninguna amiga ni dejaba que nadie viniera a casa así que no podía comparar ni recibir comentarios sobre lo que estaba pasando. La única referencia que tenía era el cine o la televisión y viendo que los protagonistas de mis películas o series favoritas vivían en mansiones pues me quedaba claro que había muchas formas de vivir y que todas debían ser válidas.

Recuerdo un piso en el que vivimos que fue un absoluto caos en cada una de sus habitaciones. ¿Hacemos un room tour como las influencers? Venga, vamos.

Entrabas y lo primero que veías era un pequeño recibidor. Daba al salón, baño, habitación grande y cocina. En el recibidor solo había una pequeña librería sobre la que se acumulaban las cartas de las facturas y la propaganda que nos dejaban en el buzón. Durante varias semanas (podría ser incluso algún mes) en aquel pequeño baño se acumuló una montaña de ropa colocada estratégicamente sobre una fuga de agua que tenía el lavabo. Primero funcionó para no tener el baño encharcado cada mañana, pero al cabo del tiempo, cada vez la montaña iba pidiendo más ropa y acabó siendo un amasijo de trapos y moho. Los trapos, anteriormente habían sido nuestra ropa en perfectas condiciones, hasta el momento en el que se había puesto allí.

Pasemos a la cocina. Allí podíamos encontrar bolsas de basura que cubrían cada palmo de suelo. Entre ellas había un pequeño pasillito de tamaño suficiente para acceder al frigorífico y microondas. Los únicos dos electrodomésticos que se usaban en esa cocina. Sobre el fregadero – y cualquier otra superficie – todos los platos sucios, todas las sartenes y cubiertos, todos los vasos. Todo sucio y con restos de comida que se acumulaban durante semanas. No sé cuántas larvas de mosca puede ver una niña sobre los restos de un filete olvidado sobre la encimera de la cocina antes de perder el apetito para siempre.

Después la habitación grande donde dormía mi madre. La mejor habitación y la única medianamente habitable. De no ser por los ceniceros llenos de colillas y el horrible olor a tabaco. Creo que nunca vi su cama hecha y siempre tenía las fotos de mis hermanos y las mías boca abajo. 

Llegamos al salón, un salón minúsculo siempre lleno de polvo y de basura. Comíamos siempre allí, arrodillados junto a la pequeña mesa de centro. Dios, cómo odiaba esa mesa. Era horrible. Recuerdo comer pizzas, bocadillos, salchichas, pizzas, bocadillos, ah, ¿he dicho pizzas? Esa fue mi infancia.

Solo quedaban dos habitaciones. En la primera se encontraban apiladas todas las cajas que todavía no se habían abierto tras la última mudanza, el resto de muebles del salón que no cabían en el propio salón y una gran mesa de comedor que no podíamos usar por estar cubierta por más cajas y trastos varios.

Al fondo de la casa, la habitación de los pequeños. Con varios colchones que compartíamos varios niños, sábanas que no se cambiaban nunca, unos niños completamente descuidados y por los que absolutamente nadie se preocupaba. Y basura, mucha basura. No tenemos apenas espacio para jugar, no hablo ya de juguetes que tampoco, pero no podíamos dejar volar nuestra imaginación pues apenas si había sitio entre los colchones tirados en el suelo.

Toda aquella basura me acompaña a día de hoy en mi mente. Yo misma he desarrollado un trastorno de acumulación que me está costando muchísimo quitarme de encima. Y haber pasado aquello también hace que me salten todas las alarmas cuando en el cole de mis peques veo algún niño con la ropa sucia o un poco rota. Siempre ha sido rota o manchada ese mismo día, pero yo no puedo dejar de pensar si habrá algo más.

Mi madre no se ha recuperado todavía. Ella no considera que tenga un problema y ninguna persona de las que hemos intentado abrirle los ojos ha podido hacerlo. Ni los hijos ni sus hermanos ni los trabajadores sociales. Siento mucha pena por ella y por los niños que nosotros fuimos.

 

Anónimo