A raíz de los últimos momentos gordófobos que estamos sacando a relucir como sociedad actualmente, al caso Adele o al drama que parece ser salir con kilos de más de la cuarentena me remito, me doy cuenta de que seguimos obsesionados con el peso. El puto peso. No superamos que cuánto pesamos está pasado de moda.

No me entendáis mal, ya sé que estamos obsesionados AÚN con la apariencia física de la peña. Con sus michelines, los presentes y ausentes, o su salud (todos médicos frustrados con soluciones a pandemias). Pero llamadme ilusa, me deja loca que aún no estemos preparados para medir el progreso, nuestros logros y avances con algo, lo que sea, que no sean los kilos. Ni se me ocurre soñar con NO MEDIRLO Y PUNTO.

Cómo puede ser que sigamos viendo inherente a nuestro éxito el perder peso. ¿Cómo leches puede ser que la gente asuma que ESTAMOS BIEN PORQUE NUESTROS KILOS DISMINUYAN?  Oye, soy un enjambre de abejas dentro de mí, pero OJO que he bajado de las 3 cifras mi peso; seguramente porque mis emociones me hayan llevado a la pérdida de apetito, pero eso a quién coño le importa: HE ADELAGAZADO. APLAUSOS.

No estamos preparados para hablar de algo más que los kilos. Eso es así. Las gordas nos hemos apropiado de la palabra para desterrarla de los insultos. Muchísimas mujeres nos hemos hecho hueco entre todas para salirnos de la normatividad corporal y celebrar nuestra diversidad. Pero todavía no nos dejan superar la cifra de la báscula como sinónimo de nuestro valor o éxito. El mundo no está preparado para escuchar eso. Una cosa es que te quieras tal y como eres y esas historias nuestras, de locas empoderadas, y otra que ahora nos creamos con derecho a dejar de hablar de todo lo que sobra. O falta. De todos esos numeritos que siempre tienen distintas escalas para ser suficientes. Porque, que no os engañen, esos malditos números son más difíciles de adivinar que el gordo, tucutun ts, de la lotería.

¿Cuánto hay que pesar para ser flaco? ¿Para ser gordo? ¿Cuánto para ser modelo? ¿Y para ser curvy? Y eso ¿cuánto te da de felicidad? ¿A cuánto está el gramo de alegría? ¿Y el de seguridad en una misma? ¿A kilo y medio o a doscientos? Amiga, pésate y ya veremos.

Parece casi ficción que un día la gente viviera SIN PESARSE. ¿Os imagináis? La peña por ahí suelta, sin perder un minuto de su tiempo en pensar “¿cuánto pesaré?” ¿Qué era de ellos? Pues hoy el mundo no está preparado para dejar atrás los numeritos como fórmulas de aceptación. Necesitamos notas, precios y kilos. Y no podemos huir de ninguna de ellas.

¿Qué sería de nosotras, gordas, flacas, mujeres dentro de ese intervalo infinito de cuerpos si no supiéramos cómo medir la esclavitud a nuestros cuerpos? ¿Qué haríamos con tanta libertad?

Me queda clara una cosa, cuánto pesamos está pasado de moda, aunque el mundo aún no pueda tener esta conversación. Es imposible que lo que define a los ingredientes de un bizcocho defina lo que eres o quién eres y, sobre todo, cómo mereces ser tratada. Es como pedirle a una regla que midiese nuestros sentimientos en centímetros.

Poco a poco, menos número, más palabras. Bonitas todas ellas. Palabras que te den alas para volar muy alto, por encima de las convenciones sociales y de las básculas de todas partes.

@tengoquenayque