De cuando me enrollé con un casado en mis prácticas de la universidad 

 

Holiwis gente, hoy vengo a hablaros de los ocho meses más esplendidos durante mi época estudiantil y creedme cuando os digo que fueron una montaña rusa de emociones. 

Os cuento, venía a ser el 2016 y yo estaba terminando la carrera, por fin comenzaba mis queridas practicas no remuneradas (spoiler: me pagaron de otras maneras jaja). Yo estaba muy ilusionada, era la primera vez que entraba en una empresa de lo mío y quería causar buena impresión porque, ¿quien sabe?, igual tenía suerte y conseguía un trabajillo de media jornada cuando terminase. Y así fue como conocí a Lucas.

Él había sido otro estudiante en prácticas a quien habían contratado al finalizarlas, cosa que me dio esperanzas en obtener un resultado similar. Bueno, allí me veíais todos los días, a las ocho de la mañana con la cara lavada, bien arreglada y trabajando todo lo posible para llamar la atención del jefe. A todo esto, mi trato con Lucas siempre fue muy profesional, aunque con algún que otro tonteo.

Al principio intenté mantener las distancias, ya sabéis eso de donde tengas la olla no pongas la… El caso, después de seis meses allí lo nuestro no era lanzarse la caña, directamente hacíamos pesca de arrastre. Los saludos, las miraditas, las bromas entre ambos, todo. Tampoco lo hacíamos descaradamente, por lo que nadie se dio cuenta de la situación (o no quisieron saber nada del tema, cosa que agradezco). 

Y así es como llegamos a la noche de autos. En esa empresa se hacían distintos eventos: presentaciones de libros, de obras, de películas, era algo muy variopinto; yo no estaba obligada a asistir, pero obviamente que iba, primero porque me daba puntos con el jefe y, segundo, porque era mi oportunidad de ir un poco más arreglada de lo que permitía la etiqueta de la oficina y disfrutaba tener a Lucas babeando detrás mío. 

Total, que allí voy yo con mi traje escotado, mi maquillaje de noche y mis tacones, dispuesta a arrasar con todo esa noche. Recuerdo perfectamente dejar al de seguridad tartamudeando cuando me vio y mis compañeras felicitarme por lo guapa que estaba (y no lo decían a maldad, eran unas mujeres bellísimas y un gran soporte para mí en esa época). ¿Y Lucas? Oh dios, esa fue la mejor parte. Aun recuerdo su mirada penetrante al otro lado del patio, recorriéndome de arriba abajo, con esa sonrisa picarona que le salía cuando tenía malos pensamientos y que me dejaban las piernas temblando. 

Estuvimos durante la recepción sin quitarnos la vista de encima, esperando la ocasión idónea para acercarnos más al otro, cosa que logramos cuando los invitados se sentaron en la sala de conferencias, muy centrados en la presentación del libro de esa velada. Lucas y yo nos quedamos en la sala paralela, como era habitual, vigilando si llegaba algún rezagado al evento o por si había algún fallo con la pantalla del proyector.

En cuanto las luces se apagaron noté que se acercaba a mi y sus brazos me rodearon la cintura, acercándome a su cuerpo. Mis nervios estaban a flor de piel cuando sentí un beso en la nuca. “Estás espléndida”, me dijo, con voz grave. Oh, Dios, esa voz me dejaba como un cervatillo recién nacido. Intenté ser fuerte y no caerme al suelo en ese momento, aunque sabía que Lucas no dejaría que eso pasase. Me giré en sus brazos y me dejé llevar por el momento, total, la vida solo se vive una vez. 

No se que me gustó más, si ese beso apasionado que me dejó sin habla o los piquitos que iba dejando en mis mejillas y en mi cuello, haciendo que soltase pequeñas risas. Sabíamos que no podíamos ir más allá en ese momento, no con cuarenta personas en la sala de al lado, pero nuestras manos no se despegaron del cuerpo del otro hasta que no escuchamos el final de la presentación y los consecutivos aplausos. La gente salió lentamente y nosotros nos quedamos a una distancia cercana, aunque no lo suficiente como nos habría gustado. 

Estaba en una nube, sabía de sobra que esa noche no volvía sola a casa y ya tenía mil ideas corriendo como locas por mi mente: cómo sería esa noche, cómo nos despertaríamos tarde al día siguiente, lo que desayunaríamos.

Ay, ilusa de mí. 

Uno de los invitados más allegados vino a despedirse de nosotros, más de Lucas que de mí, ya que lo conocía desde hacía tiempo. Ojalá no se hubiese acercado ni le hubiese sonreído mientras le daba un golpe en el hombro y le decía “Bueno, Lucas, espero que la vida de casado siga tratándote igual de bien”.

Me quedé en shock, no sabía si seguía respirando o si el mundo se había detenido. Giré la mirada hacia Lucas y él estaba allí, tan fresco, sonriendo al señor mientras le daba la mano y se despedía. ¿Os lo podéis creer?

Después de eso, me acerqué a mis compis y bromeé con ellas sobre algunos invitados del evento, dejándoles caer entre medias como era que no había ido la esposa de Lucas a la fiesta. Una de ellas soltó una risita y respondió: “¡Mujer, es que la pobre no puede venir desde el pueblo con tantos meses de embarazo!”

No solamente me había liado con un casado, información que nunca supe hasta ese momento, sino que además, ¡Su mujer estaba embarazada!

Cabe decir que, desde ese día, no permití que nuestra relación fuese más de lo estrictamente profesional. Él intento acercarse en varias ocasiones, pero fui muy tajante al respecto y acabó dejándome en paz (posiblemente buscándose una nueva víctima con la nueva becaria). Y así fue como acabaron mis prácticas, sin trabajo y sin rollete. Al menos tuve buena nota en la evaluación final.

 

Clau