Mi relación con Juan fue corta pero intensa. Poco después de conocernos, ya estábamos intimando: parecía una historia de película, un amor a primera vista…
Nuestros caminos se habían cruzado de una forma casi mágica y pensé que había encontrado al amor de mi vida.
Aunque fueron solo unos pocos meses de noviazgo, desde el primer momento aquello parecía ir totalmente en serio: él me hablaba de un futuro juntos y soñábamos en voz alta con nuestros próximos planes de convivencia, con nuestro matrimonio, con nuestras vidas en unos años, con nuestra vejez compartida, con nuestros hijos…
Era demasiado bonito para ser verdad, pero yo estaba tan emocionada que no quise ver las señales de alarma que mostraban la evidencia de su falsedad desde el principio.
Por ejemplo: la dificultad que se generaba a la hora de vernos físicamente. Parecía que nuestro vínculo se debía basar básicamente en conversaciones virtuales o telefónicas, a lo que él argumentaba su exceso de trabajo y la distancia entre las ciudades donde ambos vivíamos como explicación razonable a este problema.
Otra señal que hoy me parece apabullante era el contraste que había entre nuestros encuentros o llamadas y la comunicación por chat: cuando nos veíamos en persona o cuando hablábamos por teléfono, se convertía en el novio perfecto, en ese del que me había enamorado y que en realidad me estaba vendiendo el oro y el moro hasta el punto de tenerme tan engañada.
Sin embargo, por escrito se mostraba frío y escueto. Apenas escribía y me convencía de que no le gustaba usar esa vía de contacto, que en esto era bastante antiguo.
En lugar de responder a mis mensajes, pues, solía contestarme llamándome directamente.
De esta forma, prácticamente apenas se quedaban registros en forma de pantallazos donde se hiciese evidente lo que ocurría entre nosotros.
Cuando llevábamos un tiempo de relación y yo ya estaba con la mosca detrás de la oreja, empecé a investigar.
Supuestamente, su desagrado por las nuevas tecnologías hacía que no tuviese ni usase redes sociales, pero mi intuición me hizo llegar a una de ellas y ¡vaya si tenía!
No solo poseía cuentas en varias sino que, además, era asiduo a publicar constantemente cosas sobre él y su vida personal.
Así, pude comprobar que tenía novia formal desde hacía varios años en su ciudad.
Atando cabos según veía publicaciones de ambos, me di cuenta de que cuando yo lo había visitado era precisamente en momentos en los que ella se encontraba fuera…
En las redes parecían muy felices por las publicaciones actuales así que yo, después de la primera fase de ansiedad y llanto donde toqué con el desencanto y desengaño más profundo que se puede sentir, opté por comunicarme directamente con su pareja para contarle todo y hacerle un favor al advertirle del desconocido con el que compartía su vida.
A él directamente decidí ignorarle y no malgastar ni un segundo más de mi tiempo ni mi energía con alguien así.
Lo que vino después de esto fue el colmo de la desvergüenza:
Efectivamente, escribí a la chica por privado contándole absolutamente todo.
Por su parte, hubo silencio durante algunos días lo cual a mí me extrañó bastante, pero solo quería pasar página y olvidarme de este tema después de haber actuado como consideraba que debía.
De él tampoco supe nada, lo cual tampoco era extraño teniendo en cuenta que le había bloqueado.
Y cuando menos me lo esperaba y realmente empezaba a pensar que nunca recibiría respuesta por parte de esta chica, me escribió.
Lo hizo básicamente para decirme que yo estaba loca, que me aconsejaba terapia pues estaba informada de mis desequilibrios psicológicos y de mis trastornos graves de confundir mis sueños con la realidad.
Así mismo, me pedía que la dejase en paz y que dejase en paz a su pareja.
Atónita ante ese despropósito de contestación, procedí a responderle diciéndole que no se dejara engañar por este chico. Que si no se daba cuenta de la milonga que le estaba contando.
Entonces fue ella la que empezó a enviarme capturas de pantalla en las que yo escribía a su marido por WhatsApp y él nunca me respondía (porque claro, automáticamente me llamaba ya que “no le gustaba el chat” pero lo que ya era evidente que no le gustaba era que quedase constancia de nada).
Impotente, ante eso le mandé como mi única prueba el historial de llamadas en la que constaban esas conversaciones posteriores donde se veía claramente la duración de cada una de ellas y quien las emitía (él).
Y entonces recibí su última respuesta antes de que me bloqueara y cortara definitivamente el contacto conmigo:
Me decía que estaba enterada desde el primer momento de mi acoso hacia él, y de cómo él había intentado una y otra vez, como amigo, ayudarme y hacerme entrar en razón intentando charlar conmigo, ya que se preocupaba por mi estado mental y le daba miedo hasta dónde podría llegar desde mi “locura”.
Pero dado el punto a donde habían llegado los acontecimientos, ya había decidido protegerse y protegerla a ella borrándome totalmente de su vida.
La mujer me expresó que ya no podían hacer nada por mí puesto que yo había pasado todos los límites. Y se volvía a despedir diciendo que de verdad acudiese a un psiquiatra porque necesitaba medicación urgente para distinguir lo que soñaba de lo que sucedía realmente, y que en el fondo me deseaba lo mejor.
Ya nunca más tuve acceso a comunicarme con ella pero, de todas maneras, pienso que no hubiera valido para nada: este sinvergüenza le tenía tan comida la cabeza como a mí o incluso más, ya que llevaba mucho más tiempo siendo víctima de su manipulación mental.
Y al final era al contrario de lo que ellos decían: era yo la que, por mejores intenciones que tuviese, no podía hacer más por esa chica. No hay más ciego que el que no quiere ver.
Han pasado los años y nunca he vuelto a saber nada de esta gente. Solo espero que ella en algún momento consiguiese abrir los ojos y salir del lado de ese sinvergüenza.
Porque yo, piense ella lo que piense, sigo durmiendo muy tranquila.