Soy de esas mujeres que siempre ha sabido que quería ser madre.

Mi cuerpo me lo puso difícil y tardé muchos años en conseguirlo, pero durante todo ese tiempo nunca dejé de imaginarme lo feliz que me haría un hijx.

Y luego tuve un niño, y después una niña, y no tardé en descubrir un montón de cosas que no habían entrado en mis cálculos.

Guau, esto de ser mamá tiene un lado oscuro del que no se habla con la misma alegría que de todo lo demás ¿eh?

Tan pronto me convertí en madre fui descubriendo esos desagradables matices de la cara B de la maternidad de los que ya he hablado aquí o aquí.

Sin embargo, creo que es de justicia reconocer que, aunque la parte negativa bien merece un post — o dos… o tres… — de desahogo, la parte positiva es tan bonita, satisfactoria e inconmensurable, que, aunque sea por una vez, merece la pena dedicarle unas cuantas líneas.

Porque lo cierto es que, aunque había dedicado horas y horas a la recreación mental, la realidad superó a la ficción y me demostró que hay un montón de cosas por las que amo ser madre y que nunca había imaginado.

Me refiero a cosas como estas:

 

  • Ser refugio. Cuando uno de mis niños se hace pupa, se encuentra mal, está cansado, mimoso, etcétera, me busca, se cobija en mi abrazo y con una sola caricia y un achuchón les cambia hasta la cadencia de la respiración… esa es una sensación que no puedo explicar. Siempre me ha enternecido cuando he sido testigo desde fuera, pero vivirlo en primera persona es una de las emociones más bonitas que he sentido nunca.

 

  • La relativización. Porque todo es relativo, lo sabe todo el mundo. Sin embargo, cuando eres madre, la relativización cobra un sentido diferente. Tu orden de prioridades pre-maternidad se va a la mierda en cuestión de segundos y nunca volverá a ser el mismo. En mi caso, fue un cambio buenísimo. Yo siempre estaba preocupada, estresada y/o agobiada por lo que fuera. Ahora que soy madre, siempre estoy preocupada de algún modo por mis hijos, es verdad, pero ya no lo hago de la misma manera por todo lo demás. Mis hijos me han enseñado a relativizar y relativizar me permite disfrutar la vida de otro modo.

 

  • Mamá. Y ‘Mami’ o solo ‘Ma’. Con el paso del tiempo me he ido acostumbrando, pero al principio cada vez que mi bebé me llamaba así me moría un poquito de puro amor. Es una tontería porque, a ver, es así como le hemos enseñado que me llame ¿no? Me da igual, esas palabras saliendo de su boquita son música para mis oídos y para mi corazón.
Foto de Yan en Pexels
  • El reflejo. Supongo que es un pelín narcisista por mi parte y es algo que de verdad que nunca pensé que resultara tan sumamente satisfactorio, pero me hace muy feliz cuando los oigo utilizando alguna de mis muletillas. O cuando reconozco en sus caritas una mueca o gesto muy mío. Me encanta ver reflejada en ellos una parte de mí.

 

  • Te quiero, mami. Si escuchar a mis hijos decir mamá puede hacerme llegar a las lágrimas, oírlo precedido de un ‘te quiero’… es que me derrito. Sonrío como una boba cuando me lo dicen en respuesta a un ‘Buenas noches, cariño. Te quiero’, pero cuando lo sueltan ellos espontáneamente, buf, se me vuelve el cuerpo plastilina.

 

  • Los descubrimientos. Los niños son un libro en blanco al que cada día van añadiendo capítulos sobre primeras veces. Disfruto muchísimo con los descubrimientos que van haciendo y con cómo reaccionan ante ellos, aunque se trate de cosas de lo más simples. El primer día de playa o en la nieve, un sabor nuevo, un juego que no conocían… Es maravilloso porque, por un lado, estás ahí con ellos o incluso eres tú quién les proporciona esa nueva experiencia o conocimiento, y, por el otro, tu niño interior es partícipe también y le obliga a tu yo adulto a vivir ese redescubrimiento desde una perspectiva diferente, pero no por ello menos gratificante.

 

  • Los aprendizajes. Gran parte de mi labor como madre consiste en educar y enseñar, eso ya lo sabía. Lo que no supe hasta que los tuve es que los hijxs también te enseñan a ti. Aprendes cosas nuevas, reaprendes algunas que habías olvidado y aprendes una barbaridad sobre ti misma.

 

  • El orgullo. Ya podía haber esculpido yo el David, pintado la Gioconda, diseñado la ópera de Sídney o descubierto la penicilina. Nada de eso me haría sentir más orgullo del que siento por mis hijos. Lo cierto es que soy una persona bastante mediocre en todos los sentidos y que nunca ha hecho nada de lo que sentirme especialmente orgullosa. Hasta que tuve a mis niños. El orgullo que siento por el mero hecho de ser su madre es algo que nunca había experimentado y que nada que haga podrá superar jamás.

En definitiva, aunque me pase el día resoplando y rajando de lo duro que esto de la maternidad, debo confesar que mis hijos me hacen feliz a un nivel solo comparable al que me sacan de quicio.

No, en serio, ellos me han hecho ver la vida de otra manera, me hacen dichosa y me han convertido en una versión mejor de mí misma.

No se puede pedir más.

Bueno, si acaso que el finde duerman al menos hasta las diez.

 

Imagen de portada de Elly Fairytale en Pexels