Yo llevaba un anillo en el dedo anular. Yo llevaba un anillo, un anillo de plata. Yo llevaba un anillo, un anillo muy sencillito, no llamaba la atención, era cómodo, como si no lo llevara puesto. Pero a mí me pesaba muchísimo. Era mi anillo de compromiso.

Pasó hace más de un año. Era una tarde normal. Yo estaba, como venía siendo habitual desde hacía meses, planteándome el sentido de mi relación. Mi novio iba demasiado a su bola, los fines de semana se los pasaba borracho, cada vez estaba más irascible y yo sospechaba -como más tarde confirmé- que se metía de todas las drogas del mundo. O, al menos, de varias a la vez.

Mi cabeza era una montaña rusa. Un día, estaba convencidísima de que quería que todo mejorara y pasar el resto de mi vida con él. Otro día, me echaba a llorar de repente y deseaba no haberlo conocido nunca.

Él, a pesar de mis advertencias y llamadas de atención, parecía no pisparse de nada. Así iban las cosas cuando me pidió matrimonio.

compromiso ex

Cumplió lo básico que se le pide a este momento. Compró anillo, hincó rodilla, preguntó “¿Quieres casarte conmigo?” Pensado así, recordado así, no puedo negar que fuera bonito. Fue tan bonito, le brillaban tanto los ojos, se puso tan nervioso, estaba tan emocionado, que me pegó todo eso a mí. Con 34 años sigo buscando la diferencia entre ser empática y perderse en los deseos ajenos.

El caso es que le dije que sí. A decir verdad, no le dije que sí. Sólo lo abracé y me lo comí a besos. Pensaba que era vergüenza, pero ahora sé que mi boca no pudo pronunciar un “sí” porque, en realidad, no quería casarme con él.

Y lo desnivelada que estaba la relación quedó patente justo después, cuando él empezó a mandar fotos de nuestras manos anilladas a amigos y familia, y yo me excusaba con un “Prefiero decirlo en persona, ¡no me gusta contar algo tan importante por Whatsapp!” ¡Mentira! No lo quería contar porque sabía que toda mi gente pensaría que estaba cometiendo un error.

Él se comportaba de manera muy rara, a veces parecía estar psicótico, desaparecía durante días, no me hacía feliz, y eso mi entorno lo notaba. Llegué incluso a inventarme citas con él para que nadie me preguntara qué pasaba. Todo estaba mal y, sin embargo, acepté su petición. Fueron pasando los meses y casi me olvidé de ese anillo que llevaba puesto.

compromiso ex

Unas semanas antes de que todo se precipitara, estábamos con dos de mis amigas (que tampoco sabían nada, claro). Él estaba hasta arriba y yo me moría de vergüenza. Él mencionó algo de la boda, mis amigas preguntaron “¿Qué boda?”, y ahí se descubrió mi pastel.

No me siento nada orgullosa de aquello. Me sentía tan atrapada en una situación nunca vivida que no tuve la valentía para decirle que no quería casarme desde un primer momento.

Temiendo su reacción, no le dije que nadie de mi entorno lo sabía. Escurrí el bulto durante mucho tiempo.

Al final, lo dejé y me quité el anillo. A veces sigo sin creer que aquello pasara, pero algo he aprendido por el camino: Es preferible hacer daño a mentir. Recuerda que eres contigo misma con quien te vas a dormir cada noche.