Mi padre es hijo único, pero mi madre tiene cuatro hermanos. Los mejores recuerdos de mi infancia transcurren en una sencilla casa de campo en la que nos reuníamos toda la familia a comer los domingos o los días de fiesta. En aquella casa pasaba también los tres meses de verano, rodeada de primos y sacando de quicio a unos abuelos que nos acogían allí felices mientras nuestros padres trabajaban. Los fines de semana se llenaba hasta los topes de niños y adultos y de camas improvisadas. En lo mejor del verano, los primos dormíamos todos juntos en el salón, repartidos entre el sofá cama y algunas colchonetas en el suelo. Ahora me parece una locura, pero por aquel entonces me parecía lo más de lo más. Mi familia entera me parecía la bomba.

Visto ahora, con perspectiva, me doy cuenta de que era incluso mejor de lo que creía. Yo, que soy hija única, sentía que mis primos eran algo así como mis hermanos que vivían en otro piso. En realidad, casi nunca estaba sola. Siempre había algún primo en mi casa, eso si no estaba yo en la de alguno de ellos. Mis padres y tíos eran amigos. Salían juntos, nos íbamos de viaje todos juntos. Éramos una piña. Hasta que falleció mi abuela.

Yo era demasiado jovencita para entender qué era lo que había destrozado la piña y desperdigado los piñones. Pero no tanto como para no ser consciente de que algo había pasado. Casi de un día para el otro se acabaron las comilonas multitudinarias. Lo mismo que las fiestas de pijamas, las tardes de parque con mis primos… Al principio pensaba que era porque todos estábamos muy tristes por la pérdida de la abuela. Con el tiempo supe que era el testamento de mis abuelos lo que había destrozado mi familia.

 

Mis abuelos no eran ricos, ni mucho menos. De hecho, no había una fortuna en efectivo para repartirse. Había una casa, un par de terrenos urbanizables y unos montes que habían plantado con el objetivo de vender madera. Puede que lo mejor hubiera sido que no hicieran testamento y que, cuando también faltara mi abuelo, se lo repartieran todo a partes iguales. No lo sé ni soy nadie para juzgar lo que estimaron más adecuado. Pero ellos decidieron establecer la división en base a la situación económica de cada uno de sus hijos. Los montes a los dos que tenían varias propiedades inmobiliarias. Las fincas urbanas a los dos cuyas parejas eran hijos únicos y heredarían las de sus respectivos padres. Y la casa al hermano sin piso propio y con peor situación económica.

De cinco hermanos, solo uno estuvo satisfecho con lo que sus padres le legaban. Aunque todos recibían al menos la legítima, y mi abuelo aún vivía, la brecha entre los hermanos no hizo más que crecer.

Cómo una herencia destrozó mi familia
Foto de Askar Abayev en Pexels

En la actualidad mi madre solo se habla con uno de mis tíos. A todos los efectos, solo le queda un hermano. Seguimos viviendo todos en un radio de 60km, pero nadie hace el esfuerzo de dar el brazo a torcer y tratar de enterrar el hacha de guerra. Han pasado lo que parecen mil años y todavía se acusan de haber manipulado las últimas voluntades de sus padres. Todavía se quejan de haber salido mal parados de un reparto injusto y desigual. Se cruzan en la calle y se ignoran como si fueran completos desconocidos.

Y lo peor es que con mi generación ocurre lo mismo. Tengo una prima a la que ni siquiera conozco, porque nació un par de años después del cisma. Todo por culpa de… ¿qué? ¿La avaricia y la envidia? ¿De verdad? ¿De verdad mi abuelo se mereció vivir los pocos años que le quedaban viendo a sus hijos resentidos y separados entre sí? Me muero de la pena solo de pensar lo que tuvo que ser para él. Ojalá pudiéramos honrar su memoria recuperando lo que una vez fuimos.

 

Yo, por mi parte, he hecho varios intentos de acercamiento hacia mis primos, todos infructuosos. Esos niños a los que adoraba y consideraba mis hermanos, ya no quieren saber nada de mí. No creo que me odien como sus padres odian a mi madre. Supongo que simplemente se han olvidado de lo que un día fuimos los unos para los otros, y ya no tienen ningún interés.

 

Anónimo

 

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Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora.

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