Mi abuela nunca ha sido una abuela al uso. Ni una madre, ni una suegra…ni nada que se precie.

Para poneros en contexto, es una mujer muy conflictiva y que parece divertirse haciendo el mal. Se lleva a matar con la vecina (sólo viven dos en el mismo bloque, ya que vive en un pueblo), se pelea cada dos por tres con sus hijos y se puede tirar años sin hablarles, no me ha llamado en la vida para saber cómo estoy, siempre que la ves su único tema de conversación es criticar a los que no están presentes…en fin, me podría tirar aquí contando un sinfín de cositas suyas. Es un personaje.

Ya desde pequeña me tenía una cierta manía que no sé de dónde le venía. Yo estaba entrada en carnes, ni gorda ni delgada, pero con un pelín de sobrepeso vaya.

Pues ella no perdía ocasión de llamarme gorda indirectamente de la forma que fuese: diciéndome que a mí el postre no me venía bien, que mejor me comiera una manzana. Haciéndome dulces con menor azúcar que el resto que había hecho, especiales para mí, porque yo era especial, claro.

A veces me compraba ropa y qué casualidad que siempre me estaba pequeña, por lo que decía que qué raro, que ella había comprado una talla normal y no entendía que me estuviese pequeña, así que no le quedaba más remedio que regalarle esa ropa a mi prima, que sí estaba delgada.

Con los regalos era igual. A mi me daba “refritos”: cosas que le habían regalado a ella y no le gustaban, y me las daba a mí. O cosas que tenía por casa y no utilizaba. Véase: unos pendientes de señora, una colonia suya a medio gastar o un brillo de labios a medio empezar. Siempre era lo mismo.

Sin embargo, a mi prima, le regalaba lo mejor de lo mejor: las muñecas de moda, joyeros, algún juguete caro e inusual…y a mí, incluso en una ocasión en navidad, llegó a darme 5€ con la voz de abuelita dulce y pobrecita diciendo que es que no tenía mucho más dinero. Sin embargo y en toda mi cara, cuando llegó mi prima, le desplegó tres regalos bien potentes encima de la mesa. 

A todo esto, tanto mis padres como mis tíos o no se quisieron dar cuenta o no sabían cómo reaccionar, porque nadie le decía nada ni decía nada.

Recuerdo incluso que, en varias ocasiones, cuando en una comida familiar mi abuela se levantaba para ir al baño o para preparar algo más, tanto mis tíos como mis padres me instaban a comerme corriendo algún pastel de los “no hechos para mi” justo ahora que mi abuela no miraba. Todo esto bajo la atenta y divertida mirada de mi prima, que era de mi edad.

Todo esto, cómo no, me ha hecho sufrir un TCA que ha jodido mi vida y mi salud tanto física como mental.

Lo peor y lo que más me duele de todo es que yo era muy pequeña cuando empezó todo esto. Tenía 9 años, joder. Nueve putos años cuando empecé a intentar vomitar después de comer. O cuando comía a escondidas. 9 años (y ya desde antes) cuando me comparaba físicamente con mi prima y con otras niñas, cuando me veía una perdedora. Nueve años cuando de postre pedía una manzana frente a mi abuela para que estuviera orgullosa de mi.

Cómo es posible que un adulto pueda hacerle eso a un jodido niño y quedarse tan feliz. Cómo es posible que la gente vea eso y no haga nada.

He tenido y tengo problemas de salud. Tengo baja autoestima por su culpa. Tengo la garganta jodida, ansiedad y un maldito trastorno alimenticio que limita mi vida y mi felicidad por su puta culpa.

¿Y sabéis qué es lo peor? Que se lo comento a mis padres y me dicen que soy demasiado sensible. Que lo hacía sin querer, mirando por mi bien. Que es una señora muy mayor y que la gente mayor viene de otra época y que no se le pueden achacar ciertos comportamientos. Que sin duda pertenezco a la generación de cristal.

A veces me dan ganas de pegarles.

¿Cómo es posible que le hagan tanto mal a tu hija en tus narices y tú pienses así?

Ahora no tengo dinero como para permitirme un psicólogo que me ayude a salir de aquí. Tampoco tengo unos padres que sean conscientes de mi problema y puedan ayudarme.

Ahora he decidido no tener contacto con mi abuela y ella se ha dedicado a ponerme verde con toda la familia, diciendo que soy una mala nieta, y el resto de mi familia no me habla. Mis padres, para colmo, le dan la razón. A ellos les hablo porque son mis padres y bueno, pero muchas veces me duele mirarlos a la cara y aflora una ira interior dentro de mí que no sé cómo gestionar.

En definitiva, mi abuela ha arruinado mi vida, y ella está ahí, tan tranquila, siendo la pobre víctima de todo para los demás.

Juana la Cuerda