Hola, amores míos. En artículos anteriores creo que ya hablé con vosotros sobre el tema de la ansiedad y, sobre todo, de que soy una mujer gorda. Y ahora que lo escribo, debo decir que hace no tanto tiempo me habría sentido hasta mal llamándome a mí misma «gorda».

Y es que este era, y ha sido durante muchos años, lo que me ha tenido encerrada en un caparazón impenetrable del que me daba pavor salir. Pero pavor, ¿eh? Yo he sido de esas chicas de veinte años, veintiuno, que ponía un pie fuera de casa y ya temblaba. A ver, no literal, pero… más o menos. Porque nada más hacerlo, en mi cabeza empezaban a formularse un montón de preguntas rollo «¿y si alguien me ve y piensa que soy gorda? ¿Y si piensan que soy fea? ¿Y si se ríen de mí? ¿Y si se burlan?».

Me ha pasado muchas veces, me lo han dicho, se han reído, me han señalado…, pero también es verdad que muchísimas menos de las que mi cabeza se empeñaba en imaginar.

Pero es que cuando desde niña llevas escuchando a tu propia familia decirte que siendo gorda no llegarás a nada, que estarías más guapa si fueras delgada, que deberías ser como tus amigas delgaditas y monas, que deberías vestir de negro porque adelgaza, y un sinfín de tópicos que, seguro, vosotras también habéis sufrido, la mente ya entra en un estado de alerta total. Porque duele.

Porque cada frase se clava como una espina en el corazón y te hace sentir más pequeña, insignificante, que no mereces ni siquiera el aire que respiras. Te hace tener una mala relación con la comida, contigo misma, con tu entorno, con los que te rodean, y empiezas a cuestionar a aquellas personas que te valoran y de verdad ven todo lo bueno que hay en ti, porque tu talla no les importa un carajo.

Porque vamos a ver, si tanta gente te dice que hay algo mal en ti… ¿por qué esas personas no quieren verlo? ¡Seguro que lo dicen para quedar bien! Seguro que más de una personita aquí se ha sentido exactamente así.

Y otra cosa que provocan esas frases constantes es que, al final, tengas miedo hasta de salir de casa. Porque el 90% de las veces no pasa nada, pero hay una en la que sales, y te cruzas con un señor mayor que, entre risas, te pregunta «¿no eres demasiado joven para estar tan gorda?»; o con un grupo de niñatos que necesitan reírse de otra persona para minimizar sus propios complejos. Y esas pequeñas veces, que deberían ser insignificantes porque gilipollas hay todos lados, se convierten en un monstruo al que temer.

Pues sí, esa era yo hasta hace relativamente pocos años, y es que os prometo que en mi cabeza siempre quería hacer un montón de cosas, pero luego el miedo al qué dirán, al cómo me verán, me paralizaba. Hasta que llegó un proyecto que me obligó a empezar a salir de mi zona de confort.

Aunque ahora consumo bastante menos manga y anime que antes, siempre me ha gustado. Y hace unos años hubo un resurgimiento bastante notable de autores españoles que empezaban a publicar sus obras respaldados por grandes editoriales.

A mí me encantaba todo esto, aparte del tema de la ilustración, la lectura y demás, así que junto a unos amigos decidimos abrir un blog centrado en la promoción de autores de manga y cómic españoles, ilustradores, escritores, etc., junto con la publicación bimestral de una revista con reportajes, entrevistas y críticas entre otras cosas. ¿Y qué supuso eso? Que hubiera que acercarse a hablar con la gente.

Por mail no era tan difícil, con una pantalla delante todos somos un poco más valientes, pero había que empezar a ir a eventos, estaban empezando a proliferar y algunos se habían convertido ya en un punto de referencia para el mundillo editorial. Había que empezar a hablar con editores, con autores, darse a conocer… ¡joder, era la directora del proyecto, tenía que hacerlo aunque me diera miedo! Y, por suerte, aquello me salvó.

Sí, me salvó, me abrió las puertas a un mundo mucho más rico, me empujó a dejar el miedo atrás y me enseñó algo que yo debería haber dado por sentado: que mi cuerpo no decide si puedo o no puedo hacer lo que me proponga; que mi cuerpo no influye en si puedo ser o no una buena profesional. Que la mayoría de la gente ve mucho más allá de tu físico.

En los primeros eventos os juro que era súper ortopédica, claro. Estaba nerviosa, me costaba unos minutos concienciarme de que tenía que acercarme a este autor, o a este editor para pedirles unos minutos de su tiempo… Claro, tampoco quería molestar, ¡en los eventos todo es gente yendo y viniendo! Firmas, clientes esperando, más medios ya reconocidos pidiendo entrevistas… ¿Y yo quién era? Nadie, no me conocía nadie, estábamos comenzando.

Pero, para mi sorpresa, la gente era súper amable, y muy agradecida. Con una sonrisa aceptaban que les robase diez o quince minutos de su tiempo, me hablan de su obra, o de las que editaban, con una pasión que me llegaba, de verdad. A veces era allí mismo, en el stand, y otras nos sentábamos en alguna mesa de la zona de comidas, o en el propio suelo para que todo fuera más ameno.

Y evento tras evento, cogía esas fuerzas y las guardaba para mí.

Poco a poco aquello se convirtió en una especie de pequeña gran familia a la que veía de tres meses en tres meses, o a veces de año en año, pero a la que siempre apetecía volver. Ellos, todos ellos, sin darse cuenta, me habían ayudado a romper el caparazón y salir de él. Obligarme al principio a hacer algo que estaba fuera de mi zona de confort, y ser recibida con tanto cariño —porque, de verdad, es que en ese aspecto no puedo quejarme de nadie, siempre fueron súper amables conmigo—, me hizo ganar la confianza que necesitaba para salir un poco más fuera cada día.

Sin casi darme cuenta, el miedo a salir a la calle fue desapareciendo.

El miedo a acercarme a cualquier persona a preguntar algo, o incluso a que me presentaran a alguien nuevo, fue inexistente. Empecé a ser yo esa persona que tendía la mano e intentaba que la gente a mi alrededor se sintiera cómoda, tanto como yo en aquellos comienzos. Y puedo decir, orgullosa, que hoy por hoy salgo a la calle pisando fuerte, me encanta conocer gente nueva —aunque sigo analizando a todo el mundo y las vibras que me dan, eso ya se me ha quedado— y que poco queda de aquella chica temerosa vestida de negro a la que apenas le salía la voz cuando quería hablar.

Sé que hay gente —aunque por suerte cada vez menos— que considera estos eventos casi como una reunión de extraterrestres, incluso después de que se haya visto que el mundo del cómic, del manga y el anime no es tan de nicho como pensábamos y que los eventos proliferen a lo largo y ancho de nuestro país.

Pero os prometo que para mí fueron un refugio muchos años —y eso que soy una persona que lleva mal las multitudes—, y el lugar en el que conocí a personas que a día de hoy forman parte de mi vida. En esos eventos crecí como persona, gracias en parte a la loca idea de hacer una revista, en parte a obligarme a hacer cosas que me incomodaban como acercarme a hablar con gente que no conocía, y en grandísima parte a que esas personas a las que me acercaba me trataran bien.

No había comentarios como los de mi familia, ni risas como las de los tíos que me veían como una bola de grasa, o personas intentando darme lecciones de alimentación sin saber nada de mí. Había amor, pasión por lo que hacían, agradecimiento por poder hablar de ello, sonrisas y mucha educación. Y eso… eso es lo más poderoso que puede haber. No sabéis cuándo una sonrisa o un buen gesto pueden crear una luz en la oscuridad de otra persona.

 

Nari Springfield.