Vivir en pareja no es algo idílico y por más que nos lo intente vender Netflix, tampoco es una comedia de amor.

No hay desayunos en la cama todas las mañanas, ni flores ni escenas de sexo salvaje en la cocina mientras os hacéis el almuerzo. O quizás sí, pero también habrá días de mal aliento, mañanas de enfados tontos en las que no te encuentras ni tú y todo lo que le pides al mundo es desaparecer.

Porque vivir en pareja es una suerte de trabajo a jornada completa en el que tienes que invertir la mayor parte de tus energías  en una carrera de fondo, esperando con todas tus fuerzas que salga  bien.

Aprender a respetar- y entender- la enorme lista de cosas que os hacen diferentes pese a que antes sólo veías similitudes. Sentir que a veces no conoces a la persona con la que habitas y otras tantas pensar que es tu mejor amigo y tu persona favorita.

Ser feliz un sábado por la tarde pasando la aspiradora y cenando sobras con sabor a nevera porque os da pereza cocinar. Hacer de cada situación cotidiana un momento de risa y de complicidad o joderlo todo en un simple instante porque uno de los dos tiene un mal día.

Saber comprender los ritmos – y pausas- de alguien que definitivamente no eres tú.

Compartir el mando de la tele cuando sólo te apetece hundirte en el sofá, querer comer chino y acabar cenando pizza porque a veces hay que ceder. Disfrutar con la ilusión de una niña pequeña las noches de Netfllix, mantita y sofá.  Memorizar manías que no son las tuyas pero que conoces tan bien como los lunares de tu propia piel. Pensar en las necesidades de alguien más a veces antes incluso que las propias tuyas.

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Vivir en pareja no es fácil y a veces puede hacerse cuesta arriba. Pero incluso en esos momentos sigues sabiendo a ciencia cierta que vale la pena.

@Pau_aranda21