Desde pequeña mi madre me había dicho y enseñado que una mujer no tiene que depender de un hombre, me lo decía por activa y por pasiva. Y me lo enseñaba, yendo a trabajar al campo a cada oportunidad, ya fuera coger espárragos siete días a la semana, conducir casi dos horas todos los días durante la temporada de las cerezas o ir a coger pimientos bajo el sol más abrasador hasta los días que de la lluvia se atascaban en el barro.

Es un ejemplo fuerte y a seguir. No era el único ejemplo, yo como buena lectora y amante del cine he encontrado muchos casos de mujeres fuertes que contra lo establecido se crecían y hacían mella, rompían techos de cristal y salían adelante. Pero la vida es otra, y aunque intentes mejorar día a día, esas mejoras no siempre traen dinero a la mesa, y te ves con 33 años y sintiéndote una mantenida. 

Yo hice mi parte, estudié, me fui de au pair y trabajé siempre que he podido, hasta hace 3 años. Hace tres años tomé un riesgo dejé un puesto fijo donde trabaja más de lo que se me pagaba, si es que se me pagaba, y lo dejé por uno con contrato de tres meses. Era un riesgo, pero lo corrí, necesitaba hacerlo. Y fue una gran decisión, estuve tres meses trabajando en un ambiente estupendo, donde se me pagaba bien y a tiempo. Por desgracia pasaron los meses de verano y ya no necesitaban otra empleada más. Con tristeza me fui a casa, la tristeza duró poco, a los quince días supe que estaba embarazada.

Ahí fue donde comenzó mi experiencia negativa con el mundo laboral. Entraba en procesos, pero cuando terminaba diciendo que estaba embarazada, siempre había un mejor candidato. Eso se fue prolongando, cierto es que entonces recibía el dinero del paro y no estaba demasiado preocupada, decidí cuidarme y disfrutar de mi embarazo. 

Luego todo fue genial, tuve mi bebé y este bebé fue creciendo y a sus seis meses de vida decidí ponerme de nuevo a la búsqueda. Claro, preguntaban por ese año sin trabajar, al contar la verdad, “Acabo de ser madre” esta frase se convirtió, en el lastre, haciendo que en cada proceso que entraba, siempre hubiera alguien mejor. 

Desde entonces me han contactado para más de 50 puestos distintos y ya han pasado 3 años. Ahora ya mi hijo no es tan pequeño y ya no preguntan si sigue tomando el pecho o como haré para estar todo el día fuera de casa siendo él un bebé. Ya no preguntan si el padre se hace cargo o si estoy casada. Ahora preguntan por qué no he trabajado en estos años. Y claro la respuesta cada vez se alarga más, y siempre hay un candidato mejor.

Me hace gracia que se siga diciendo que ya hay igualdad. No la hay, no existe, se espera que estemos en casa cuando nazcan nuestros hijos, pero que no pierdas experiencia, y de poco vale si durante este tiempo aprobaste una oposición (donde la lista no avanza jamás), si te estás preparando para otra, que hagas cursos de marketing digital, Excel y contabilidad, sepas hacer las recetas de moda en internet y llevar una casa. Que esto solo es un trabajo a tiempo completo. Y ser madre, que eso es un trabajo 24 horas al día, 7 días a la semana que no hay que desmerecer. Da igual que seas la mujer maravillas, porque tres años fuera del mundo laboral es quedarse atrás, y nadie contrata a quien se ha quedado atrás, porque como podréis imaginar, siempre hay un candidato mejor.

La gente opina, te propone que busques más, y creedme, busco, cada día; que no sea tiquismiquis, no lo soy, he echado en supermercados, en tiendas, incluso en las simpáticas suecas de muebles o líderes de ventas por internet. Renuevo mi currículo, hago cursos online y leo artículos de todo tipo. Claro, me llegan sugerencias de cursos y masters que aseguran que luego tendrás curro, pero ya me creo poco estas cosas, por no hablar que algunas de estas opciones no son baratas. Estoy en la tierra de nadie, en la de mucha preparación para unos puestos, sin experiencia para otros o estancada en el pasado para el resto.

Ya me he cansado, y puede que no sirva de nada quejarse, pero me quejo. Me quejo a sabiendas que estamos pasando tiempos difíciles y no hay tanta oferta, pero no encuentro el modo de gestionar la frustración que siento, y que por querer ser madre haya tenido que pagarlo mi carrera profesional. 

Y solo me queda preguntarme, ¿estoy sola? ¿O habrá un candidato mejor?

 

Marta Romero