Cuando tuve a mi primera hija tenía una idea de lo que sería la maternidad que no se cumplió. En mi cabeza todo iban a ser buenos momentos y transparencia absoluta, yo nunca le dejaría el IPad en un restaurante para que nos dejase comer (JÁ ilusa). Nunca iba a comer golosinas y no tendría rabietas porque podría razonar con ella como había visto en videos de psicólogos de Instagram. 

La realidad es que la idea de la maternidad sin tener hijos es una cosa y después de tenerlos es otra. Yo, que siempre quise ser 100% sincera con mi hija me vi en una situación complicada en la que preferí mentirle para salir del paso.

La familia estaba en medio de un proceso de herencia difícil, todos los adultos nos comportamos en alguien momento de una manera cuestionable y no quería que mi hija fuese consciente de ello.

Por eso trataba de que nunca estuviese en la misma habitación cuando se hablaban esos temas y evitar hablarlo con mi marido cuando ella estaba delante. Pero no contaba con una cosa: los niños son listos de cojones.

Así que fue totalmente inesperado cuando me llamó su profesora para hablar sobre algo preocupante que había visto en la última redacción de la niña.

En ese momento yo empecé a preocuparme un montón, ¿qué había ido mal? ¿era yo la peor madre del mundo entero? ¿de qué quería hablarme?

Los días previos a la tutoría fueron horribles, no paraba de comerme la cabeza sobre lo que me iba a decir cuando fuese al cole.

Por fin llegó el día esperado y allí me planté como dice la canción de Mecano. La profesora me recibió muy amablemente y yo pensé “ay no encima le estoy dando pena a esta pobre mujer”. Sacó una redacción acompañada de un dibujo y con un gesto serio la puso sobre la mesa.

Yo la miré detenidamente, la niña describía con todo detalle cómo había sido el proceso de la herencia dejada por mi padre. Todas las discusiones en orden cronológico obviamente vistas y contadas desde una mente de 9 años. Lo que fue demoledor para mí fue ver el dibujo en el que salía su tía llevándose la casa en la que ella guardaba su bici.

La profesora me tranquilizó diciéndome que la forma en la que se expresaba era completamente normal, pero me había llamado porque el título de la redacción era explicar algo que te preocupe.

Esa misma tarde le expliqué a mi hija todo lo que estaba pasando (adaptado a su nivel) y entendí que barrer las cosas debajo de la alfombra no es una buena técnica, ni sirve para proteger a un niño. Al menos a uno listo.

Barby