Maternidades hay muchas, casi tantas como mujeres que deciden tener un hijo. Se podría decir que no hay dos iguales y seguramente es eso lo que la hacen tan caóticamente maravillosa.

Hay mujeres que se plantean tener hijos siendo muy jóvenes, otras que deciden esperar. Las hay que se quedan embarazadas sin apenas saberlo, mientras que otras por más que lo intentan no lo consiguen. Pero a todo este elenco de madres hay que sumarle, por supuesto, a aquellas que deciden que su hijo no nacerá de su vientre, sino que será adoptado.

Y es que madre no es quien pare, sino quien cría. Que todas las que hemos estado embarazadas sabemos que gestar un bebé une y crea un vínculo especial, ¿pero qué hay de todas las valientes que deciden ofrecer su amor más incondicional a un pequeño que lo necesita?

Cuando una pareja decide adoptar, ante ellos se presenta un inmenso abanico de dudas e incertidumbres. El proceso burocrático de la adopción no es para nada sencillo, y si a eso le sumas el cóctel de sentimientos y emociones por los que les toca pasar… ¡qué locura!

No hace mucho la conocida actriz Sandra Bullock comentaba en una entrevista sobre la maternidad su propia percepción sobre la adopción. Ella, como madre de dos retoños, se mostraba harta de que la gente hiciera referencia a sus hijos añadiendo siempre la coletilla ‘adoptivos’ como si esto fuera algo relevante.

‘Nunca digan ‘nuestros hijos adoptivos’. Nadie llama a un niño ‘hijo concebido sin buscarlo’, ‘hijo de FIV’ o ‘salí una noche de fiesta y terminé embarazada’. Solo digan ‘mis hijos’, porque eso son.’

A la celebrity no le sobra razón. Pasan los años y parece que el tener cerca a una pareja o a una persona que ha elegido adoptar sea algo inaudito. Incluso, aunque no lo creamos, muchos todavía hacen esa distinción al hablar de los hijos de otras personas: ‘Tiene tres hijos, uno de ellos es adoptado‘. Suena algo casposo, ¿no creéis?

En muchas ocasiones lo hacemos sin apenas pensarlo, como dando a entender que esos padres han logrado algo bonito adoptando a ese bebé. Pero también es cierto que muchas de esas familias lo único que quieren es normalidad sin distinciones de ningún tipo. Un hijo es un hijo y no hay más que hablar, ¡qué importa su procedencia!

En mi caso particular a nadie se le ha ocurrido jamás preguntarme cómo fue concebida mi hija (aunque muchas ya sabéis que no tengo reparos en contarlo), ¿por qué nos vemos entonces en la necesidad de subrayar si un niño ha sido o no adoptado? Normalización, diréis, no hay por que esconderlo, y es cierto, pero el eliminar tabúes tampoco nos da derecho a poner etiquetas.

 

Imaginad todas las madres que se han quedado embarazadas gracias a tratamientos de fecundación in vitro. Sonaría raro e incluso irrespetuoso que los demás se refirieran a sus hijos siempre como ‘bebés probeta‘, ¿verdad? Se pasarían el día explicando que su hijo es un bebé sin más, nada de probetas ni historias. Y no porque sea menos cierto, sino por respeto a los padres y a la propia criatura.

Con la adopción pasa un poco lo mismo, e imagino que muchas parejas omiten el explicar a todo el mundo ciertos detalles para evitarse coletillas. Normalizar no significa difundir a los cuatro vientos detalles íntimos o decisiones privadas. Criar a un hijo es un acto de cariño infinito, da igual cómo haya llegado al mundo esa personita. Es un hijo más, sin adjetivos adicionales.

Mi Instagram: @albadelimon

Fotografía de portada