No sé si es parte de la crisis de los 30 o esa aún está por golpear, el caso es que me siento encerrada en un laberinto que tiene luces de neón apuntando a la salida pero un millón de miedos me empujan cada vez con más fuerza hacia los caminos equivocados y lo peor es que me siento cómoda en la incomodidad. 

Hace 10 años, con 20, estaba en mi tercer año de carrera y no la llevaba muy bien, no tenía becas y mi madre se empezó a cansar de tener que pagármelo todo con su sueldo enano, así que o me ponía las pilas o me ponía a currar. Con esa chulería post adolescente que me caracterizaba me fui a un restaurante de comida rápida que había cerca y volví a casa un par de horas después con una gorra, dos pantalones, dos polos y más chulería de la que la situación merecía. Quien iba a pensar que ese desaire a mi madre iba a condicionar tanto mi futuro. 

El trabajo era bastante duro, con muchos requisitos absurdos, muchas normas ilógicas, pero se cobraba medianamente bien, y si trabajabas de noche las horas se pagaban mejor, así que poco a poco empecé a ganar para mis vicios y algo más y a perder ansia de madrugar para ir a clase. Y fue así como dejé la carrera porque “no me daba la vida”. Si lo pienso ahora… 

Cuando ya había dejado todo, me había independizado con mi novio (que por supuesto conocí en el trabajo) y podía empezar una vida normal, me vi con un contrato indefinido en una ciudad donde no había curro para nadie y… Empezó mi encierro.

La jefa, una ricachona bastante déspota, sabía perfectamente que ofrecía unas condiciones lo suficientemente buenas como para que tuvieras que quedarte, pero lo suficientemente malas como para que no te permitiera ahorrar y arriesgarte a un cambio. Yo fui la última en entrar y durante 5 años ni entró ni se fue nadie. NADIE. No había alternativas y entonces empezó a ajustarlo todo, rebajar las horas, reducir el suplemento nocturno, exigía mucho más en mucho menos tiempo, castigaba con bajadas de horas a quienes exigía derechos, nos retiraba días libres… Nos cansamos de oír que todo era denunciable, que no podíamos hacerlo ¿quién la iba a denunciar? Todos los que estábamos allí nos vimos sin estudios, sin más experiencia laboral que un montón de años limpiando grasa y con cargas familiares que nos hacían ser los más dóciles y sumisos cachorrillos. 

Y es que era muy astuta, en cada entrevista de trabajo fingía un interés altruista por tu familia y tu situación, así se hizo con una plantilla de huérfanos, hijos de obreros, etc.; gente que una vez que empezase su vida independiente no tendría a quien pedir ayuda. Muchos de nosotros asumimos erróneamente que debíamos aguantar y seguir con nuestras vidas y ahora, con criaturas a nuestro cargo cómo vamos a salir de allí. 

 

Y de todo esto viene mi crisis existencial. Ahora si hay algún curro, pero en pocos sitios nos ofrecen unos horarios que nos permita conciliar. Ahora mismo estamos los dos aquí, ganando lo justo y sin vernos el pelo entre nosotros, pero nuestro hijo está atendido siempre y tenemos los pagos al día. Me quiero ir de aquí, me amarga la existencia; ese ambiente viciado, esa toxicidad, el tener que llorar las horas para poder comer… Pero ¿y si me voy y le amarga la vida al padre de mi hijo? ¿y si me va mal y luego no encuentro otra cosa? 

Hace mucho que se pasa el convenio por el arco del triunfo y me encantaría poder denunciar, eso y los tratos vejatorios que recibimos, pero mi familia entera vive de ese trabajo y no sé cómo salir de allí. Nadie nos entiende, nuestros amigos no se hacen una idea de lo sectario que se ha convertido y nos critican por no querer evolucionar, pero no se dan cuenta de que estamos atrapados y no podemos salir.

 

Luna Purple