Acabo de cometer el acto más infantil, inmaduro e impropio de mí de la última década:

Me he salido del grupo de whatsapp de la pandilla.

Y luego lo he eliminado.

No ha sido un arrebato ni una forma de llamar la atención. Ha sido una decisión meditada y fruto de mucha reflexión.

Porque no se trata solo de abandonar el grupo, es una manera de dejar patente que abandono también mi empeño en seguir formando parte de las vidas de esas personas que se supone que eran mis amigos.

Quizá me he pasado de dramática y es muy posible que ahora me estén poniendo verde en ese mismo chat, pero no me arrepiento.

Lo mismo ni siquiera se dan cuenta de que me he ido… es una de esas cosas que pasa cuando eres la amiga que lo da todo, pero nadie hace lo mismo por ti.

Yo ya me he cansado de dar y no recibir jamás ni la mínima parte.

Foto de Cameron Readius en Pexels

Que han sido años, joder, no es algo de ahora.

Llevo años viendo cómo la vida nos iba poniendo en posiciones cada vez más distantes.

Yo he luchado por mantener la relación de siempre, incluso en la distancia.

He estado ahí para mis amigos, en las buenas, en las malas y en las peores. Sabiendo que se estaba enquistando la tendencia a acudir a mí solo para las penas, cada vez menos en las alegrías.

He estado disponible 24/7.

He consolado, llorado, escuchado… Me he levantado de madrugada para atender una llamada, he cancelado mis planes cuando ha sido necesario.

Y, no me entendáis mal, lo he hecho siempre de mil amores.

Porque los amigos estamos para eso.

No obstante, hasta aquí he llegado.

Ya no voy a seguir mintiéndome, excusándoles, fingiendo que es normal, que son paranoias mías.

Ya basta de ‘pobre, es que como ella tiene hijos no puede estar tan pendiente’. ‘Tal trabaja hasta muy tarde’. ‘Fulano siempre tiene un montón de compromisos’…

Es obvio que todos tenemos nuestras cosas, que unos estamos más libres que otros. O más dispuestos. O más atentos a las señales de que algo no va bien.

Foto de Engin Akyurt en Pexels

Pero ahora soy yo la que estoy mal, la que tiene su vida patas arriba y necesita, si no ayuda, al menos algo de apoyo y comprensión.

Y, aunque se lo he hecho saber, nadie ha respondido a mi llamada.

No pueden dedicar unos minutos de su tiempo a la amiga de la que tienen una perdida porque necesitaba hablar un rato. No pueden quedar a tomar un café, están demasiado ocupados. Ya me dirán cuando tienen hueco.

Está bien. Necesito de verdad un amigo y por fin he sido consciente de que ahí no me queda ninguno.

Ya que un amigo no es solo ese contacto del móvil con el que intercambiar stickers graciosos entre una felicitación de cumpleaños y la siguiente.

Ni el que pone dinero para el regalo. O el que consiente organizar una cena un par de veces al año y hasta acude y todo.

Amigo es el que te conoce, el que sabe cómo te encuentras o si te pasa algo solo por lo que tardas en contestar un mensaje o por el número de palabras que empleas.

El que se preocupa y no se conforma con que le digas que estás bien. El que cuando os veis, te ve de verdad y te ofrece toda su atención.

Un amigo siempre está, de la forma que sea, estará.

 

De modo que quizá sea hora de revisar también el resto de mis relaciones, comprobar si están equilibradas.

Y trabajar solo en aquellas que realmente merezcan el esfuerzo.

 

 

Anónimo

 

 

Envíanos tus historias a [email protected]

 

Imagen destacada de Engin Akyurt en Pexels