Había quedado con Pablo, un chavalín que había conocido en Tinder, para nuestra primera cita. Y claro, el muy original, me lleva a un parque de atracciones. ¿No podía ser un café como todo el mundo? Pero bueno, me pareció divertido, algo diferente, así que me apunté y he de reconocer que en algún momento pensé en si iba a tener problemas por mi peso…

Era una tarde calurosa y el parque estaba abarrotado. Nuestro primer destino, por supuesto, era la montaña rusa, la joya del parque. Y justo cuando estábamos ahí, a punto de subir, me para el tipo del control. «Lo siento», me dice, «pero no puedes subir, no cierra bien la seguridad». ¡Vamos, no me jodas! Ahí me quedé, con cara de tonta, y toda la cola mirando. Tierra trágame.

Pero cuando me giré para salir, muerta de vergüenza, Pablo estaba ahí. El chaval podría haberme dejado tirada, podría haber hecho algún chiste hiriente. Pero no. En lugar de eso, se rió y dijo: ‘Pues si no te dejan subir, yo tampoco subo, total en el fondo no quería despeinarme’.

La vergüenza seguía ardiendo en mis mejillas, pero Pablo no le dio más importancia y me sacó una sonrisa.

Después de la debacle de la montaña rusa, decidimos explorar el parque y descubrimos que gracias a dios mi culo sí cabía en muchas atracciones.

Mientras paseábamos, me di cuenta de que, a pesar de lo que había pasado en la montaña rusa, me estaba divirtiendo mucho. Los nervios iniciales de la cita habían desaparecido y estábamos riendo, comiendo cosas ricas y disfrutando de un día genial. Pablo resultó ser un encanto, un friki achuchable que me hizo sentir genial en todo momento.

Como colofón, terminamos el día en una especie de noria, mirando el atardecer y las luces del parque comenzando a encenderse. Ahí, entre risas y miradas, me di cuenta de que el incidente sobre mi peso no había estropeado mi día, sino que lo había hecho incluso mejor. Nos había unido de alguna forma, y me había demostrado que Pablo era alguien que valía la pena conocer. Encima hubo beso, no podía pedir más…

Ese día me enseñó que no tengo que avergonzarme de quién soy, ni permitir que las opiniones o miradas afecten a mi diversión como me sucedió otras tantas veces en mi vida. Y que, pase lo que pase, siempre hay una forma de convertir un mal momento en una buena historia, especialmente si estás con la compañía adecuada.

¿Que si hubo segunda cita? Por supuesto.

 

Lorena Pérez-Monteoca

 

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