Éramos un grupo de 4 amigas: Sofía, Laura, su hermana menor Rocío, y yo. De entre todas, Laura era mi mejor amiga, y su hermana Rocío le precedía. 

En general, las cuatro nos llevábamos súper bien y hacíamos todos los planes juntas: nos íbamos a la playa, al cine, de compras, nos quedábamos a dormir en casa de las otras, nos íbamos de fiesta…vaya, de todo. Eran básicamente como mi familia. Yo tenía pasión por ellas, y ellas por mí, o eso creía.

Todas teníamos alrededor de los 20 años menos Rocío, que era menor, y tenía 18. Era una chica súper simpática y súper risueña. Creía mucho en el amor y en los arcoíris, y era de estas chicas súper cuquis que parecía que andaba siempre con un libro de Mr. Wonderful bajo el brazo.

También era muy ‘hombreriega’. Le gustaba más un tío que a Nacho Vidal fornicar, que ya es decir. Tonteaba/se enrollaba siempre que podía, con todos los que podía, y la verdad que tenía un historial potente, del estilo que con 16 años se coló con nosotras en una disco y tuvimos que retenerla para que no se fuese a un hotel con un tío que le doblaba la edad. Literal.

Pero bueno, quitando aquella excepción que fue bastante fuerte, el resto era su forma de ser y a mí me parecía guay ya que lo hacía porque quería y no le hacía daño a nadie. Y recuerdo que ya era mayor de edad.

En aquella época estuve de rollete con un chaval muy majo unos 3 o 4 meses. Nosotras hicimos piña con sus amigos y la verdad que formamos un grupo muy guay, muy unidos todos. 

Al finalizar esos meses, me di cuenta de que ese chaval no me convenía (ya que me había hecho varias cosas feas) y que además no sentía nada por él, así que lo dejé de buen rollo, pero el grupito siguió y todos tan guay.

Dos semanas más tarde, salimos de fiesta todos, a nuestro sitio de siempre. Eran las 3 o las 4 de la mañana, y yo estaba dándolo todo bailando con Sofía, cuando me da por mirar a mi izquierda y veo a Rocío liándose con él en mitad de la pista. Así, tal cual, sin anestesia ni nada.

Aquello me mosqueó bastante, y no porque sintiera algo por él. Es que me pareció una falta de respeto muy grande. Lo acababa de dejar, no sé. Al menos podría haberme comentado algo, que yo la hubiese dejado seguir sin problema (sí, yo no tengo que darle permiso a nadie, pero ya me entendéis).

Total, me salí un momento a la puerta para que me diera el aire, y al poco salió ella.

Me pidió perdón, me dijo que es que él le gustaba desde hacía mucho y que tal y cual. Yo le dije que por mí no había problema, pero que me lo podía haber dicho y haber hecho las cosas de otra manera, y que esa forma de actuar me pareció muy irrespetuosa por su parte (ya que él me daba igual, la que era mi amiga era ella). Rocío asintió y me dio la razón. Me dijo que no volvería a pasar y que no se liaría más con él. Yo le dije que no pasaba nada, que ya estaba hecho y que a mí no me dolía, que solo fueron las formas, pero me insistió en que no. Bueno.

Dos semanas más tarde, volvimos a salir. 1 de la mañana. Rocío y él se estaban comiendo el boquino como si no hubiera un mañana nuevamente. 

Promesa fail. 

Pero bueno, esta vez decidí dejarlo pasar porque mira, es que no me importaba.

Lo peor llegó un año más tarde. Yo salí de fiesta a la cena de navidad de la carrera de mi amiga Sofía. Y allí conocí a Miguel, el hermano de uno de sus compañeros.

Miguel era jodidamente guapísimo. Pero no de estos guapos rollo Brad Pitt, así de primeras. Era de estos guapos que parecen chavales normalitos, pero luego te fijas un poco y dices ‘Hostia, tú’. Era alto, moreno, con barbita de tres días, sonrisa impecable, y unos ojos marrones enormes con unas pestañas que ni pagando por unas extensiones las sueñas.

Miguel me cameló como no había en los escritos. Hubo feeling instantáneo, tonteo de cuento, y de todo. Nos apartamos incluso de la muchedumbre para tener un momento de intimidad y conocernos más. Me tiré toda la noche hablando y liándome con él. Sonrisas. Caricias. Dedos entrelazados. Miradas. Incluso hacia el final de la noche hubo gestos de complicidad.

La vida era una puta nube rosa y yo la mayor surfera de los cielos.

Cuando terminamos, nos dimos los teléfonos y quedamos en vernos más.

A la mañana siguiente, me faltó poco para ponerme a mirar vestidos de novia. Necesitaba que esa criatura fuese el padre de mis futuros michis, de verdad.

Unos días más tarde, Rocío se pasó por mi casa. Le conté toda la historia, y le enseñé un álbum fotos de él. <Qué mono, tía> me dijo. Le hablé de lo que sentía, y de lo que parecía que sentía él. De que habíamos quedado la semana que viene, y de que estaba hasta nerviosa de pensar en volverlo a ver. 

Ese mismo finde, las chicas me dijeron de volver a salir, pero yo no tenía ganas, así que me quedé en casa. 

A la mañana siguiente, Sofía me dijo que se habían encontrado allí a Miguel. Y yo no sé por qué, pero algo me decía que ahí había pasado algo chungo. 

Una sensación extraña recorrió mi espina dorsal. 

 

Anónimo