Cuando cortar con un amigo es más difícil que cortar con tu pareja

Las relaciones de amistad tóxicas existen, eso se sabe. Lo que no sabemos es por qué aguantamos. Puede deberse a una baja autoestima que induce a pensar que no te mereces más, al miedo a quedarte sola, a la esperanza de que puedes cambiar su personalidad o a la aceptación del rol de víctima. 

Yo he estado involucrada en una relación tóxica de amistad de la que no estoy segura de haber salido. Porque la relación ha cambiado y la intensidad del vínculo ha decrecido, pero sigue estando. El caso es que me hizo sentir mal muchas veces, demasiadas. 

  • ¿Qué compartía algo relativo a mis principios, como el feminismo? “Joder, con las feminazis. Tú lo que necesitas es un buen polvo”. 
  • ¿Qué le contaba mis preocupaciones sobre el futuro y cómo estos me motivaban a emprender hábitos como el vegetarianismo? “Deja de hacerte la modernita, anda”. 
  • ¿Qué me abría emocionalmente y le contaba por qué estaba pasando un mal momento? “Otra. A ver si aprendéis que la vida es la mierda que es, y de ti depende cómo la vivas”. 
  • ¿Qué le hablaba sobre mis escasos progresos con la dieta y mis complejos? “Lo que pasa es que eres comodona. Te digo yo a ti que entrenas como yo y pierdes peso”. 

Creo que son ejemplos bastante ilustrativos de falta de empatía, invalidación emocional e incluso minusvalorización como para haber huido despavorida. 

  • Atrapada

He pensado muchísimo en ello, porque resulta que sé lo que es una relación sana. Creo identificar perfectamente los pilares en los que se basa, porque son los que compartimos mi pareja y yo: respeto, igualdad y buena comunicación, entre otros. Se me activan las alertas cuando observo un comportamiento tóxico como los que ya he señalado, pero entonces, ¿por qué permanecía en la relación? No es que no me alejara, es que iba con frecuencia a recibir mis dosis de vapuleo a la autoestima. ¿Por qué?

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La única respuesta que encuentro razonable es la del deseo de cambiarle. Porque, de vez en cuando, entre corte y corte me ponía una tirita que me trasladaba algo de cariño y que yo creía suficiente, o me hacía pensar que él quería ser mejor persona de lo que era. Que, simplemente, necesitaba ayuda en forma de cariño y comprensión. No es que yo pudiera ayudarlo de otro modo, porque no soy especialista. 

Yo pensaba que él se había construido capas y capas de protección debido a una autoestima baja, y me sentía como el minero que tiene que perforar metros y metros de pared para dar con la veta de carbón. Que, en su caso, sería esa personalidad empática, interesante y llena de sentido del humor que yo vislumbraba.  

Llegué a pensar que sentía algo por él. Que la razón por la que no podía desengancharme era que estaba pillada o algo por el estilo, e incluso vi señales de que él podía sentir lo mismo. Hoy dudo de que las hubiera y, de ser así, eran muy vagas. 

Hubo conversaciones subidas de tono, creo que más por un deseo de ejercer cierto control sobre mí, o de humillarme. Pero fue la pista definitiva de que algo tenía que cambiar, así que lo hablé con mi pareja para pedirle ayuda. Y, afortunadamente, se esforzó por trabajarlo y dejar de lado sus presuntos celos o su enfado. 

  • ¿Se sale?

Sí, aunque ya digo que no sé si fue mi caso. Alguna vez que exploté, le canté las 40 y lo ataqué donde más le dolía, dejó de hablarme durante meses. Pero luego, porque yo lo buscaba o porque me buscaba él a mí, retomábamos la relación tan “normal”. Quiero decir, todo lo normal que pueda ser una relación tóxica. 

Cualquiera dirá que lo mejor para hacerlo es aplicar el contacto cero y alejarte tanto como sea posible de esa persona. Si, total, no te aporta nada, ¿qué pierdes al terminar? 

Yo intenté aplicar ese contacto cero en varias ocasiones, pero confieso que nunca he sido demasiado buena poniendo límites. Él no se tomaba en serio mis intentonas y, simplemente, creía que yo estaba dramatizando y que no era para tanto. Jamás asumió sus errores

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Aunque la relación continúe, ni es tan intensa ni me hace el mismo daño, así que de algún modo siento que sí, que salí. ¿Cómo lo hice? 

En primer lugar, poniendo límites que sí era capaz de poner. A veces somos demasiado ambiciosos al hacerlo, como cuando pretendemos hacer dieta para bajar 20 kilos. Empieza por uno, mejor, observa el impacto, siéntete bien y luego continúa. Mis límites consistieron en reducir la frecuencia de los contactos. 

En segundo lugar, me centré en relaciones que sí merecen tiempo y esfuerzo. Porque me aportan, me llenan, me enseñan y me nutren día a día de afectos. Esas son las relaciones que hay cuidar, aquellas que te hacen sentir bien al construirlas. 

 

Seamos realistas, no todas nuestras relaciones van a ser buenas, al igual que se tienen malos días en un trabajo que te encanta. Por eso cuidar las relaciones que lo merecen es una manera indirecta de poner límites a las que nos hacen daño, a las que ya no se les puede dedicar tanto tiempo y esfuerzo. Es, por así decirlo, poner límites por omisión

 

Ánimo a quienes se sientan atrapadas/os en relaciones dañinas. No dejes que nadie te haga sentir peor por no poder alejarte, porque no es fácil. Tómate tu tiempo, ve poniendo límites que puedas asumir y observa lo bien que te sientes. Poco a poco. 

 

Azahara Abril