El año pasado mi novio hincó rodilla y me pidió matrimonio. Con anillazo y todo, porque él es un buen galán de los de antes. Yo, que le amo con la fuerza de los mares y el ímpetu del viento, le dije que sí y marcamos la fecha. Justo un año después. Todo fue amor, felicidad y brindis con vino blanco hasta que empezamos a contárselo a la gente. Ahí empezaron los «uy, pues tenéis que ir mirando ya todo porque vais justos de tiempo». Mire, señora, no he organizado yo nada con un año de antelación EN MI PUÑETERA VIDA, y no voy a hacerlo con los preparativos de la boda. Así que nada, yo con este tema fui como con los exámenes de septiembre. A prepararlo todo en el último minuto.

Por favor os lo pido, DEJADME EN PAZ

Unos días después de darle la noticia a todo nuestro círculo de amigos y familiares, mi flamante prometido y yo reservamos la fecha de la boda en la iglesia y el restaurante. Más que nada, porque queríamos casarnos en un pueblo pequeño y nos daba miedo de que estuviera cogido. No fue así. Por eso, después de que ya tuvimos asegurado lo único que nos preocupaba, nos fuimos de vacaciones y nos olvidamos del resto de los preparativos de la boda. Hasta que en septiembre (9 meses antes del evento en cuestión) nos empezaron a meter presión por todas partes.

-Oye, ¿ya tenéis fotógrafo?

-Pues no. Pero es pronto para contratar uno, ¿no?

Pues no. No lo era.

Con el tema de las bodas NUNCA ES DEMASIADO PRONTO PARA NADA.

Por si acaso, empecé a llamar a algunos fotógrafos/as. Los había fichado como se hace todo hoy en día: Viendo sus movidas en Instagram. Todo lleno de vestidos flamantes, besos al atardecer y paraguas transparentes. Un imprescindible en Asturias, por cierto. Bueno, pues todos los fotógrafos que me gustaban ya tenían la fecha cogida. Me dio un ataquito de pánico, pero resistí. Me dije que Johnny, la gente está muy loca para mirar las cosas con lo que a mí me parecía un mundo de antelación y encontré una chica que sí tenía la fecha libre. Ah, y sin preboda, ni postboda, ni metaboda, ni nada. Qué pereza hacer tres sesiones de fotos, oigan. Una vez que tuvimos eso atado, hablé con mi chico, estudiamos los tiempos y pensamos que ya hasta febrero no había nada que hacer. Sí. Somos unos intrépidos. Lo sé.

Conseguí vivir unos meses aislada de la ansiedad que tenía todo el mundo menos yo por culpa de los puñeteros preparativos de boda. En noviembre mis amigas empezaron a preguntarme por el vestido de novia. No por cómo era, que eso es sacrilegio, si no cosas como si ya lo tenía y dónde lo había comprado. Yo las miraba con cara de acelga y pensaba que, no sé, yo para comprar ropa voy una semana antes, no a siete meses vista, pero en la tienda les dieron la razón. Ya iba tarde para las trescientas veintidós mil cuatrocientas pruebas que hay que hacer. Yo, por cierto, fui una de esas novias que no lloró al elegir su vestido. Y además, compré el primero que me probé. Es que vivo al límite. De cómo elegí un vestido-merengue con mil capas en vez del minimalista vestido de gasa vaporosa que tenía en la cabeza, mejor hablamos otro día.

Por poco entro así en la iglesia.

El resto de los preparativos de la boda los solucionamos en menos de un mes.

De verdad. Todo. Contratamos un DJ de los tres que miramos. Porque, a ver, ¿cuántos necesitas comparar para darte cuenta de que todos son iguales y van a acabar poniendo Paquito el Chocolatero cuando todo el mundo vaya borracho? Dejé la decoración del restaurante en manos de la organizadora que ellos tienen. Contraté la maquilladora y la peluquera que me recomendaron en la tienda donde compré el vestido. Compramos los regalos de un día para otro. Y las invitaciones las hicimos nosotros en una mañana.

Pro-tip: No cojáis invitaciones que haya que «construir», tipo puzzles. Os podéis tirar quince incómodos minutos viendo como una señora que apenas conocéis pero que es prima segunda de tu madre, monta aquello sin que tengáis tema de conversación.

La última semana, en la que yo he visto a todas las novias histéricas, yo me dediqué a teñirme el pelo y estar con la familia. Así que nada, que yo no entiendo a qué viene tanto agobio con el tema de los preparativos de boda. Si a ti te pasa lo mismo y sientes que no eres una buena novia, o que no le prestas la suficiente atención al que se supone que es el día más importante de tu vida… Bébete una copa de vino con tu chico. Y a tomar por saco lo que te diga todo el mundo.