Yo fui la mala de la cita de Tinder. Hemos oído mil historias donde son ellos los cabrones. Pues esta vez el título me lo gané yo. Y con mención de honor. 

Me descargué Tinder por primera vez durante una época de mi vida en la que estaba pasando una mala racha. Bueno, para ser fiel a los hechos, me lo descargó una amiga con la excusa de entretenerme (aunque un poco también para entretenerse ella con las historias que salían de ahí). El arte de ligar no lo domino, pero me lo vendió como un juego y yo pensé “pues vamos a jugar”. Y bien que lo hicimos. 

Esta no es una historia de amor, ni de desamor, ni de sentimientos. Esta es la historia de cómo, al parecer, no tomo las mejores decisiones bajo “presión” (léase: alcohol).

Tuve un par de citas y enseguida conocí a J (vamos a llamarle J por respeto a su persona). Era un tío majo, estábamos a gusto y congeniamos rápidamente. Tuvimos varias citas, nos liamos, nos acostamos. Durante un tiempo fue divertido, estábamos cómodos, nos lo pasábamos bien. 

Sin embargo, según pasaban las semanas, yo empezaba a aburrirme un poco. Resulta que a este chico le faltaba algo de chispa y, la verdad, con una cerveza le veías mucho más majo. 

Una noche, cuando llevábamos ya algún tiempo sin coincidir, hice copas en mi casa con un grupo grande de amigos. No me acuerdo (y no me quiero acordar) de todo lo que bebimos. Entre risas nos subimos a los taxis para ir a la discoteca y de camino me entró un mensaje, “Acabo de llegar a casa, ¿Estás por el centro?”.

Yo, que ya llevaba un tiempo con ganas de mambo, abandoné a mis amigos y continué en el taxi rumbo a su casa. Una cosa importante que tenéis que saber de mi alter ego alcoholizado, Concha, es que hacer bombas de humo es su especialidad. 

Aguanta despierto,” le dije.

Cuando llegué, estábamos los dos bastante borrachos y fuimos al lío rápidamente. Imaginaros el desastre que son dos personas en ese estado sin ningún tipo de coordinación de movimientos. Nos caímos al suelo. Varias veces. Yo me di un golpe en la nariz tan grande que él me tuvo que poner agua oxigenada. Para colmo, se quedó sobado al minuto. 

En ese momento mi mente se despejó y pensé con claridad por primera vez en toda la noche.  Yo a ese chico no quería volver a verle, ni fuera ni dentro de la cama. En un segundo me levanté y recorrí la habitación para no dejarme nada. Algo en mi cabeza dijo: “Concha, recoge tus cosas que tú aquí no vas a volver.” Y justo antes de salir de ahí por patas, recuerdo pensar, “mierda, no me puedo ir así, sin más”. Error.  

 

Otro dato importante que debéis entender sobre mí es que no soy de las que se queda a dormir y mucho menos de las que desayuna. Yo me fui con la firme intención de seguir de fiesta con mis amigos. Concha no iba a terminar así su noche.

Pero llegó la claridad del día siguiente, y me acordé: le había dejado una nota.

No conseguía recordar lo que le puse pero sí las ideas que cruzaban mi cabeza mientras lo hacía. Quería dejarle pero no quería ser muy borde. Una de las dos no me salió muy bien.

Rebusqué en mi bolso y encontré un folio partido en trozos. Tres notas mal garabateadas. Tres intentos. “Buenos días J, esto no se va a volver a repetir” decía una de ellas.  “Buenos días J. Ya hablamos. Si eso.”, decía otra. Mierda. Todos los intentos seguían la misma línea, unos más suaves que otros, pero todos venían a decir, “hasta nunca”.  

Pude reconstruir el folio y vi que le faltaba un trozo. Definitivamente le había dejado una nota. “Pero, no es muy grande”, pensé, “Muy cabrona no he podido ser”. Nunca averigüé qué le puse exactamente. 

La nota funcionó, eso sí. No nos volvimos a ver. Diez en resultado, cero en ejecución. 

¿Está bien dejarle a un tío con una nota justo después de acostarte con él? Pues igual bien del todo no está. Pero, os lo he dicho, no se me da bien tomar decisiones bajo “presión”.

 

Así que sí, yo fui la mala de la cita de Tinder  – en realidad fue Concha, pero bueno – el karma no distingue y ya me lo ha devuelto como un boomerang: ese fue también mi último polvo hasta hoy. 

 

Concha Coyote