Tengo casi 32 años y soy la única de mi grupo de amigas sin hijos. Pese a haber sido por decisión propia y aunque adoro a mis sobrinos postizos, se dan situaciones a diario que he tenido que aprender a gestionar.

Insisto: adoro a mis amigas y a sus hijos, me encanta compartir tiempo con ellos y me siento un poco mal contando esto pero es que creo que nunca se habla y por eso todavía nos sentimos peor. Tampoco sé si a todas las amigas sin hijos os pasa pero quizás es un buen momento para ponerlo en común.

Claro que echo de menos las amigas que éramos antes. Lógicamente ya no hay noches largas de fiesta o vino con risas, los planes necesariamente tienen que cambiar porque la situación no es la misma y mis amigas tienen obligaciones que yo no. Lo entiendo, lo respeto pero reconozco que nos echo de menos, aunque suene un poco egoísta decirlo abiertamente.

Echo de menos los planes chorras, donde no había que pensar en sacaleches o en ir a sitios con microondas donde calentar los potitos y donde podíamos hablar de cualquier cosa sin importancia, sintiendo que todas teníamos nuestro espacio. Ahora es difícil hablar de cosas que no envuelvan la maternidad. Repito: es lógico. Esa es la situación actual de mis amigas pero cuando nos juntamos todas es casi imposible no sentirme un poco aislada de la conversación porque soy la única que no puede hacer referencia a esa marca de chupetes o a la calidad del sueño de mi bebé.

Tampoco me siento con la libertad de contar que estoy cansada. Con la intensidad que viven mis amigas en su día a día, termino pensando que mi cansancio no tiene importancia y que decir “estoy cansada” frente a ellas es casi una falta de respeto. En alguna ocasión también ellas lo han minimizado, motivo más por el cual no me siento cómoda diciéndolo, porque sus respuestas casi siempre son “Te cambio mi vida por la tuya, ya verás como entonces sí estarás cansada…” y derivados. Sé que tienen razón y que el nivel de cansancio en la maternidad es incomparable pero para quienes no somos mamás la vida sigue teniendo sus diversas emociones.

Tampoco es que mis amigas sean ogros, que quizás contando todo esto lo parece. También hemos hecho cosas bien para gestionar esta nueva situación, las cuales os recomiendo mil si queréis mantener vuestra amistad lo más intacta posible (dentro de que por narices va a cambiar, asumámoslo). Nosotras por ejemplo buscamos ratitos una vez por semana para vernos solas y poder charlar, si no en persona por teléfono, para que también me cuenten cómo están ELLAS, porque solemos centrar las conversaciones en los recién nacidos y nos olvidamos de que las mamás también transitan un montón de emociones en la maternidad.

Además desde que han nacido mis sobrinos postizos, acostumbro a quedarme ratitos con ellos para que mis amigas hagan algo tan sencillo como lavarse el pelo sin estar pensando si su bebé se habrá comido la pata de una silla o la tierra de las macetas y os prometo que lo hago con el mayor de los gustos.

Es como que la maternidad de mis amigas me permite cuidarlas de una forma distinta, aunque ello signifique renunciar a cómo era todo antes. Con sus cosas buenas y sus cosas malas, las admiro por traer una vida al mundo y cuidarla tan, tan bien. Solo es que a veces nos miro, echo la vista atrás y me invade esa nostalgia de vernos en puntos tan distintos que a veces me da la sensación que nunca convergen…Pero lo que sí puedo deciros es que cuando el cariño y la amistad prevalecen, siempre se encuentran momentos donde conectar.

A las que estéis en una situación parecida, ¿cómo lo vivís? ¿Os sentís reflejadas con algo de lo que he contado?

 

Anónimo

 

Envía tus experiencias a [email protected]