Creo que esto de la nostalgia noventera nos afecta a muchos. Yo nací en 1986, así que, como imaginaréis, mi infancia y adolescencia transcurrió entre finales de los años 90 y principios de los 2000.
Y sé que comparar épocas es lo peor, porque cada cual podría decir lo mismo de la suya, pero hay veces que me siento, pienso y digo «echo de menos esto o aquello». Y es que recuerdo, con cierta ternura, algunas cosas que, aunque parecen pequeñas tonterías, eran nuestra vida en aquellos momentos.
Así que quiero compartir con vosotras algunas de ellas, y que vosotras también hagáis lo mismo. Seguro que desbloqueamos algún recuerdo oculto y nos saca más de una sonrisa.
Chupetes y biberones de la suerte.
Yo creo que todas las que vivimos nuestra infancia en los 90 tuvimos un collar de cuerda, de esos negros, plagado de chupetes y biberones de colores y tamaños distintos. La moda empezó con los chupetes, que son los que encima se encontraban de más tamaños y colores, pero luego se unieron los biberones, ¡y hasta delfines! Aunque yo de estos últimos tuve solo dos.
Recuerdo con cierta nostalgia ir con el colgante plagado, siempre buscando en tiendas, o cambiando con mis amigas, otros que no tuviera en la colección. ¡Creo que llegué a tener como 30 chupetes!
Cartas perfumadas.
Hablando de coleccionables, ¿quién no intercambiaba cartas y sobres con olores? ¡Porque en mi colegio era la sensación! Todas les pedíamos a nuestros padres que nos compraran un paquete de estas, diferentes a todas las que ya teníamos, para poder seguir ampliando la colección con nuestras amigas. Además, es que no solo olían bien y estaban decoradas de mil y una formas, ¡sino que las había de formas muy dispares! Recuerdo que era muy emocionante cuando alguna de mis amigas venía con un paquete nuevo para intercambiar y nos pasábamos un buen rato hablando de ello emocionadas.
¿Y sabéis lo mejor? Que aún guardo algunas de ellas con mucho cariño. Ya no huelen, pero siguen siendo igual de bonitas que entonces.

Pantalones pata de elefante.
Han regresado, y a mí me ha vuelto la alegría. Estos pantalones sé que o los amas, o los odias. No hay término intermedio. A mí me encantaban —y me siguen encantando—, sobre todo para llevarlos con esos zapatos o zapatillas de plataformas enormes que también se pusieron de moda allá por los 2000. Ayyyy, mis Mustang negras, ¡qué cómodas eran!
Recuerdo que mi madre detestaba esos pantalones, porque cuanto más me los ponía, no solo más sucios volvían, sino más rotos por abajo. Y ella quería tirarlos, y yo me negaba. ¡Había que llevarlos hechos un asco por abajo! Vale, quizá ahora sí tendría más cuidado con el borde y los metería para no destrozarlos, pero en aquel momento yo me sentía súper a la moda. Fue de las pocas modas que pude llevar en su día, y con la que estuve muy feliz.
Comprar las revistas Vale, Bravo, Loka y Super Pop.
No me digáis que esto no era lo mejor de la semana. Yo recuerdo que tenía hasta apuntado en la agenda cuándo salía cada una —porque algunas eran semanales, y otras quincenales—, para no perderme ninguna. Y era llegar al instituto un poco antes, o salir en los recreos cuando ya por fin nos dejaban, e ir directamente al quiosco para hacernos todas con ella. Además, que era algo automático, como una religión: ¿llegaba el día de la Vale? Allí estábamos con el dinero en la mano para hacernos con ella. ¿Que esa semana tocaba Bravo? Lo mismo.
Luego nos sentábamos a hacer los test, a leer las preguntas —sobre todo los consultorios de sexo, que seguro que todas pensábamos que éramos súper malotillas por leer esas cosas, ¡bendita inocencia!—, y compartíamos opiniones sobre lo que nos había salido, o los problemas de esas personas que, desconocidas, contaban sus intimidades. Yo recuerdo esos ratos con mucho cariño, la verdad.
Las patatas con caldo.
Soy una gocha, qué le vamos a hacer, pero es que a mí esto me encantaba. ¿Había ya en esa época patatas con sabores? Sí, ya habían empezado a salir, aunque no había tanta variedad como ahora. Pero había algo que era una delicia y que a día de hoy en casi ningún sitio se puede hacer ya: pedirte patatas fritas al peso, sobre todo esas blanquitas que eran más porosas, y que te echaran una buena cazada del caldo de las cebolletas, o de las berenjenas. Eso era un puro manjar.
Y esto me lleva a una de las cosas que más echo de menos de aquella época.
Las tiendas de frutos secos.
No es por desmerecer las de ahora, ni mucho menos. Los tiempos cambian, y los negocios también. Y sé que, a día de hoy, algunos resisten todavía, pero son los que menos. Yo echo mucho de menos ir a mi tienda favorita, entrar y ver todas las chucherías bien expuestas delante de mí, que el olor de los encurtidos, de las aceitunas y los pepinillos, se mezclase con el salado de los frutos secos y el dulce de las chucherías. Echo de menos entrar y pedir «100 gramos de pipas con sal», y «dos regalices de esos rositas».
No sé, es algo que a mí se me quedó muy grabado en su día, porque eran tiendas de barrio, donde el vendedor ya te conocía, siempre tenía una sonrisa para ti… Echo mucho de menos ese aroma, de verdad. Parece una chorrada, pero cuando a veces paso por delante de algún sitio, huelo el vinagre de pepinillos, o paso por delante de una de las pocas que quedan, me saca una sonrisa su recuerdo.
¿Y vosotros? ¿Qué echáis de menos de esos años? ¡Os leo en comentarios!