Se acercan esas fechas que nos dan alegrías y a veces también un poco de pánico.

Todos los centros comerciales y grandes almacenes se llenan de gente a todas horas y empezamos la carrera para empezar con los preparativos de Navidad y conseguir los famosos regalos.

Los regalos, ese quebradero de cabeza de todos los años. Haces un gran esfuerzo por intentar acordarte de que no tienes que repetir el mismo regalo que hiciste el año pasado, si es que te acuerdas de lo que compraste.

Intentas comprar aquel juguete tan ansiado o ese perfume que es su favorito, que muchas veces justo está agotado o no disponible ni en internet y empiezas a pensar qué otra cosa le podría gustar. Pero muchas veces tu mente se queda en blanco.

Eso si tienes la idea clara de lo que quieres regalar, porque cuando no tienes ni idea, se puede convertir en una pesadilla de última hora. Y a veces decides comprar lo mismo a varias personas, porque total, no se conocen y no se van a ver…

A los regalos se nos juntan las compras en el supermercado donde tienes que tener el menú pensado y tener la suerte de conseguir todo lo que andas buscando. Y ya se vuelve misión imposible si dentro del menú hay que hacer variaciones para que sea para todos los gustos y alergias varias.

También tenemos a mucha gente que empieza un mes antes con la decoración de navidad, belenes interminables y árboles ultra decorados que aparecerán en todas las fotos.  Yo prefiero no hacer fotos de mi mini árbol de sobremesa enano que es lo único que tengo y que me cabe en casa.

Y por último tenemos a esos frikis de las postales navideñas, entre los que me incluyo. Todos los años mandamos 20 postales para recibir sólo una, pero la ilusión de prepararlas y de poner esas frases llenas de buenos deseos para el año siguiente, es tan genial como recibir el regalo que has pedido todos los años a Papá Noel y que nunca te ha traído.

Pero sobre todo y a pesar de las prisas y de los nervios de los preparativos, son unas fechas para hacer esas comidas y cenas con la gente que nos importa y poder echarnos unas risas.

Porque al final lo que cuenta es la compañía.

Miriam Gonzalo