De cómo llegué a la conclusión de que necesitaba abrir mi pareja después de casi 20 años juntos.

Al principio (hablamos de relaciones) los años pasan en una nube, esa que te enseñan a sentir cuando “llega el amor”. Luego pasas de todo un poco y más “pero el amor es así” y “nos queremos un montón”. Nada está excesivamente mal ni excesivamente bien y pasan los años. Amor hay, cariño mucho, el sexo no está mal. Y sois padres. Buf. Qué intenso todo. Nadie te prepara para ello, ni a ti, ni a él. Y te toca a ti tirar para delante porque lo de ser unas lobas con sus crías si que se nos da bien. Ellos tienen más tendencia a no implicarse al mismo nivel. Y así pasan los años, siendo madre a tope y en esta inmersión te pierdes a ti misma. Ya no sabes dónde estás o quién eres, qué queda de ti como mujer, como persona… sólo conoces a tu yo de madre. 

La sociedad avanza, y tú, que siempre fuiste algo feminista y muy contracorriente te das cuenta de que llevas el peso de la maternidad sola, que tu marido te ayuda pero no te suple y que no tienes tiempo para ser, vivir o cuidarte porque no te queda. Y te oprime. Y duele. Y piensas, pues si es lo que toca, es lo que hay. 

Y de repente un día él se corresponsabiliza. La recalibración personal que hemos hecho todos en la pandemia es tremenda y él toca fondo para resurgir. De repente es padre, marido, compañero. Lo es todo y es perfecto. Y tú empiezas a tener tiempo para ti, para cuidarte, mimarte y vivir. Porque ya puedes delegar el ser madre y serlo sólo a tiempo parcial, no completo. Y por fin pones tu cabeza en orden, dejas de atiborrarte para suplir tu vida de mierda y ordenas tus cositas. Todo fluye.

Pero… alguien se cruza en tu camino y te explota el coño lo más grande. ¿Cuánto hace que no te pones así de cachonda con alguien que ni has tocado? Ni te acuerdas.

Y aunque este nuevo “crush” empieza a ser tu obsesión, empiezas a ver cachondo a todo dios. Te tirarías al panadero, al compañero de trabajo, “ay que repartidor más mono” y las fantasías se suceden en tu cabeza.

Tu terapeuta te dice que es normal, ahora que ya no tienes tu cerebro ocupado con ser madre todo el tiempo, tu mujer vuelve a resurgir, como si estuviera dormida en modo supervivencia. Recuerdo sus palabras “esto está ampliamente documentado y hay mucha bibliografía”.

Y tú no entiendes nada, porque cuando mejor estás con tu pareja, cuando por fin te cubre, es tu mitad, remáis juntos y te mueres de amor viéndole ser un padrazo corresponsable… tú te pones cachonda con unos y con otros a diestro y siniestro.

Y un pensamiento te persigue sin descanso, tu veintena ya no vuelve y tus cuarenta se acercan. He perdido mi tiempo, mi vida… En pareja. Ahora soy feliz pero… Los malditos peros. ¿Por qué siempre hay peros? 

Y mientras piensas en el trabajo que te gustaría zumbarte al compañero que tienes enfrente, te das cuenta de que por muy bien que funciones en la cama con tu marido y las cosas nuevas que descubras con él… casi 20 años juntos hacen imposible ese morbo de lo nuevo. Es como si comieses todos los días una onza de chocolate negro delicioso que saboreas y disfrutas… pero de vez en cuando un Donuts relleno, pues te apetece.

Y empiezas a leer de casualidad sobre opciones de parejas que no se rigen por la monogamia. Boom. Abierta la caja de pandora. Y como siempre has ido hablando con tu marido de todo lo que te ha ido pasando… Lo comentas. Meses de hablar del tema y ver opciones. Si tú y yo acordamos que no tenemos exclusividad sexual y sí afectiva, no tendría porqué ir mal, ¿no?

Recuerdo que él me dijo: no intentarlo no nos asegura que vayamos a sobrevivir, así que por mi parte, lo intentamos, yo no soy tu dueño y quiero que disfrutes de lo que te apetece por encima de todo. Como me afecte a mí, lo iremos viendo, pero no puedo prohibirte algo así.

Claro que no puede, porque no es mi dueño. ¿Puedo yo exigir que lo acepte? Tampoco. Pero de momento, con mucha sinceridad y comunicación, vamos a intentarlo.

 

Por Bryn the Valkyrie