Yo nunca pensé que me podría encontrar en una situación tan desesperada como la de estar a punto de quedarme en la calle con dos niños pequeños. Ni en mis peores pesadillas.

Uno no se plantea que eso pueda ocurrir. Hasta que todo se vino abajo, jamás me había quedado sin ingresos. Había conseguido empatar un trabajo con otro desde que terminara los estudios, apenas había tenido que recurrir a la prestación por desempleo. No sabía ni cómo iba lo de las ayudas del estado.

Sin embargo, en un momento dado empezaron a venir mal dadas. Todas. Durante mucho tiempo, todo lo que pudo salir mal, salió mal. O peor que mal.

En cuestión de meses me quedé sin salud, sin ingresos y a punto de perder la vivienda en la que residía con mis hijos de 3 y 5 años.

No había nada que pudiera hacer, nadie me podía ayudar a recuperar la casa en la que tanto había invertido y de la que me iban a desahuciar. Debía dar gracias por haberme topado con una asociación en la que me habían ayudado en el proceso con el banco, así como facilitado alimentos y productos básicos.

Estaba apurando las últimas semanas en aquel piso cuando recibí la noticia: alguien que no conocía me había incluido en su testamento. O cómo la herencia de un tío lejano me salvó la vida. Un tío tan lejano que, aunque sí lo había conocido, apenas tenía recuerdos de él.

 

Era un tío-abuelo que había dejado de relacionarse con el resto de la familia hacía décadas. Después de hablar con mi madre y de rebuscar en los viejos álbumes de fotos, recordé quién era. Me acordaba de aquel hombre que solo venía al pueblo unos días en verano. Traía regalos y siempre me decía que era su sobrina-nieta favorita, porque además era hija de su sobrina favorita. No lo veía desde que era una niña con coletas, pero, por lo visto, él no me había olvidado.

Ya no tenía forma de averiguar sus motivos para incluirme en sus últimas voluntades. Nunca sabré si era consciente de mi lo desesperado de mi situación. Ni por qué no se puso en contacto conmigo o mi madre durante todo el tiempo que habíamos pasado sin saber nada de él.

De cómo la herencia de un tío lejano me salvó la vida
Foto de Shvets Production en Pexels

Fue una de las vivencias más surrealistas de mi existencia, una digna de película de sobremesa del domingo. Pero sucedió. Y gracias al dinero con el que me vi tras recibir ese legado inesperado, conseguí saldar mis deudas con el banco. Pude conservar la casa en la que habían nacido mis hijos, sobrevivir hasta que encontré trabajo de nuevo y hacer un reseteo vital con el que pude decir adiós a una de mis etapas más oscuras.

El dinero se agotó después de liquidar el tema de la vivienda y los impuestos derivados de su procedencia, pero soy muy consciente de que ese último gesto de mi tío-abuelo me salvó la vida. Y nunca dejaré de estarle agradecida.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la experiencia real de una lectora.

 

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