Para quienes no lo sepáis, una trombosis se ocasiona, porque la sangre se coagula en una vena e impide su retorno al corazón. La sangre se acumula y causa dolor e hinchazón.

¿Por qué lo sé? Yo misma he sufrido una cuando tenía 19 años, algo nada habitual dado que suele darse en personas mucho mayores.

Aquel día yo tenía la pierna algo hinchada y notaba un leve dolor muscular o eso pensaba yo. Fui a clase con normalidad, pensando que no tenía importancia. Convencida por una compañera, fui al hospital. Al principio, no encontraban la causa hasta que, se dieron cuenta de que era por el uso de los parches anticonceptivos (ahora no quiero que nadie se alarme, que el uso de este método por sí solo no conlleva un riesgo) que unido al Factor Leiden V me hace tener más riesgo de sufrir una trombosis, ya que, es una mutación en la coagulación de la sangre, que por desgracia no iba a convertirme en una de los X-Men.

Pasé una semana ingresada en el hospital y un mes en reposo obligatorio en casa. Sólo me paseaba de la cama al sofá y como mucho al baño o la cocina. El tratamiento que me dieron era heparina inyectable (evita que se hagan más coágulos y los disminuye) y, tiempo después, pasé al Sintrom (que hace más líquida la sangre con lo que evita los coágulos), las medias compresivas se convirtieron en parte de mí. Pasaron muchos meses hasta que me dieron de alta, en esos momentos me cuidaba algo más, pero, en el fondo no supe ver lo grave de lo que me había ocurrido.

Las secuelas físicas en mi caso han sido, hinchazón en la zona, piel enrojecida y tonalidad oscura, mayor temperatura y a veces, noto un hormigueo. Las consecuencias psicológicas han sido más fuertes posteriormente, ya que a consecuencia de la trombosis hace unos seis años, me salió una úlcera venosa en la pierna.

Es una pequeña herida, como una llaga abierta, que tarda tiempo en cerrarse. Yo he llegado a coger tanto cariño que tiene mote, se llama “mi pequeño cráter”.  En aquel momento, estábamos en pleno verano y con unas temperaturas que llegaban a los 40 grados.  El tratamiento para mi pequeña amiga consistía en tapar la herida con apósitos y un vendaje de 4 capas entre algodones y vendas. Creo que, nunca en mi vida he pasado tanto calor.

Os puedo asegurar, que es una de las experiencias más frustrantes que he sentido en mi vida.

La herida crecía, los tratamientos no hacían el efecto esperado. Durante mucho tiempo, dejé que una simple cuestión estética condicionase mi forma de vestir y la poca autoestima que yo entonces tenía. Ponerme falda o pantalón corto era un suplicio ya que no había forma humana de cubrir el vendaje que llegaba hasta la rodilla.  Los pantalones apenas me cabían por el grosor del vendaje y ya ni hablemos de botas…

Por supuesto, en verano, nada de playa ni piscina y aún menos exponer la pierna directa al sol. Ya he olvidado ya última vez que fui a disfrutar de un refrescante baño.

Pero no todo es negativo, en todo este tiempo, he aprendido que los límites me los he marcado yo. Vale que hay algunas cosas que no puedo hacer, pero, nada me impide disfrutar del sol en una terraza o de un buen paseo en la playa, siempre con precaución. Estos últimos meses, para, mí han sido decisivos y tras idas y venidas mi pierna vuelve en parte a ser lo que era. En pleno confinamiento, se ha terminado de sanar y sí, sigo con la piel delicada, pero eso me permite tener el pretexto perfecto para mimarme, cuidarme y sobre todo quererme y aceptarme como soy.

Eva González    @EscribirSinH