Hoy os vengo a contar un secreto que me ha salvado la vida. Sí, suena exagerado, pero es la pura realidad. De haber sabido antes lo que os voy a revelar, me habría ahorrado años de sufrimiento, ansiedad, depresión y fobia social. El problema es que nadie me lo contó, y me hizo falta verme sumida en el pozo más absoluto para aprender por mi cuenta a ser feliz, por muy difícil que sea. 

Cuando tuve 20 años, fui de Erasmus a Italia. Lo que iba a convertirse en la experiencia de mi vida, se transformó en un bucle de ansiedad y tristeza del que no supe salir. Intenté arreglar mi desbarajuste emocional llevando una vida normal, pero cuando me dio un ataque de pánico en una discoteca me di cuenta de que no podía más. Lo suyo habría sido ir al psicólogo, pero me metí en mi burbuja.

Me sentía sola. No salía de casa, no iba a clase, no socializaba. Mi mundo era yo y mi ansiedad, que derivó en una depresión (cosa que supe mucho tiempo después). Un día no pude más y se lo conté a mis padres. El plan era volverme a España, pero no podía subirme al avión. Empecé a tener miedo de todo, la ansiedad y la tristeza no me dejaban salir a flote. Mi madre se puso su capa de superheroína, cogió un avión y nos volvimos las dos. Empaquetamos todo lo que no entraba en las maletas y lo mandamos a España, y de su mano pude regresar a casa. Empecé a ir al psicólogo y al psiquiatra. Diagnóstico: trastorno de ansiedad generalizada, fobia social y trastorno depresivo mayor. 

Estos dos profesionales consiguieron que yo sobreviviese a mis problemas psicológicos. La combinación de una buena terapia cognitivo-conductual y medicación fue mi clave, pero cada caso es un mundo. No os toméis este artículo como referencia, porque cada persona necesita un tratamiento personalizado.

Cuando acabé la terapia psicológica y me quitaron la medicación volví a ver las cosas con claridad y me di cuenta de que sólo había una forma de ser feliz: mandando la felicidad a tomar por culo. Bum. Así os lo digo, mal y pronto.

Ir al psicólogo me enseñó que sólo puedo atraer cosas buenas a mi vida dejando de lado esa creencia de que todo me tiene que ir bien.

La vida no es justa.

Si lo fuera, yo no habría sufrido lo que tuve. Tampoco habría familias que no llegan a fin de mes, personas sin hogar, niños con enfermedades terminales o abuelos con Alzheimer. Aceptar que las cosas no siempre pasan por algo me hizo libre.

Lo de «esfuérzate y lo lograrás» es una puta mentira.

Hay miles de personas con talento que se llevan esforzando toda su vida y no consiguen tener éxito. Gente que estudia para opositar durante años y no saca plaza. Personas que han sacado notazas en el instituto y no pueden pagar la universidad. Sí, el esfuerzo es superimportante, pero también lo es tener contactos, el azar o el carisma. Saber que mi futuro no depende únicamente de mi esfuerzo me hizo sentir menos culpable e inútil.

La felicidad no viene caída del cielo, no basta con desearla.

Me pasé tanto tiempo leyendo libros de autoayuda y artículos de Internet con consejos para ser feliz, que perdí la cuenta. No me sirvieron para nada. Los consejos de Mr. Wonderful están muy bien para subirlos a Instagram, pero en el día a día no sirven para nada. Ser feliz no es algo que tú eliges, es algo que la vida te da y sólo a veces. Y eso me lleva al siguiente punto.

No pasa nada por sentirse mal, las emociones negativas sirven para algo.

A veces necesitamos llorar todo lo llorable y tirarnos en la cama mientras vemos una peli mala. No pasa nada. El problema es que la sociedad se empeña en ocultar la tristeza o la ansiedad. Nos hacen sentir débiles por llorar y no. Recuerdo cuando estaba mal y mis amigos me decían «estar triste no sirve para nada». Pues sí, me sirvió para darme cuenta de que los trastornos psicológicos nos afectan a todos, independientemente de nuestro dinero o nuestra situación. Me sirvió para poner freno a la presión a la que estaba sometida en mi día a día. Me sirvió para vivir por y para mí.

Por eso hoy os quiero decir que la única forma de atraer cosas buenas es aceptando que también hay cosas malas. No pasa nada por sentirlas a veces, pero cuando se cronifica el malestar hay que pedir ayuda. No eres débil por ello. Eres valiente, muchísimo. No lo olvides jamás.