Dicen que de los errores se aprende, y está claro que a mí me ha tocado ser la número uno en esta lección. Si tenemos que tirar de dichos y tópicos también puedo enmarcarme dentro de ese gran grupo de gente que solo sabe tropezar una y otra vez con la misma piedra. Y es que en toda mi vida, una treintena de años, solo he sabido dar con hombres que se han terminado convirtiendo en una auténtica equivocación. Me prometí a mí misma evolucionar, dejar atrás lo vivido y centrarme en mí, en ser yo la protagonista de mi vida. Pero aún así mis relaciones bien podrían haber sido un bucle constante similar a aquel día de la marmota.

Como os digo, acabo de cumplir 30 años y lo hago estrenando canas y soltería. Sí, tras un último noviazgo que se las prometía fructífero, real y respetuoso, he tenido que volver a ver cómo mis esperanzas se iba por el retrete tras parar un segundo y pensar en mí. ¿Podría dejar de una vez de boicotearme? ¿Puedo parar ya esa tendencia a invitar a formar parte de mi vida a machirulos egocéntricos y sin dos dedos de frente? Pero sobre todo ¿en qué momento voy a empezar a respetarme a mí misma?

He pasado la noche en vela dándole vueltas, y finalmente he llegado a una conclusión, todo esto es lo que no volveré a permitir a mis futuras parejas.

Que critiquen mi físico aunque sea desde el cariño, que se crean con derecho a decirme cómo debo ser por fuera para ellos sentirse más a gusto. No cariño, no voy a hacer tablas de ejercicios para que mi barriga esté más plana ni me voy a teñir de morena porque tu icono sexual es Meghan Fox.

Se acabaron los menosprecios. He vivido siempre con ese miedo a que mis opiniones pudiesen parecer menos valiosas que las de los demás. Lo que yo piense vale exactamente lo mismo que lo que a ti se te pase por la cabeza. Mi forma de ver la vida es mía y tienes que respetarla.

Las actitudes machistas extremas no son pequeños deslices. Que me digas que me vas a ‘ayudar en casa’ puede ser un micromachismo sin importancia, que llegues todos los días de trabajar y te tires en el sofá esperando la cena como si fuera mi obligación preparártela, no, esa no es mi labor.

Yo decido mi forma de vestir y si no pregunto opiniones, directamente te las puedes evitar. Puede parecer extremo, pero cuando he vivido bajo la horrible sombra del ‘a dónde vas con esa falda tan corta’ durante diez años, una termina escaldada. Me pongo lo que me da la gana cuando me da la gana, y si no estás de acuerdo puedes quedarte en casa.

Los límites en la cama los marca cada uno. Si me propones una experiencia y te digo que no, es que no. Al igual que si me preguntas si me apetece echar un polvo y te digo que estoy cansada. Respétame y nuestras relaciones serán maravillosas, de no hacerlo estás violando mi espacio personal y mi cuerpo, lo que entre otras cosas es un delito.

Que mi familia te quiera y te acepte no es sinónimo de nada. Utilizar a mis padres como moneda de cambio en discusiones de pareja es feo y sucio. Puedes haberte camelado a mi familia con tus buenas formas y tu sonrisa pero si conmigo la cosa no funciona, se acabó. Mis padres lo entenderán porque me quieren de verdad.

Que mi pareja decida cuidarse a saco no tiene que significar que yo también lo haga. Gimnasio, dieta hiperproteica, quemagrasas… No, mi cuerpo es mío y te apoyaré si optas por subirte a ese carro, pero no me hagas a mi un hueco si yo no te lo pido.

Necesito tiempo para mis amigas, porque al igual que nuestra relación de pareja debe evolucionar, mi vida sin ellas no sería la misma. No permitiré ni un solo juego sucio para hacerme sentir mal por salir con ellas a cenar, tampoco entra en mis planes escucharte criticarlas gratuitamente. Ellas han estado a mi lado toda la vida y tú apenas unos meses ¿de veras quieres que elija?

No quiero tener hijos, y cada año que pasa lo tengo más claro. En absoluto pienses que voy a cambiar de idea porque tu gran influencia de pronto despierte mi instinto maternal. No te quedes a mi lado creyendo que acabaré cediendo para luego enfadarte si mi forma de pensar no cambia. Si me quieres, esta es una de mis condiciones y es completamente inamovible.

Mi dinero, de entrada, es mío. Si quieres que compartamos gastos o que empecemos a ahorrar de forma conjunta, lo haremos bien. Por mis planes no pasa prestarte dinero o dejarte mi tarjeta para que hagas con mi cuenta corriente lo que te de la gana escudándote en el amor que me profesas.

Fotografía de portada

 

Redacción WLS