Hace un tiempo, fuimos de viaje de estudios a Italia con el instituto. Como buena ‘’Mariliendre’’, he pasado mi adolescencia junto a mi mejor amigo, que, lejos de tener una estética discreta, solía ir ya maquillado por aquellos dosmiles.

Estábamos tan tranquilos espantando las palomas de la Piazza San Marco y tomándonos fotos con unas chicas asiáticas, que quedaron impresionadas por la estética rompedora de mi querido amigo, cuando, de repente, sentí el apretón

Pero no un apretón cualquiera, NO. Este apretón se venía fraguando durante días, habiendo recorrido en mi interior la mitad de la Bella Italia, pasando por Milano, Florencia, Verona y ahora… Venecia.

Dada la urgencia de la situación, no tuve más opción que echar a correr como una loca por las calles de Venecia, buscando cualquier lugar donde poder dejar fluir mis necesidades vitales.

Solo encontraba tiendas de firmas top, como Gucci o Prada, pero a mí no me importó. Entré a una de ellas y ni aún viéndome la cara de color verdoso, no me dejaron usar su baño.

Seguí corriendo por aquellas calles empedradas y llenas de gente, seguida de mi querido amigo, que trataba de alcanzarme corriendo. Pero yo era una gacela en mitad de la sabana buscando refugio de un león, no paraba de correr.

De repente, vi a lo lejos lo que parecía ser un callejón. Ese típico italiano, húmedo y estrecho. En mitad del callejón, vi unas escaleras de latón que subían hasta lo más alto del edificio, por lo que decidí subirlas de tres en tres y dejar que la vida fluyera al llegar a la cima.

Al llegar, vi a mi amigo acercarse al pie de la escalera, y yo desde un cuarto o un quinto piso hice la señal de la ‘’victoria’’, mientras me bajaba el short.

Justo cuando mi culo asomaba para saludar, un italiano gordo con bigote asomó por la ventana y empezó a gritarme sepa dios qué, puesto que me dediqué a bajar escalones de cinco en cinco mientras me subía el pantalón y gritaba el nombre de mi amigo pidiendo ayuda.

Al llegar a la calle, nuevamente eché a correr, mientras el color verde de mi cara se tornaba morado, y sin darme cuenta, me brotaron lágrimas de los ojos.

Seguí corriendo hasta que en una plaza encontré un hotel, me metí dentro sin miramiento y llegué llorando con la ropa mal colocada.

Supliqué al hostess que me dejase usar el baño, y muy amablemente me condujo al ‘’toilet’’.

Por fin lo había conseguido. No había desfallecido en el intento. Lo había superado.

Me encontraba disfrutando tanto de aquella sensación de liberación que no me di cuenta de que había abandonado a mi amigo a su suerte, y tampoco oía que me gritaban desde el otro lado de la puerta.

Cuando volví en mí de aquel momento de éxtasis, pude escuchar ‘’ Ragazza, tutto benne? Carabinieri!! Carabinieri!!!’’. Cuando escuché ‘’carabinieri’’, es decir, policía en italiano, me quedé de piedra.

Carabinieri? Me iban a arrestar por cagar? Abrí la puerta con la cara desencajada y me encontré al hostess enganchado del brazo a mi amigo.

Creía que mi amigo me había robado o intentado violarme, y que por eso llegué al hotel llorando y con la ropa hecha un desastre.

Cuando vi a mi amigo enganchado de ese señor, preocupadísimo y gritando, nos empezamos a descojonar como no me había reído en mi vida.

Realmente no recuerdo qué pasó después, solo sé que tuve que sentarme en las calles de Venecia a reírme de aquello, con un dolor de barriga espectacular, que nunca sabré si fue del apretón o de las risas tan grandes de ver a mi amigo que se lo llevaba la policía por venir corriendo detrás de mí por toda Venecia mientras encontraba un WC.

LadyMiau